J. M. CEINOS

El primer día de noviembre, festividad de Todos los Santos, es una fecha recurrente para hablar de cementerios y sucedidos en torno a los camposantos. En el caso de Gijón, nada mejor que recurrir a un clásico como Pachín de Melás (el poeta y escritor gijonés Emilio Robles Muñiz, 1877-1938), quien el 1 de noviembre de 1929, en la primera página del diario local «La Prensa», escribió una «pequeña minucia fúnebre» sobre los cementerios locales: «El viejo, el nuevo y el moderno».

Contaba Pachín de Melás que una vez prohibidos los enterramientos en las iglesias, «Gijón contaba con un reducidísimo cementerio adosado a la iglesia de San Pedro, en la parte trasera que da sobre el mar. Fue insuficiente, y a mediados del pasado siglo (el XIX) se construyó uno en el lugar que hoy ocupa la casa rectoral». A este cementerio se le denominaba, según Pachín de Melás, de la Visitación, «porque el primer cadáver enterrado allí fue el de la señora doña Visitación Jove».

Treinta y dos años antes del artículo de Pachín de Melás, el martes, 2 de noviembre de 1897, en el diario «El Noroeste», que había salido a la calle unos meses antes, un anónimo redactor escribió una columna, titulada «Un día de difuntos», en la que recordaba un curioso suceso «acaecido en Barcelona hace años, en uno de los días en que se conmemora la fiesta de los difuntos».

El protagonista de la historia había sido un rapaz que «navegaba con el cargo de camarero en uno de los vapores de la matrícula de Gijón». Al parecer, según el redactor de «El Noroeste», un «joven muy formal, pero que en determinadas épocas del año, pocas por cierto, solía excederse un tanto en la bebida en tales términos, que perdía por completo la cabeza».

Uno de esos días le pilló en el puerto de Barcelona, «en uno de los fonduchos de la Barceloneta». Perjudicado el camarero por el alcohol, salió a tomar el aire, «y al observar que la gente se dirigía en tropel a determinado punto, allí fue también el camarero».

El sitio resultó ser el cementerio de la Ciudad Condal, en el que «penetró el camarero siguiendo a los demás». Tras dar vueltas y más vueltas por el camposanto, el protagonista de la historia acabó durmiendo la «moña» en un nicho. Cerca de la medianoche despertó. «Incorporado, tendió la vista hacia todas partes y no podía darse cuenta del lugar en que se hallaba».

El cementerio tenía un servicio de serenos, «y al pasar uno de éstos con su linterna encendida por cerca del sitio en que se hallaba el camarero, dijo éste: "Lorenzo, ¿qué hora es?"». Y prosigue el relato de «El Noroeste»: «Oír esto el guardia y echar a correr como alma que lleva el diablo, todo fue uno creyendo acaso que alguien de los que allí reposaban le había dado la humorada de volver a este mundo».

El camarero, en plena resaca, tras darse cuenta de que estaba en un cementerio, «hizo lo propio», emprendiendo veloz carrera detrás del sereno, «y al observar éste que le seguían, precipitó la marcha, abriendo la puerta y dirigiéndose a la población a cuanto le daban a correr las piernas».

Pero, retornemos a la «pequeña minucia fúnebre» de Pachín de Melás. Bien pronto el cementerio de la Visitación se quedó «corto» para atender las necesidades de la villa, en permanente crecimiento demográfico al calor de la rápida industrialización. Por ello, relata Pachín de Melás, «se pensó en hacer otro moderno, lo más amplio posible, en las afueras de la población».

La ubicación del camposanto, naturalmente, enseguida suscitó polémica ciudadana, ya que ahí son nadie los gijoneses cuando se ponen a discutir. En esto llegó la I República y en 1873 la Corporación municipal tomó cartas en el asunto del nuevo cementerio.

«No es nuestro objetivo seguir los múltiples trámites y trabajos para conseguirlo», leemos a Pachín de Melás. «Lo cierto es que el año 1876 se inauguraba el cementerio de Ceares (El Suco) y que también el primer cadáver pertenecía a una mujer, llamada María (García)».

José Sánchez Suárez fue el primer enterrador del cementerio de El Suco. Falleció en 1913, a los 79 años de edad, después de dar tierra a muchos gijoneses en el camposanto de Ceares.

En tantos años de servicio, José Sánchez, apodado «El Pintu», tenía alguna anécdota que contar, como lo que le ocurrió poco tiempo después de que se inaugurase el camposanto. «El Pintu» era de baja estatura y solía vestir de negro, tocado con un sombrero de alas anchas del mismo color. Había llegado al empleo de enterrador por su condición de casero del conde de Revillagigedo, propietario de los terrenos donde se levantó la necrópolis local.

El suceso en cuestión tuvo lugar cuando El Pintu fue a dar sepultura a los restos mortales de una mujer y un hombre, en sendos ataúdes, que habían llegado la noche anterior a El Suco.

El susto formidable del enterrador fue al comprobar que de una de las cajas asomaba el brazo de un hombre. Repuesto a los pocos minutos, El Pintu rompió la tapa del féretro y el «muerto», tranquilo, se sentó. No hablaron enterrador y «resucitado», que tenía las manos en carne viva de «esgatuñar» el ataúd.

Anejo al cementerio católico se construyó en El Suco el civil. «La primera conducción civil, y por lo tanto el primer enterramiento en el llamado "cementerio protestante"», contó Pachín de Melás en 1929, «fue el del señor don Luis Truán, director de la Fábrica de Vidrios, acto verificado en la tarde del día 20 de junio de 1876».

Abandonamos a Pachín de Melás y damos un gran salto en el tiempo: hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, que es cuando el Ayuntamiento de Gijón decide construir otro cementerio municipal, esta vez en Deva. La Corporación municipal, que presidía entonces José Manuel Palacio y tenía como concejal responsable de cementerios a Manuel Sirgo, había evaluado dos terrenos del concejo donde ubicar la nueva necrópolis: uno enclavado en la parroquia de Cenero, en la zona llamada Las Mesnadas, y el otro en Deva. Decidiendo los técnicos municipales que este último era el mejor.

Como hizo Pachín de Melás a los lectores de «La Prensa», no es nuestro objetivo relatar los múltiples trámites y trabajos para conseguirlo. Así, el lunes, 22 de noviembre de 1999, una Paz Fernández Felgueroso recién llegada a la Alcaldía de Gijón, junto con un Vicente Álvarez Areces recién llegado a la presidencia del Gobierno de Asturias, inauguraron la nueva necrópolis municipal de Deva. «Es casi un parque donde se encuentra sosiego», declaró entonces la Alcaldesa.

Como en los cementerios de la Visitación y de El Suco, el primer enterramiento en el de Deva fue el de una mujer: Armonía Vergara Fernández, de 76 años de edad y vecina de la zona centro de Gijón. Tuvo lugar el 29 de noviembre de 1999. Años antes, el 1 de abril de 1993, en el tanatorio de Cabueñes había entrado en funcionamiento el primer horno crematorio de Asturias.