La lámina de los toros de Victorino Martín ganó en grandeza al salir por toriles. Su comportamiento en el ruedo fue un muestreo de lo que es y el por qué es un hierro histórico. Desde la alimaña al bravo pasando por el noble, soso y encastado. Un abanico que permitió a Manuel Jesús «El Cid» reencontrarse a la vera de quien le hizo grande. El de Salteras y el de Galapagar volvieron a deleitar al público que se concentró en «El Bibio» ansiando la mano izquierda del sevillano y el juego de emoción y tensión que convive en pocas ganaderías.

Pasaportó pronto al imposible segundo. Un toro al que saludó a pies juntos con verónicas bonitas. Quitó por delantales con gusto y a partir de ahí se orientó «Estupendo» que siempre estuvo pendiente del torero. De la alimaña pasó «El Cid» al extremo opuesto, merced a «Monerías», herrado con el número 166 de 501 kilogramos con el que volvió a brillar esa mano izquierda escondida. Lo paró en el centro del ruedo, también a pies juntos con soltura en la ejecución. Cumplió en el caballo, se desmonteró Curro Robles tras la suerte de banderillas y se fue «El Cid» al centro del ruedo para citar en largo a «Monerías». Arranque bonito del toro y muleta puesta para gustarse con el temple aplicado a la embestida de su oponente. Lo llevó hasta el final gracias al recorrido que tuvo el de victorino en dos tandas de sumo interés. Explosionó la faena en un tercer encuentro donde lo sometió por abajo con gusto. Desarmó en el primer cite por el pitón izquierdo y la música tardó en acompañar una tanda más. Jugó «El Cid» con el tiempo y el sitio ante un «Monerías» que se creció a partir de la segunda tanda al natural. Largos los muletazos por el izquierdo, ajustado. Una pintura el de pecho llevado a la hombrera contraria. La faena estaba hecha. Mucho fondo tuvo el toro, se atrevió con un circular invertido y enterró el estoque, algo contrario, hasta los gavilanes. La plaza hecha un clamor pidió las dos orejas con contundencia. Momentos de antaño con «El Cid» dando una palmada al bueno de «Monerías». Recuerdos añejos de aquellas tardes apoteósicas entre ambos que tan buenos momentos dieron al aficionado y que por ausentes últimamente no se olvidan. Lo de ayer será de recordar y contar feria tras feria.

Con la Puerta Grande asegurada anduvo práctico con el que cerró festejo que resultó otra prenda de Victorino. Apretó de salida, buscó los tobillos y perdiéndole pasos lo dejó en el centro del platillo. Poco después del quite de Álvaro de la Calle, por cortesía de Manuel Jesús, saludó Alcalareño una ovación tras el uso de los rehiletes. Cabeceó en cada encuentro con la tela, buscando siempre lo que había al otro lado. El conocimiento del diestro ante este tipo de ganadería le sirvió para solventar la papeleta que de no ser por errar con la tizona hubiera significado otro apéndice.

José Ignacio Uceda Leal siguió el camino de su compañero de mano a mano a hombros tras cortar dos orejas que pudieron ser tres. Bonitos lances de recibo al que abrió plaza. Brindó al público, síntoma de ese idilio tan particular que mantiene con Gijón. Quizás sea por la elegancia de su toreo y la manera de componer la figura en conjunción de gran estética con su antagonista. Flexionado fue preparando al toro, noble y con la fuerza justa. Naturales con cadencia, derechazos y profundidad en la última a izquierdas ante «Estupendo» que ya iba perdiendo gas manteniendo su nobleza. Estoconazo con copyright y oreja. Otra la cortó de «Estudioso», bueno por el izquierdo al que veroniqueó muy a gusto. Lidia contemplando al animal, con suavidad para permitir el bonito vuelo que tomó la tela cuando Uceda se cruzó por el izquierdo. Los cambios de mano para los remates de las tandas hicieron brotar los aplausos y olés largos. Dominio de principio a fin, suavidad en el farol de remate que antecedió el templado pase de pecho. Se tiró encima y rodó sin puntilla el segundo de su lote. Quiso aumentar su cuenta de trofeos con el cinqueño quinto, hermano del toro premiado con la vuelta al ruedo. Trasteó el de Usera por abajo para intentar someter a otro cárdeno que se dejó. Quizás con menos acometividad. Puso gusto, bajó la mano e intentó arrastrar la franela ante el hocico de «Monerías» por el ruedo. Se fue parando sin abrir la boca, como el resto de sus hermanos. Pinchó esta vez y remató con otro volapié de los suyos. No llegó la oreja. Los saludos desde el tercio bien son una invitación, una cita para el día 13.

Uceda y Manuel Jesús, salieron triunfantes de un reencuentro con el hierro que les mostró el camino en su día y que ayer, cuando más lo necesitaban estos dos toreros, les ha vuelto a inyectar una dosis de confianza para recuperar la clase. Una clase que siempre estuvo ahí.

El juego de los «victorinos» fue un muestreo de lo que es la ganadería