"El que haga una colección para ganar dinero no es coleccionista". Ésta es la máxima que acompaña desde niño a Luis Ignacio Rollán y a otros tantos gijoneses que han dedicado una gran parte de su vida al coleccionismo. Una actividad que en todos los casos tiene el altruismo y el disfrute personal como dogma.

Luis Ignacio Rollán compagina la fotografía con su pasión por sellos, cartas y giros postales que desde pequeño empezó a guardar en un cajón sin saber que un día iba a convertirse en todo un tesoro. "Todos coleccionamos de niños. Recuerdo que recortábamos sellos de las cartas para dárselos a los 'chinitos' en el colegio y me acostumbré desde bien temprado a guardar un ejemplar para mí", describe Rollán. "Al final, cuando llegas a cierta edad y has superado las grandes responsabilidades de tu vida, de pronto, te acuerdas que tienes la colección, y vuelves a empezar con la misma ilusión. Recordando esa época de niñez y disfrutándolo todavía más", relata.

Su colección abarca dos campos. Por un lado todo lo que guarda relación con el origen del correo urgente en España, en 1905. "Es una colección de sobres circulados, que van urgentes, al extranjero y todos con su propia historia, ¿cuándo salieron?, ¿fueron en barco o en avión?, ¿llegaron tarde?. Requiere mucha investigación", explica. La otra parte tiene como protagonista la relación del hombre con el caballo. "Ahí entran sellos y documentos postales", concreta Rollán que se muestra contundente ante la posibilidad de vender su tesoro particular. "El que busque contraprestación económica no debe ser coleccionista", reitera. No obstante es consciente de la falta de relevo. "Sé que cuando me muera mis hijos la venderán y será la moto de un nieto", bromea entre suspiros.

Los sellos y las monedas, incluso llaveros o cromos son algunas de las colecciones más habituales. Algunas temáticas tienen una denominación específica y de lo más particular. ¿Han oído hablar de la conquiliología? Se refiere a la ciencia que estudia las conchas de moluscos, un negociado que también sirve para coleccionar. Lo más insoschepado es suscepcible de ser coleccionado. La deltilogía, afecta al coleccionismo de postales, la ululofilia, relativa a figurillas de lechuzas y búhos o la glucofilia, personas que arramplan y conservan los sobres de azúcar.

Gijón no se queda atrás con un amplio abanico de coleccionistas de todas las edades y, por supuesto, la filatelia se erige como la mejor fórmula de matar el tiempo libre.

En el coleccionismo sólo importa el tiempo, la dedicación y, por supuesto, el espacio para mostrarla con satisfacción. Un ejemplo es Juan García Tizón, gijonés jubilado de la banca, que se hace llamar "el abuelo cervecero". Permite visitas a su museo particular. Primero comenzó con 200 botellas en su casa, de ahí amplió al trastero del domicilio y luego a un local de Contruces tras conseguir 500 variedades diferentes.

Al final trasladó todo su material a un bajo comercial capaz de albergar los 5.200 botellines y jarras de cerveza de todos los continentes. "Además estoy en contacto con otro coleccionista asturiano que me cederá más de mil botellas nuevas", explica Juan García para quien su colección "no tiene precio".

Y para tantas botellas hacen falta muchos posavasos. La ayuda se la puede prestar Borja Cueto-Felgueroso, de veinticinco años, que demuestra que no importa la edad en el coleccionismo, sólo la intención de ir logrando nuevas adquisiciones.

El primer posavasos llegó de Glasgow, en 2008, a donde acudió a visitar a su hermano que vivía entonces en la ciudad escocesa. Pese a ser del Real Madrid uno de sus favoritos proviene de la ciudad Condal. Cueto-Felgueroso optó por usar sus posavasos para decorar las paredes de su habitación y dotarlas así de mayor vistosidad y personalidad. Más de 400 ejemplares donde están incluidos los principales comercios hosteleros de Gijón y muestras de otras zonas del mundo. Cada viaje supone varias adquisiciones. "Siempre que viajo o lo hace alguien de la familia o algún amigo que conozca de mi colección me traen posavasos del sitio al que han ido de vaciones", comparte. "La última adquisición lleva la firma portuguesa de Oporto", desvela Borja Cueto-Felgueroso.

El fútbol también tiene cabida en esta empresa. Entradas, bufandas, autógrafos o fotografías con futbolistas. El botín de Fernando Rubiera, por ejemplo, sobrepasa las 14.900 insignias de equipos de fútbol. "Antes de que llegue enero estaremos en las 15.000", sostiene Rubiera que también asiente sobre el altruismo de su hobby.

"El que colecciona lo hace para uno, no es nada fácil conseguir lograr tantas insignias", asegura satisfecho de ir una a una.

"Encontré la insignia del Sporting durante la II República española. Ni el propio club conocía su existencia", recuerda al tiempo que describe su hallazgo. "Era redonda, dentro del círculo las letras 'S' y 'G' superpuestas sobre fondo rojiblanco, y en lugar de una corona, en la parte superior, hay una almena".

Además su colección supone un legado importante. "Tengo de muchos equipos que ya han desaparecido". Ahora resulta un acto placentero el poder presumir de su colección aunque no lo hace con tanto ahínco como antes. "Era un trabajo de chinos y la gente no lo valora. Ahora la disfruto", mantiene Rubiera para quien su tesoro tampoco tiene precio.

Gijón tiene muchas muestras. Avelino Fombona donó al Muséu del Pueblu d'Asturias 155 aparatos de radio y música de una colección que considera "única y especial", y que incluye 128 radios. Algunas de 1915 y finales del siglo pasado. "Me di cuenta que el día que yo faltase se perderían como conjunto", revela.

El coleccionismo, extendido en Gijón por todos los rincones de la ciudad, deja claro que ni tiene precio ni tampoco límite de edad. Tan sólo tiempo y espacio para disfrutar de una afición que con el paso del tiempo, y de las adquisiciones, se convierte en una auténtica pasión.