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OXANA RETINSKAIA | TERCERA CLASIFICADA EN LA SEXTA EDICIÓN DEL CONCURSO TELEVISIVO "MASTERCHEF"

La chef que sueña con un piano de cola

La concursante rusa de "Masterchef" reside en Gijón desde hace veinte años y aspira a abrir en la ciudad un local que conjugue repostería y música clásica

La chef que sueña con un piano de cola

La concursante de "Masterchef" Oxana Retinskaia nació al norte de la frontera rusa con Mongolia y, según dice, al lado del Baikal, considerado el lago más profundo del mundo. Desde entonces la cocinera ha estado buscando un hogar cerca del agua. Lo encontró hace veinte años, cuando descubrió la ciudad de Gijón y cuando dijo que no, que de eso nada, que de aquí no la movía nadie. Hizo una excepción, eso sí, para viajar a Madrid y participar en el conocido programa televisivo de cocina "Masterchef" y, ahora, ha vuelto con ganas de comerse el mundo: "Voy a seguir aprendiendo para poder abrir un local que sea mío en Gijón y ponerlo todo en práctica. Yo quiero que os sintáis orgullosos de mí".

Oxana habla a un ritmo frenético y con un marcado acento ruso. Se acelera, se disculpa y vuelve a acelerarse. "Yo pienso poco porque hablo siempre desde el corazón", explica. Esta espontaneidad hizo que su paso por la televisión no fuese un camino de rosas: "Me sentí un poco rechazada al principio. Claro, mujer extranjera, mayor, sincera... Me fui soltando poco a poco. Al menos ahora que estoy de vuelta en Gijón todos me dicen que la que salió en la tele era la Oxana real, la que todos conocen, la que soy. Eso me consuela".

Y lo cierto es que no le fue nada mal. Programa a programa, la rusa fue quedándose con el delantal puesto y era una de las grandes favoritas para hacerse con el trofeo ganador. "Juro que iba a cada programa dejando la maleta hecha en el hotel. No esperaba llegar tan lejos y tampoco seguí ninguna estrategia. Se vieron mis prontos, mis broncas y mis nervios. Yo es que soy así. Cuando el programa iba algo avanzado ya dejó de importarme si me iba o si me quedaba. Lo digo siempre: yo gané mi concurso. Fui a 'Masterchef' para recuperar el sentido de mi vida y para aprender. Eso hice", resume.

Y es que la cocinera se vino a Gijón por un amor que ya no existe. Hace alrededor de dos décadas conoció a un español del que, dice, se enamoró "perdidamente": "No lo pensé, estaba tan convencida... Me mudé con él a este país dispuesta a comenzar mi nueva vida, creía que nada podría salirme mal". Esta nueva vida empezó en León, la ciudad de la que es originario su ahora ya exmarido y que Oxana define como "encantadora", sí, pero sin playa: "A mí lo que más me gusta del mundo es el mar". Y un día la chef se vino con su enamorado a conocer la ciudad y no fue capaz de marcharse. "En cuando la vi le dije a mi marido que nos veníamos a vivir aquí sí o sí", comenta. "Al poco tiempo abrimos nuestro primer bar, a pie de playa, en San Lorenzo. Se llamaba El Girasol, era muy bonito. No teníamos dinero así que dibujamos nosotros las flores en las paredes", añade.

El negocio les fue bien y pronto la pareja pudo dejar el local de alquiler y abrir un negocio en propiedad en el Natahoyo. "Fui tan feliz... Sentía que podía trabajar las veinticuatro horas del día haciendo mis pinchos de tortilla y mis platos combinados. Eran cosas normales, nada glamuroso, pero me gustaba tanto que a veces dormía en el sofá del piso de arriba para volver a trabajar cuanto antes", asegura.

El amor que ya no existe caducó en septiembre y coincidió, más o menos, con las fechas de casting del programa gastronómico de televisión. "Yo me quedé hundida, muy triste. Imagínate: un matrimonio que se rompe después de 20 años, después de haber cambiado toda tu vida por ello. Sólo veía un túnel negro, una puerta cerrada. 'Masterchef' a mí me cambio la vida, me devolvió las ganas de vivir", resume. Oxana no albergaba demasiadas esperanzas de ser aceptada en el concurso, pero fue superando todas las pruebas. Cuando la llamaron para acudir a la última convocatoria, ella estaba viendo una actuación de ballet ruso: "Tenía el móvil desconectado y, cuando salí, los organizadores estaban ya histéricos. Tuve que irme corriendo a Madrid".

No quedó demasiado contenta con la prueba porque, según explica, le pudieron los nervios y su plato "no era nada del otro mundo". "Y claro, me ves allí, histérica, con mi plato que no sabía muy allá, muerta de nervios, rodeada de platazos y gente buenísima. Dije, bueno, va, me voy". Pero no se fue y el resto ya es historia. "Yo no esperaba que esto me fuese a cambiar tanto la vida. En Gijón ahora me paran por la calle, me gritan: ¡Oxana! ¡Una foto! Yo me quedo fría, todavía me estoy haciendo a ello", comenta.

Pero Oxana ha hecho más cosas que cocinar y enamorarse. En el Conservatorio de Moscú estudió piano durante 16 años y tiene una hija, Natalia, de 32. "Es diseñadora gráfica y es mi hija, mi amiga y mi mundo entero", resume. Cuando se separó, estuvo unos meses trabajando en "cosas que iban saliendo", principalmente relacionadas con el cuidado de ancianos. "Era muy difícil, porque a una extranjera mayor no se le da trabajo fácil. No sé qué hubiese hecho de no ser por 'Masterchef'".

Ahora la rusa está mejor que nunca. Recuperada por fin la "luz de la vida" que había dado por perdida tras su separación, gracias a su paso por el concurso Oxana se ha ganado también una plaza de formación en los restaurantes de un complejo hotelero de lujo en la República Dominicana. Estará allí, a partir de septiembre, durante todo un año. "Estoy muy emocionada, porque yo en realidad tengo todavía muchísimo que aprender. Por eso a veces me da vergüenza que la gente me pare por la calle y me diga que me admira. Quiero aprenderlo todo, y cuando vuelva pienso ponerlo en práctica en Gijón. Voy a abrir un local aquí y voy a hacer que os sintáis orgullosos de mí", promete.

Su negocio soñado mezcla la música con los pasteles porque, pese a sentirse muy a gusto entre fogones, a Oxana de vez en cuando le pican todavía las manos y tiene que sentarse de nuevo ante un piano. "Yo ya dije en el concurso que me había dado cuenta de que lo que yo quería hacer era repostería. Me di cuenta allí y lo sigo pensando. Para mí, lo ideal sería montar un salón de té en el que pudiese servir pasteles por el día o por la tarde. Pero el local tendría que tener también un enorme y precioso piano de cola. Así, por las noches, yo podría invitar a mis amigos pianistas y celebrar conciertos preciosos. Yo lo voy a intentar. Me enamoré de Gijón cuando la conocí y no pienso marcharme", sentencia.

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