J. M. CEINOS

Resulta paradójico que en la recta final de las obras de construcción del superpuerto de El Musel, el Ayuntamiento de Gijón, en el nuevo Plan General de Ordenación, incluya la desaparición del pequeño barrio de El Muselín, encaramado en mitad de la ladera oriental del Cabo Torres, en la parroquia de Jove, y ligado, desde el principio, a la entonces ciclópea obra de construcción del puerto de refugio de Asturias.

Y es que el Muselín, que prácticamente nació como núcleo de población con los trabajos de construcción del puerto de El Musel, a finales del siglo XIX, tuvo a sus pies la ensenada señalada desde siglos atrás como la mejor de todo el Cantábrico para construir en ella un gran puerto de refugio protegido de los temporales del Noroeste.

Estanislao Rendueles Llanos, en su «Historia de la villa de Gijón. Desde los tiempos más remotos hasta nuestros días», publicada en 1867, hace numerosas menciones a la ensenada de El Musel, a resguardo del Norte por el saliente de piedra Lladra.

El cartógrafo portugués Pedro Texeira, en su obra de 1634 «La descripción de España y de las costas y puertos de sus reinos», cuando dibujó la concha de Gijón, puso especial cuidado en colocar dos barcos fondeados en la ensenada de El Musel, que el cartógrafo y militar denominó como «Puerto Chico», señalando así el lugar de refugio amplio y de fondo limpio capaz de acoger escuadras enteras «para el mejor servicio del Rey».

Por ejemplo, relata Rendueles Llanos, en 1618 el rey Felipe III ordenó la defensa de la costa contra los piratas ingleses y, «cumpliendo las órdenes del Rey, se allegaron en Gijón los recursos que fueron posibles, prestándose los vecinos de Somió y Cabueñes á velar en San Lorenzo, y en Torres los de Jove, Cenero y Poago» por si acaso buques ingleses fondeaban en El Musel y ponían en peligro la villa.

El codiciado fondeadero pasó a ser objeto de protección militar y, proseguimos con Rendueles Llanos, a principios del siglo XVIII, durante la Guerra de Sucesión, «también se proyectaron por entonces algunas obras de fortificación en Arnao (en la cima de piedra Lladra); mas dispuesto por el monarca la ejecución de un proyecto formal, se desistió de ellas, hasta tanto de la llegada del ingeniero, haciendo sólo los arquitectos y maestros los estudios preliminares convenientes; defendiendo aquel punto una de las compañías de milicia, y aumentando su artillería con dos piezas que se apresaron a un buque portugués mercante en la concha de Torres».

Tiempo después, antes de la Paz de Utrecht (1713), que dio el trono de España a los Borbones, se construyeron en «Arnao varias casamatas y un parapeto cercano al agua; dotando estos fuertes de nuevas piezas de artillería».

Ya en el siglo XIX, cuando comienza el que sería, tal vez, el más largo debate de la historia de Gijón, a propósito de la construcción del puerto de refugio de Asturias, la ensenada a los pies del Muselín sería el banderín de enganche de quienes porfiaban por hacer la dársena al abrigo de Torres.

En el libro «El puerto de Gijón», publicado en 1981 por Patricio Adúriz (que luego sería cronista oficial de la Villa) y Bastián Faro (Evaristo García del Valle, redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA entonces), sus autores mencionan la Sociedad Anónima La Salvadora, presidida por Rafael Tuñón y cuyo secretario era Marco de Costales y García-Jovellanos, fundada con el objeto de ayudar a crear un puerto de abrigo en Torres.

De esta forma, en 1883 La Salvadora lanzó una hoja volandera titulada «Muelle de refugio para embarcaciones menores al abrigo de Torres», en la que los gijoneses de la época pudieron leer: «Personas peritas han escudriñado y estudiado las diversas cuencas y ensenadas que existen en la concha de Gijón al abrigo del cabo de Torres, y han encontrado que existe allí, bajo el castillo de Arnao, una pequeña ensenada que reúne las condiciones apetecidas, para que con un simple y nada costoso paredón, quede constituido el «Puerto de Refugio de las lanchas pescadoras»; pero hasta el punto que no hay otro que tenga más fácil entrada, aun con grandes mareas, ni más tranquila ensenada al abrigo de Torres. Bajo el castillo de Arnao existe la punta llamada Peña Lladra, y a cuarenta y dos metros de distancia de la costa, una isla llamada Peña del Orreo: un sencillo paredón que una a estas dos peñas, y cuyo costo, según personas peritas, asciende a doce o catorce mil duros; es todo lo que se necesita para hacer el puerto de refugio de las lanchas».

Después de décadas de debates ciudadanos, técnicos y políticos, al fin se decide construir el puerto en Torres, dando comienzo los trabajos preeliminares en agosto de 1892. Pero si bien los ingenieros decidieron el arranque del dique norte desde la llamada Punta de la Cueva, sería en la playa del Muselín donde se ubicara el taller para la fabricación de los bloques de hormigón, utilizando para el mortero y los hormigones arena de la playa del Arbeyal que se transportaba hasta el Muselín en un pequeño tren que discurría casi a ras del agua y ceñido a los acantilados de Jove.

El 8 de enero de 1903, en la «Revista de Obras Públicas», Alejandro Olano, entonces ingeniero director del Sindicato Asturiano del Puerto del Musel y responsable de los trabajos portuarias, relataba el inicio de los mismos: «Enormes fueron las dificultades que opusieron al comienzo de las obras las acantiladas laderas del cerro de Torres, que no ofrecía camino ni senda alguna practicable, y el estado de agitación casi constante del mar en aquellos lugares; estas causas entorpecieron extraordinariamente el transporte de materiales, y los obreros tuvieron que descolgarse por escalas suspendidas de la montaña para ejecutar el arranque del dique. En los preparativos para dar comienzo a las obras se invirtió desde el mes de agosto de 1892 a octubre de 1893...».

En esos preparativos tuvo capital importancia la pequeña playa situada a los pies del Muselín, donde se construyó un pequeño puerto para la logística de los trabajos de construcción del dique Norte. Y no menos importante fue, como escribió Casto Alejandro Olano de la Torre (quien murió ahogado, junto con cuatro obreros, al ser arrastrados por una gran ola en el mismo dique Norte el 21 de octubre de 1912), las canteras del Cabo Torres, cuya explotación se llevó a cabo «por grandes voladuras» y «desmontada la roca, se procede al machaqueo de la destinada a hormigones, y en vagonetas es transportada por vía férrea al taller de construcción de bloques», que estaba situado en la playa del Muselín.