Aquiles, el gran protagonista de la «Ilíada» de Homero, no era inmortal porque tenía un punto débil: el talón. Su madre, Tetis, le cogió por el talón (no sabemos si el derecho o el izquierdo) cuando le sumergió en la laguna Estigia para asegurarle la inmortalidad, y fue precisamente en su vulnerable talón donde se clavó la flecha mortal de Paris, dirigida por Apolo. Si Aquiles no era invulnerable, mucho menos los grandes deportistas olímpicos. Usain Bolt tiene un punto débil. ¿Cuál es? No tengo ni idea. Pero alguno tendrá. En todo caso, Bolt, David Rudisha, Allyson Felix, Mo Farah y todos los demás son seres humanos como usted y como yo. Si fueran dioses, como Hermes, sus hazañas no tendrían mérito. Si fueran hijos de Zeus, como Heracles, nadie vería los Juegos Olímpicos. Si fueran hijos de la nereida Tetis, como Aquiles el de los pies ligeros, los jueces les descalificarían. Bolt es un hombre. Qué grande es Bolt.

Cuando vemos a Bolt, a Rudisha, a Felix o a Farah en la pista, en verdad parecen dioses inmortales, invulnerables, eternos. Pero no es así. Dicen que Steve Reeves, el musculoso actor que interpretó a Heracles (Hércules) en varias películas, no era muy fuerte. Reeves fue «Míster América», «Míster Mundo» y «Míster Universo», pero el director de cine Carlo Campogalliani, que dirigió a Reeves en «El terror de los bárbaros», tuvo que enseñar al forzudo actor cómo llevar en brazos a la actriz Chelo Alonso. Campogalliani nunca fue «Míster Universo», y en ese momento era septuagenario. Mark Forest, otro actor de músculos poderosos que protagonizó unas cuantas películas «de romanos» y que encarnó nada menos que a Maciste, no sabía nadar, que es como decir que Michael Phelps no sabe cruzar un paso de peatones. Muchas escenas de acción del viejo «peplum» tenían que ser rodadas por dobles. En los Juegos Olímpicos, es imposible que un doble sustituya a Bolt en la pista, y sería difícil encontrar un especialista que pudiera sustituir al corredor jamaicano cuando hace el arquero o bromea con el mundo antes de una carrera. Nadie es como Bolt. Pero si Steve Reeves (Hércules) no sabía cómo llevar en brazos a una actriz y Mark Forest (Maciste) no sabía nadar, Usain Bolt odia las tareas domésticas, sólo limpia su habitación una vez al año y, según dice él mismo, una vez limpió su armario. ¡Ah! Bolt es humano, amigos.

Bolt ha ganado tres medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Londres, batiendo con Jamaica el récord del mundo del relevo 4X100 con una marca de, agárrense, 36,84 segundos. Pero Bolt limpió una vez su armario, come cerdo a la jamaicana, se divierte en las discotecas de Kingston y le gusta jugar al dominó. Es uno de los nuestros, pero más frágil. El corredor de 110 metros vallas chino Liu Xiang no pudo participar en los Juegos de Pekín porque estaba lesionado en el talón de Aquiles, y en los Juegos Olímpicos de Londres se cayó tras tropezar en la primera valla. Liu Xiang es frágil y, a la vez, ha tenido mala suerte en los Juegos Olímpicos. Pero Bolt, el descomunal corredor keniano de 800 David Rudisha, el increíble corredor de fondo británico Mo Farah (oro en 5.000 metros y en 10.000 metros) o la delicada velocista estadounidense Allyson Felix (récord del mundo con los Estados Unidos en el relevo 4X100) son muy, muy, muy frágiles. Se rompen con facilidad. Siempre les duele algo. Sus músculos, como los de Steve Reeves, no sirven para cargar sacos de cemento. Su vida es entrenar, perfeccionar la técnica, cuidar lo que comen, lo que beben, lo que respiran. Seguro que los entrenadores de Bolt le prohíben llevar en brazos a una chica o nadar en un río.

Los deportistas olímpicos son tan frágiles que, si no les miramos, se rompen en mil pedazos. Se desvanecen. Desaparecen. El ser de Maciste o de Usain Bolt es ser percibidos. Y que Maciste no sepa nadar o Bolt odie limpiar su habitación no tiene nada que ver con lo que percibimos de Maciste o de Bolt. Sólo quedan cuatro años hasta los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Permanezcan atentos a sus pantallas.