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Un chispazo de felicidad para cerrar 4.315 días de espera

Del cabezazo de David Fernández al corazón de una hinchada

La afición ovetense celebró por todo lo alto el ascenso. En la foto, un grupo de hinchas celebra el pitido final. IRMA COLLÍN

Un simple remate de cabeza puede cambiar el destino de un equipo de fútbol y hasta el sentido del humor de una comunidad. David Fernández, ese futbolista al que algunos de sus compañeros imaginaban en el fútbol profesional mucho antes de llegar a Cádiz, entró ayer en el altar del oviedismo con un simple giro de cuello que cerró doce años de oscuridad, miseria y frustración, mucha frustración. Fueron 4.315 días interminables, insufribles, que solo se quedarán atrás gracias al empeño de la afición.

Es verdad que en el campo son once contra once, que desde las gradas no se ganan partidos, como se pudo comprobar ayer en el explosivo Carranza. Pero en el caso del Oviedo el valor de la afición va mucho más allá: ha hecho posible su supervivencia. Se rebeló contra todo y contra todos en 2003, no abandonó al equipo en Tercera, ni en Segunda B, espantó a dirigentes indignos y atrajo a otros convencidos de que no hay mejor sitio para colocar su dinero que allí donde se fabrican los sueños.

Era necesario el cabezazo de David para que Goliat se hiciera visible más allá de un par de veces al año, coincidiendo con esas mareas azules que no entienden de categorías y les da igual "arteixos" que "cadices". El Oviedo se ganó el derecho a una nueva vida en aquel verano de 2003 en que tuvo todo en contra, menos lo más importante: el apoyo de su gente.

Sabemos por las experiencias de otros grandes, como el Granada o el Málaga, que el de Segunda B a Segunda es un paso de gigante. El pasillo de salida hacia el fútbol profesional está lleno de trampas y ni siquiera una buena planificación garantiza el éxito. Pero ayuda mucho. Por eso el Oviedo celebra hoy un éxito largamente esperado. Hay razones para pensar que no habrá que aguardar tanto para una nueva fiesta, aunque conviene poner un punto de prudencia. Aquellos a los que se les llena la boca con la Primera División, o incluso con la Liga de Campeones, solo tienen que echar la vista atrás para entender lo que cuesta prosperar en un ambiente tan competitivo.

Cuando se apaguen los ecos de una felicidad justamente alcanzada llegará el momento de sentar las bases del siguiente proyecto. No sabemos como acabará, pero sí que tenemos una cosa segura: la afición estará ahí, como siempre, invencible.

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