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"El Aldeanu", una institución en la ciudad

Manuel Meana Canal fundó el hotel Asturias y durante años repartió comida a diario a los mendigos, acción piadosa que en su testamento pidió que se mantuviera

"El Aldeanu" entrega un plato de comida durante el reparto diario, acompañado de Luis Alfonso Gutiérrez, en 1942.

Su muerte corrió como la pólvora, de boca en boca, por toda una ciudad que se iba entristeciendo poco a poco con la noticia. Era un día 15 de mayo de 1958 cuando, horas después de que los rusos mandasen al espacio a el satélite artificial Sputnik 3, una larga enfermedad hizo claudicar a Manuel Meana Canal, "El Aldeanu", a sus 71 años. Había muerto un hombre cordial, trabajador, sincero, auténtico, generoso, popular y muy querido en Gijón. "Una verdadera institución" que en ese momento lograba pasar, con nombre y apodo propio, a la historia de la ciudad por ser el fundador del oscarizado Hotel Asturias y por haber alimentado a los muchos hambrientos que la posguerra dejó en Gijón.

Su historia se inició en la parroquia de Fano en 1888, de la que siempre se sintió muy orgulloso de pertenecer. Llegó muy joven a Gijón y pronto se le asignó el sobrenombre de "El Aldeanu". Abrió la taberna "El Diablo" en la zona del muelle, en un establecimiento muy próximo a la plaza del Marqués. Fue un chigre de éxito, pero poco tiempo después la vendió para enrolarse en otro negocio previo compra de una parcela en la plaza Mayor, donde hoy está el Hotel Asturias.

La primera hospedería que dirigió Manuel Meana la bautizó como "El Laurel" -hoy se puede ver, mirando hacia arriba en recepción, la moldura de hojas de laurel que adorna el techo que recuerdan aquella época- y tenía sólo 15 habitaciones repartidas en dos plantas. Todo ello fue posible gracias al sustento económico de Baldomero Alonso, administrador del Conde de Revillagigedo. Todo iba como la seda hasta que estalló la Guerra Civil. Fue en julio de 1936 cuando Manuel Meana, un hombre notablemente religioso y significado políticamente hacia la derecha- acabó detenido. Durante su reclusión estuvo realizando trabajos forzados en El Musel hasta que un día llegó la orden de que le fusilasen. Pero el destino le tenía otro guion preparado y logró librarse de la ejecución en el último suspiro, haciendo bueno el refrán de que uno recoge lo que siembra.

Quien intervino para salvarle la vida no fue otro que el responsable de la prisión. Era un muchacho al que años atrás había sorprendido robando en su hotel y le preguntó el porqué de su acción. Aquel joven le dijo que por hambre. Ante esa respuesta "El Aldeanu" declinó alertar a las autoridades. Ese gesto le salvó la vida.

Pero no fue el único donde demostró su solidaridad con el necesitado como demostró al comprobar los efectos que la contienda había dejado entre numerosas familias de la ciudad. Cada día, sobre las dos del mediodía, muchos eran los que hacían fila a la puerta del hotel. Allí salía puntualmente Manuel Meana, acompañado por alguno de sus empleados, para dar de comer a los necesitados, liderados por "La Perala", que se encargaba de contar platos y cubiertos al terminar. Una práctica que "El Aldeanu" comenzó tras el funeral de su esposa, al que acudieron varios mendigos a darle el pésame para sobrellevar mejor el luto. Incluso, dejó escrito en su testamento que el rito se siguiese llevando a cabo a pesar de su muerte.

Las crónicas de la época le definían como "un perfecto caballero, católico de sentimientos bien afincados; un español que jamás renunció a sus ideas y que tuvo la valentía de proclamar sus convicciones en las circunstancias más difíciles". Con esa carta de presentación se dejaba ver diariamente por la ciudad, dando muestra de que era trabajador. Siempre acudía él en persona a comprar la mercancía en la plaza del Sur. Allí reñía con las campesinas del concejo o bien por el precio o bien por la calidad del producto. Luego, en compañía de algún pinche llevaba las viandas que se servirían ese día. Alguno quedará en Gijón que le recuerde todavía hoy con dos pollos en la mano por la calle Corrida seguido de un carro con verduras y mantecas.

Otra de sus anécdotas que perdura en Gijón se produjo merced a la incorporación de mobiliario francés para los aseos. Al final de la cadena de la cisterna en una empuñadura de porcelana estaba escrita la palabra "tirez", es decir, "tire usted" pero pocos o nadie lo hacía. De ahí que colgase un cartel en el baño que ponía "tirad del tirez".

Tal fue su contribución a la historia de la city que hasta el Ayuntamiento -tras acuerdo ratificado el 9 de octubre de 2001- estimó oportuno darle su nombre a una calle situada en el polígono industrial de Somonte, con entrada por el Río Pinzales y salida por la calle de María González, "La Pondala". Otra mítica.

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