Acababa de saltar 8,56 metros en el Mundial en sala de Maebashi. Tenía 21 años y pensaba, con razón, que estaba sólo al comienzo de una carrera cuyo futuro era imposible predecir. Y, sin embargo, Yago Lamela estaba ya en el cénit de su trayectoria, al comienzo de un lapso fantástico de ocho meses en el que dio lo mejor de sí mismo y cuyos resultados ya nunca pudo igualar.

La historia de aquellos ocho meses de fulgor y gloria de Yago, que había cerrado 1998 con una marca personal de 8,14, empezó el 16 de enero de 1999 en La Peineta (Madrid), donde mejoró en 7 centímetros, con 8,20, el récord de España en sala. Exactamente un mes después mejoró su registro hasta los 8,22 en el memorial "Cagigal", ganando la prueba por delante del subcampeón olímpico James Beckford.

El 21 de febrero ganó en Sevilla el Campeonato de España con 8,19, pero la gran explosión se produjo el 7 de marzo en el Green Dome de Maebashi. Abrió la final con 8,10 (8,46 de Pedroso) y siguió con un nulo, 8,29, 8,42 y 8,26 antes de volar en su último salto a 8,56, récord de Europa. Pedroso tenía la última palabra y le quitó el oro con 8,62.

Tan impresionante como la marca de Lamela fue la consistencia de su serie, que arrojó una increíble media de 8,32 metros en sus cinco saltos válidos. "Prefiero ser subcampeón con este récord de Europa antes que haber vencido a Pedroso con una marca peor", comentó entonces el avilesino, admirador del estadounidense Carl Lewis más que del plusmarquista mundial Mike Powell.

Lamela consideraba que su principal defecto era su tendencia a engordar y la velocidad, una de sus virtudes (6.81 en 60 metros). También era proverbial su capacidad de concentración.

Estrenó la campaña al aire libre de aquel 1999 con buenos auspicios. El 22 de mayo, en el campeonato de clubes, batió por tres centímetros en Jerez de la Frontera, con 8,26, el viejo récord de España al aire libre, en poder de Antonio Corgos desde 1980. Antes de los Mundiales al aire libre de Sevilla se esperaba con gran expectación un nuevo duelo con Pedroso en el GP Diputación de la capital andaluza, pero en el último momento el cubano se dio de baja por gripe. El 28 de mayo Lamela perdió el concurso por un centímetro frente a James Beckford, que saltó 8,08.

El 5 de junio ganaba en Atenas la Copa de Europa con 8 metros justos, y el 19, en el campeonato de clubes, batió por tres veces su récord al aire libre en Guadalajara (8,38, 8,46 y 8,49). Otra serie, como la de Maebashi, realmente excepcional.

Lamela buscaba el cuerpo a cuerpo con Pedroso, "aunque sea en la playa", decía. Había mejorado su técnica y, decía, necesitaba "un rival que me apriete".

A petición del presidente de la Federación Internacional de Atletismo, Primo Nebiolo, que deseaba ver en su ciudad natal al "monarca blanco de la longitud", acudió Yago a la reunión de Turín el 24 de junio. Allí le esperaban la victoria y otro récord de España. Allí repitió, pero al aire libre, el mejor salto de su vida: 8,56, batiendo al subcampeón olímpico Beckford, el único que le había vencido ese año al aire libre. Dos días después, en Padua, Pedroso saltaba 8,60. El desafío estaba servido. La cita, en los Mundiales de Sevilla.

Yago se había convertido para entonces en un fenómeno social en España, suscitando interés en sectores de población hasta entonces ajenos al atletismo. El 24 de julio, el día en que cumplía 22 años, revalidó en Sevilla su título nacional con la ley del mínimo esfuerzo (8,10). El 1 de agosto conquistó en Gotemburgo el Europeo sub-23 con 8,36. Dos títulos para calentar el combate con Pedroso en el Mundial.

La contienda final fue el 28 de agosto. Lamela encareció la victoria desde el primer salto (8,34), que Pedroso no pudo superar hasta el tercer turno, precisamente con el récord personal de Lamela (8,56). El español saltó luego 8,40, 8,09 y se despidió con 8,39, segundo como en Maebashi, batido sólo por el campeón mundial.

Seis días después, en Bruselas, se lesionó en el calentamiento del memorial "Van Damme". Ahí terminó no sólo la temporada, sino el maravilloso lapso de ocho meses en que su estrella emitió el fulgor más intenso. Aunque todavía compitió a gran nivel (bronce en el Mundial de París 2003), nunca más volvió a ser el mismo. Han pasado 15 años, pero habrán de pasar muchos más hasta que un atleta español se acerque a sus 8,56 metros.