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El dilema de Setién

El entrenador del Barça se debate entre llevar su filosofía al extremo y la necesidad de conseguir resultados inmediatos

Quique Setién, durante el Barcelona-Levante. ALEJANDRO GARCÍA / EFE

Para que el "método Setién" cale se necesita tiempo y eso es un bien escaso en clubes como el Barcelona. Necesita ganar y necesita hacerlo ya porque, como pudo comprobar tras el 2-0 de Mestalla, cada derrota desata una crisis. La mayoría de los entrenadores son reactivos, es decir, trabajan para responder a las exigencias del rival y, casi siempre, a partir de la fortaleza defensiva. En el fútbol, como en la vida, es más fácil destruir que construir. Así que lo habitual es encontrarse con los profetas de la portería a cero, algo tan ideal como utópico.

Luego están esos entrenadores con la etiqueta de propositivos. Es decir, los que quieren que su equipo sea protagonista, que domine el partido a través del balón, aunque suponga asumir riesgos, a veces exagerados. Es lo que ha hecho Quique Setién durante toda su carrera en los banquillos. Pero claro, no es lo mismo aplicarlo en el Lugo, Las Palmas o Betis que en el Barcelona. Y hacerlo después de toda una pretemporada que ponerse a cambiar de caballo en medio del río.

Porque su propuesta en los tres primeros partidos (Granada, Ibiza y Valencia) llevó al extremo la doctrina cruyffista y guardiolista. Sobre todo en Ibiza, donde quiso sustentar su 3-5-2 en una última línea en la que dos de los centrales (Sergi Roberto y Junior) no eran precisamente unos especialistas defensivos. El desbarajuste copero (salvado por dos chispazos de Griezmann) y el posterior de Mestalla parecen haber apaciguado el espíritu revolucionario de Setién, que en las dos últimas apariciones en el Camp Nou volvió al 4-3-3 que, salvo etapas esporádicas, reinó en la última década.

Así que, tres semanas después de la disparatada salida de Ernesto Valverde, el Barça vuelve a estar cerca de la casilla de salida. Ya no hay tanta reiteración en los pases intrascendentes y el indiscutible potencial ofensivo (muy dependiente de Messi) convive con un desequilibrio defensivo que da muchas opciones al rival, por modesto que sea. Quizá la única seña de distinción respecto a la era Valverde se apreció de forma nítida en el partido frente al Levante: en vez de recurrir al balonazo desde Ter Stegen, el Barça respondió a la presión adelantadísima del rival con paciencia y, casi siempre, acierto para romper esa primera línea, lo que dejó el campo abierto para Messi y compañía.

En su presentación, Setién advirtió de que escuchaba a todo el mundo, pero que al final hacía lo que consideraba más adecuado. Quizá en este momento ha hecho caso a los que le aconsejan un poco de prudencia para no poner en peligro su proyecto azulgrana desde el inicio. También es probable que se haya dado cuenta de que para imponer sus ideas necesita una remodelación de la plantilla que es inviable a estas alturas del curso. Para afrontarla necesita llegar a final de temporada con algo más que buenos propósitos.

Y en estas se encuentra el cántabro en el inicio de una semana que puede marcar el rumbo del equipo en dos de las tres competiciones a las que aspira: el jueves se juega en San Mamés la continuidad en la Copa del Rey; y el domingo probablemente necesite la victoria en el Benito Villamarín para, como mínimo, seguir a tiro del Madrid en la Liga. Porque Setién puede presumir de no ser resultadista -y lo demuestra con su espíritu crítico incluso tras las victorias- pero el Barça se ha acostumbrado en los últimos años a presumir de algo más que del estilo. Si a algunos les parecía poco el doblete Liga-Copa al que acostumbraban Luis Enrique y Valverde, no hace falta mucha imaginación para saber lo que ocurriría con Setién si se estrena con un año en blanco.

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