La intención del vasco Bernardo Atxaga es que su "Casas y tumbas" sea su última novela porque, dice, está "cansado" de que todas sus ideas y proyectos acabe guardados en un cajón por no cumplir con un formato de más de 100 páginas de extensión. Fue, junto a Irene Vallejo, el invitado estrella de la Feria del Libro de Gijón, que saldó ayer sus cuatro días de actividad con casetas en Tomás y Valiente y el paseo de Begoña. El escritor, que logró llenar el aforo reservado en el patio del Antiguo Instituto, defendió a los autores que, como él, siguen apostando por su lengua materna minoritaria (en su caso, el euskera) en sus obras. "Sigo creyendo que es algo que da fortaleza al autor, que fideliza más a su comunidad de lectores. Con las traducciones, es absurdo que se siga preguntando a la gente que escribe en su lengua por qué no se cambia a una con más hablantes", criticó el vasco.

Atxaga se consolidó como escritor de renombre a finales de los años 80, cuando su novela "Obabakoak" fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa. En ella, el escritor se sirve de un pueblo ficticio, Obaba, para enlazar varios cuentos sobre fantasía y naturaleza. Explicó al público gijonés que este enfoque se le había ocurrido cuando, estando de visita en un museo arqueológico, vio un mosaico antiguo en el que los personajes jugaban a las tabas, que es a lo que él había dedicado buena parte de su infancia, lo que le hizo entender que la vida hace siglos no era tan distinta a la de ahora. En su nueva novela, convencido de la importancia del tono -asegura que hay obras suyas que no puede releer por encontrar fallos en este apartado-, toma referencias del cine y la literatura para introducir temas de debate que él mismo tilda de "moralistas", pero con un lenguaje que intenta alejarse de lo vacuo. Reconoce que lo de anunciar el fin de su trayectoria como novelista tal vez sea demasiado "optimista" como para lograr llevarlo a cabo: "Solo se que quiero hacer otras cosas, en otros formatos que no me limiten la extensión".