Nadal carece de límites, lo cual supone una limitación porque sus rivales no le acompañan en esa singularidad. Acaba de ganar en Inglaterra sin quitarse el pijama y, aunque la hierba sabe diferente, ahora ya triunfa por costumbre en Roland Garros y Wimbledon. Chesterton decía que el Sol amanece cada mañana porque Dios hace un bis a una audiencia agradecida. Pues eso. Sin embargo, en el cielo hay otras estrellas, por contraste con la unicidad del tenista mallorquín. Sus victorias impresionan menos que el margen final en los marcadores y en la pista. Enfrentarse a los mejores del mundo empobrece el juego del «número uno». Nunca alcanzará la plenitud, porque la élite a su alrededor no da la talla. Sólo podría enfrentarse a sí mismo.

No fui el único que advirtió la supremacía de Nadal en Wimbledon. Un observador tan conspicuo del circuito como Roger Federer volvió a autoeliminarse -como ya hiciera en el último Roland Garros- para no quedar en ridículo ante el campeón. El suizo prefirió desistir ante un palafrenero como Berdych. La ATP debiera agradecer los malabarismos de la prensa dominical para otorgar alguna opción de victoria al checo. El deporte no es transitivo, pero, vista la aniquilación que se travistió de final sobre la hierba, pueden imaginar el desastre que hubiera sufrido Federer en idéntico trance.

Hay un elemento de ira en el regreso del conde de Montecristo a la cima del tenis, después de haber aprisionado su cuerpo en diferentes máquinas de tortura de las que se sospechó que nunca se liberaría. Sin embargo, las pelotas vuelven a abandonar su raqueta sangrando, y los enemigos apenas si le cuelan algún golpe de contrabando. Su nueva condena le obliga a sofocar su energía para mantener la ficción de que existe una competición. Se esmera para no salirse del guión de las victorias costosas, pero se desmandó en el último juego de la final. Aporreó inmisericorde a Berdych, desnudó fugazmente la diferencia entre ambos, estuvo a punto de anular el engaño. Para mantener el circo y el circuito, insistiremos en que Murray es una amenaza de futuro para Nadal. Ja.