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De viaje con Jovellanos | Gran viaje de 1791 (XIX)

El amigo armero de Jovino, o cuando Jovellanos descubrió en Éibar los secretos de la fabricación de armas

El polígrafo gijonés sacó partido a su amistad con Juan Esteban Bustindui, miembro de una de las grandes familias armeras de Éibar

Escuela de Armería de Éibar.

Regresamos a Éibar, donde Jovellanos arribaba aquella mañana del 21 de agosto de 1791. En el capítulo anterior veíamos como nuestro viajero, casi como crítico de arte, describía minuciosamente cada ángulo de la iglesia parroquial de San Andrés, donde escuchaba misa. Pero sus explicaciones no se paran ahí, y a continuación dice así: “Hay en Éibar dos conventos de monjas, agustinas recoletas (cuyo convento se renueva) y franciscanas. Pasé a casa de D. Juan Esteban Bustindui con carta de su cuñado Aranguren, médico de Bilbao; es mozo de buena figura, aseado y atento, casado con hija del país, y con tres hijos, los dos varones. Mostróme sus oficinas, donde trabajaba un bello cañón de dos tiros; me dio razón de las fábricas, que copiaré aparte; me acompañó a casa y obligó a Peñalba y a mí que volviésemos a acompañarle a comer”.

Aquí, hay algún dato interesante a citar. Los conventos ya no existen pero estaban extramuros de lo que fue el recinto amurallado original de Éibar, que nace a orillas del río Ego, a partir de carta puebla firmada en febrero de 1346 por el rey Alfonso XI de Castilla, unos dicen que fue llamada Villanueva de San Andrés y otros San Andrés de Éibar. Algún estudioso sobre temas toponímicos comenta que ese Ei haría referencia a molienda, e Ibar sería valle o ribera, es decir, qué tal vez sea la ribera de la molienda, por la existencia de molinos en esa zona.

Lo que está claro es que a lo largo del periodo medieval fue ganando importancia por su desarrollo industrial, sobre todo en el ámbito de las ferrerías y posteriormente por la industria armamentística. Participó en las llamadas guerras de bandos, que no eran otra cosa que luchas intestinas de diferentes linajes nobles que querían imponer su poder en zonas determinadas. En el País Vasco y Cantabria estas fueron muy comunes a finales del siglo XIV.

Jovellanos menciona dos conventos, que fueron las Agustinas Recoletas y las Franciscanas. El desarrollo de la Contrarreforma y su consolidación espiritual, más la necesidad de asistencia del sector femenino muy golpeado, trajo consigo el nacimiento de conventos. En Éibar el de las Agustinas, denominado de Errebal, tuvo su origen en unas hermanas eibarresas, María y Magdalena Mallea, que pertenecían al linaje de los Aldatsa. Todo partió de una ermita que Magdalena mandó construir en 1589. María, poco después, hizo que fuese ampliada, y su hijo Juan Bautista Elejalde fundaría posteriormente el cenobio, que ya tenía vida conventual en 1603.

Ese convento desapareció y se construyó en su lugar una plaza de mercado, que también fue derribada hace apenas unos años, y donde se proyectó construir un espacio comercial.

El otro, llamado de Isasi, nació cuando Domenja de Orbea y el marqués Martín López de Isasi conceden la escritura de fundación y dotación para el convento de monjas de la Concepción Franciscana con fecha de 27 octubre de 1593. Estos lugares aseguraban en muchos casos el futuro de jóvenes del mismo linaje durante generaciones. El proyecto de la construcción fue realizado por Miguel de Aramburu, pero fue construido por Maese Hemando de Loidi.

Hasta 1955, que la congregación de desplazó hacia una nueva ubicación, cerca del actual estadio de fútbol de Ipurua, hubo vida eclesiástica aquí. En el lugar del antiguo se construyó la Escuela de Armería de Éibar.

Pistolas de chispa fabricadas en Éibar en el siglo XVIII.

En el mismo fragmento nombra a Juan Esteban Bustindui, y aquí hago un impasse, porque citar en Éibar el apellido Bustindui implica hablar de una de las familias más importantes en la industria armera desde sus orígenes. Los primeros Bustindui que fueron armeros, parece ser que eran oriundos de la costa vizcaína, de poblaciones como Markina o Berriatua, pero ya en siglo XVI estaban asentados en Éibar. El citado por Jovellanos, y con quien mantuvo amistad, porque en 1796 le hace un encargo, que iba dirigido a Arias de Saavedra, que constaba de una escopeta, dos pistolas y un cuchillo de monte que pudiera servir además como bayoneta, era Juan Esteban Bustindui Erquiñigo. Era hijo de Agustín Bustindui que ya había sido destacado cañonista y miembro de la junta gremial de Éibar.

Juan Esteban llegó a ser al alcalde de Éibar en 1793 y procurador en las Juntas Generales en Rentería. Sin duda, uno de los mejores armeros de aquella época. Algunas de sus creaciones se pueden ver en muchos museos armamentísticos incluyendo la Real Armería. Entre alguna de sus creaciones están las pistolas que la provincia de Guipúzcoa regaló al rey Fernando VII.

Lo que a continuación escribe Jovellanos en su Diario, es otro ejemplo más de las exquisitas descripciones que nuestro protagonista desarrolla tras observar con interés distintos elementos que se cruzan en su camino. Aquí habla de las fábricas de armas, poco debo añadir a lo que él narra, que dice así: “Lo que llaman fábrica de armas no significa lo que se cree de ordinario. Varios artistas establecidos en Ermua, Éibar, Placencia, Elgóibar y Mondragón trabajan las varias piezas de que se compone el fusil. Este arte se ha subdividido en tres principales, que se ejercen separadamente: cañoneros, llaveros, cajeros, y aun hay otra de arreeros, que son los que fabrican guardamontes, baquetas, abrazaderas. Varios hay que saben hacer y hacen todo esto, aunque prohibido por la antigua ordenanza; mas por lo común cada artista trabaja en su ramo. Los cañoneros saben incrustar perfectamente las miras y puntos de plata y las piezas de adorno de oro en el hierro, y empavonarle con la mayor perfección; los llaveros labran y esculpen el hierro en las formas que quieren, y le pulen con gran limpieza, y lo mismo los arreeros; otro tanto hacen los cajeros en la labor de las cajas. El más célebre de estos artistas es el dueño de esta casa, hijo de otro muy nombrado; su fama estriba en la excelencia de sus cañones, aunque hace todas las piezas. Trabaja para varios grandes y señores de la corte, para América, para Inglaterra, Francia, Rusia y otras partes, de donde le vienen encargos frecuentemente. En cada pueblo están reunidos en gremio los artistas de cada ramo y eligen anualmente sus prohombres, a que llaman diputados, para el gobierno de los negocios comunes y contratas; por lo demás, cada uno trabaja para sí con sus oficiales; ninguno, y nada, de cuenta del rey, quien contrata con la Compañía de Filipinas, y ésta, por medio de su prepuesto contrata con los diputados de cada pueblo y gremio el número de piezas correspondientes a su contento”.

Queda bien despiezado lo que era la fabricación de armas en aquel tiempo y los diferentes profesionales que formaban esa cadena de producción. Jovellanos dice que su anfitrión, el citado Juan Esteban Bustindui, y su familia, eran los mejores.

Y es que en Éibar, tenemos la primera noticia de fabricación de armas, registrada en un documento, en el año 1482, cuando el duque de Medina Sidonia encarga dos lombardas a la villa eibarresa.

El siglo XVII fue de gran auge en el sector, porque junto a la gran demanda de los nobles y las guerras que se desarrollaron la producción no paraba. Cómo bien menciona Jovino, se organizaban en sistema gremial, y esto será así hasta 1865, que desaparecen los gremios, y ya nos encontramos, con nuevos avances tecnológicos, los primeros talleres con propiedad del empresario y con competencia de mercado entre ellos. Nombres como Orbea hermanos, “Garate y Anitua” o “Larrañaga” se convierten en poderosos referentes de esta industria en constante crecimiento. Sólo en Éibar llegó a haber a principios del siglo XX 1149 armeros.

Llega la hora de la comida y escribe: “Hubo buen humor y buena comida: asado, calamares, anguilas, truchas, magras, guisado y frutas, entre otras unas ciruelas de enorme tamaño, pues igualaban al más grande huevo de gallina: son doradas como las claudias, bien maduras, de gusto suave; pero ni tan finas, ni tan dulces, ni tan jugosas como ellas. Buen vino generoso, bizcochos bañados y confituras; por último, anisete”.

Buena mesa y bien surtida la que tuvo Jovellanos en casa de Bustindui. Tras la pitanza parte y deja Éibar, pero ese trayecto y hacia donde se encamina lo vemos en el próximo capítulo.

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