Epístola a la lágrima
Ya estas ahí de nuevo en la cita final. Nunca fallas y tu soledad es la nuestra porque, estés donde estés, siempre serás de Champions. Las cámaras de la tele y los «paparazzi» deportivos te vuelven a inmortalizar como verdadero ejemplo de lealtad y callada frustración. Y, como casi siempre, prefieres estar sola porque como decía el poeta: «Con una basta, pero de la mejor cosecha». Resbalas impotente por un rostro relajado tras más de noventa minutos de tensa espera, sujeto por una mano temblorosa entre símbolos de colores inquebrantables sobre los hombros de la fidelidad. Eres trasparente y sencilla, pero eterna, ante la impotencia de ver cómo se escapan unos objetivos en los cuales lo único que pudiste hacer durante la dramática temporada fue contenerte y vibrar con ellos; empujarlos desde la grada con ese aliento perdido en las tardes agónicas del estadio. Una vez más las cámaras te mostrarán seria y resignada discurriendo entre un sudor apagado por la decepción no deseada y por la espera de una temporada con el «enésimo proyecto» en el que creer.
Este domingo ya contemplamos esa imagen, cariñosa e impotente que, por desgracia, se irá repitiendo a medida que el telón de la 2007/08 recoja los bártulos de las disculpas y la planificación porque sabemos que no entiendes de categorías ¡tú sólo sabes de sentimientos!
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