Se ve desde muchas partes de la ciudad e impresiona por su grandiosidad. Impresiona a los visitantes y también a los que lo vemos todos los días desde nuestra niñez. Es el Santón, la imagen de Cristo que culmina desde cincuenta metros de altura la basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Hagamos una breve historia de esa iglesia que en principio los gijoneses llamaron la Catedralita, y luego la Iglesiona siempre empleando los diminutivos y aumentativos tan clásicos aquí. La historia dice que en julio del año 1882 recaló en Gijón el padre Bonifacio López Doncel, procedente de Vigo, encargado de poner en funcionamiento una residencia para jesuitas. Primero fue realidad en una casa de la carretera de Villaviciosa, esquina a la calle de Cabrales, y luego pasó a la cercana calle de San Bernardo para, ya en el año 1890, inaugurase el Colegio de la Inmaculada en la cuesta a Ceares.

Por fin vino la Iglesiona, basílica desde hace pocos años, y oficialmente «templo y residencia del Sagrado Corazón de Jesús», obra de los arquitectos Joan Rubio y Bellver y Miguel García de la Cruz. La primera piedra se colocó el 7 de noviembre de 1913 y el 30 de mayo de 1924 se consagró, aunque las obras no concluyeron hasta mediados de 1925. Y siempre ahí arriba el Santón.

La fotografía que aquí vemos fue tomada antes de ser colocado, cuando la escultura estaba todavía terminándose en el taller del escultor Serafín Basterra (Bilbao, 1850-1927), su autor, el mismo a quien también se debe la Virgen de la Inmaculada que hay en un patio del colegio. Al ver al santón con esas figuras humanas a su lado podemos darnos idea del verdadero tamaño de la estatua. El Santón pesa 32 toneladas y para realizarlo se usaron 25 metros cúbicos del mármol italiano de Carrara; tiene ocho metros de alto y se colocó donde lo vemos el día 4 de enero de 1920. Para las recientes obras se ató con arneses para no bajarlo y el monumento, que nosotros sepamos, sólo descendió de esa altura una única vez; fue durante la guerra civil, cuando la Iglesiona fue convertida en cárcel. El Santón fue violentado pero no destrozado, y fue izado otra vez tras la contienda. Sí que muchas imágenes de santos de la Iglesiona se destruyeron aquellos días de 1936, pero el Santón fue respetado. Cuenta la leyenda urbana local que eso fue porque los comunistas gijoneses pretendían transformarlo en un monumento dedicado a Lenin.

El diario «Voluntad» del 22 de octubre de 1938 (la Guerra Civil en Gijón terminó en octubre de 1937) decía: «A las cinco menos cuarto de la tarde de ayer se celebró la ceremonia de bendecir la imagen restaurada del Sagrado Corazón de Jesús que la horda roja había arrancado de su trono desde donde presidía simbólicamente los afanes del pueblo».

Se conserva una fotografía que está tomada el mismo día en que fue colocado el Santón con el mármol reluciente en todo lo alto (mucho más blanco que hoy) y todavía con los andamios protectores. Unos meses más tarde, el 16 de agosto de 1921, leemos esto en el diario «La Prensa»: «En esta noche de Begoña cabe anotar que desde el colegio de los padres jesuitas se enfocó un reflector sobre la imagen del Sagrado Corazón que corona la iglesia en construcción de la calle de Jovellanos». Hay otras imágenes del Santón. Por ejemplo, la tomada el día 15 de diciembre de 1930, primer día de una huelga general en la ciudad como protesta por los fusilamientos de Galán y Hernández en Jaca. Es sabido que los militares Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández, en la ciudad oscense de Jaca, encabezaron una acción militar contra la Monarquía meses antes de la proclamación de la República. Y que por ello fueron ejecutados. Aquel día de diciembre, en Gijón, la Iglesiona fue asaltada y quemada, y en esa foto vemos la humareda bajo el Santón.

Imagen de tristeza esa de la iglesia ardiendo e imagen de sosiego esta del Santón que aquí presentamos. En tierra, tan humano. Es el Santón original al que, como se dijo, se le hicieron algunas modificaciones en el año 1938.

Pero allá arriba el Santón resiste después de casi noventa años de ser uno de los iconos más simbólicos de Gijón. Con el permiso -nosotros siempre tan grandones- de la Escalerona y El Molinón.