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Adiós a Casimiro Álvarez, la sonrisa del transistor

Fallece a los 97 años el icónico locutor de Radio Gijón, protagonista de las ondas durante más de tres décadas: “Era un militante de la alegría, la ciudad le debe una calle”

Casimiro Álvarez, posando en una cafetería el pasado 2015, con 90 años. | | MARCOS LEÓN

La histórica voz de Casimiro Álvarez, icónico radiofonista gijonés, se apagó ayer tras 97 años de risas y charlas interminables. El comunicador, siempre vinculado a la Radio Gijón, se había retirado en 1990 tras más de 30 años en las ondas. Polifacético y de carácter inquieto, fue también compositor, miembro de la Polifónica Gijonesa, un mañoso poeta y, sobre todo, un narrador nato que le permitió ser, durante 35 años, la voz icónica de una Radio Gijón con la que acabó por colarse en miles de casas. “Era un militante de la alegría”, asegura Maribel Lugilde, compañera del locutor en su última etapa en activo.

Para Álvarez la radio era la radio creativa, la de los concursos y las historias, los seriales, las bromas improvisadas. Era la radio de Bobby Deglané, la de los magazines y las actuaciones en directo. Tras 35 años en directo, su anecdotario es imposible de resumir. El juez Luis Roda, por ejemplo, recuerda que un día, cuando él era aún pequeño, a Álvarez se le escapó una palabrota “de las fuertes” en antena, y que en otra ocasión, durante alguna de sus clásicas tómbolas, dos niños se pusieron a cantar, con bastante poco atino, y el radiofonista les trató de animar diciendo que les regalaría un tarrito de miel. Roda recuerda, sobre todo, las carcajadas de su abuela pegada a la radio: “Eso, y que el regalo más frecuente eran dos entradas para el Cine Avenida, porque a los niños nos hacía mucha ilusión”. “Te hacía pensar si ese buen humor que tenía siempre no tendría que ver con que sus orígenes no fueron fáciles. En sus últimos años trabajando, seguía ilusionándose delante del micrófono como nadie, era increíble”, completa Lugilde.

Porque esos inicios, sí, estuvieron muy lejos de ser fáciles. A los 27 años, Álvarez se había cansado de todo –trató de estudiar Comercio y la cosa no salió bien– y se fue a Madrid para probar suerte en el teatro. Allí entró en la Compañía Lope de Vega, donde consiguió pequeños papeles que no le hicieron despegar a ninguna parte, pero sí aprender a controlar la voz. Conoció a un por entonces casi desconocido Paco Rabal y a decenas de otros artistas, pero él vivió durante años durmiendo en albergues o, según contaba, al aire libre, en un jardín tras la Almudena.

Regresó pronto a Gijón y, casi sin querer, comenzó a colaborar con un teatro radiofónico dirigido por Enrique Granados, uno de los locutores de la época en Radio Gijón. Años después acabó supliendo al radiofonista y comenzando, sin darse cuenta, una carrera que le catapultaría a la fama.

“Los treinta del Club”, “Acróstico musical” y “Los artistinos” fueron algunos de sus programas más conocidos. Pero el gijonés se metió a la ciudad en el bolsillo, sobre todo, con ese formato de concursos que tanto le gustaban. De aquella lo que se llevaba era dar regalos a la audiencia por casi cualquier excusa, aprovechando para citar al anunciante del programa que financiaba el obsequio de turno, y de paso se permitía que el oyente de turno le mandase saludos y besos a sus familiares, que seguramente estarían en casa pegados a la radio. La anécdota más clásica de Álvarez, aunque él mismo reconoció en entrevistas que no la recuerda, fue la pista que le dio a una participante que debía adivinar la palabra “mayonesa”. Cuenta la leyenda que el radiofonista, que no daba puntada sin hilo, le dijo: “Es lo que le echas en los huevos a tu marido”. La mujer respondió con confianza: “Polvos de talco”. Cuando pasaban estas cosas, a su mítica compañera Mari Paz Lucas le empezaba a faltar el aire de tanto reír –cuando empezaba era difícil pararla, y Álvarez lo sabía– y el programa quedaba interrumpido unos segundos mientras el equipo trataba de recomponerse de la carcajada en pleno directo.

Otra clásica compañera del gijonés fue Mari Emi Fernández, histórica periodista local. “Fue un amigo excepcional, un compañero estupendo, un tipo responsable y trabajador. Una persona excelente, simplemente”, recuerda. Ella estaba tan acostumbrada a compartir pecera con el locutor que casi se le olvidaba a veces que era famoso, un despiste que se le pasaba nada más pisar la calle: “Era increíble ir a algún sitio con él de la que salíamos de trabajar. Es que le saludaba todo Gijón, era absolutamente conocido por todos”. De aquellos ataques de risa por sus ocurrencias, no obstante, recuerda Fernández que el que mejor se recomponía era el propio Álvarez: “Quedábamos todos llorando de la risa en una pausa y al minuto él se acercaba al micrófono y se ponía serio, a lo suyo. Era un hombre de radio”. A través de Álvarez cantaron al micrófono cientos de niños gijoneses. Artistas como Tere Rojo hicieron sus primeros pinitos en el mundo de la música de la mano del comunicador. “Radio Gijón fue mi segunda casa, como para muchos de aquella época, y Casimiro siempre fue muy cariñoso y atento con todos. Siento muchísimo su pérdida”, lamenta la cantante, que comenzó a frecuentar la emisora con solo ocho años.

Cuando cumplió 90 años, el Antiguo Instituto acogió un concurrido homenaje para un radiofonista que en aquel momento demostró seguir en muy buena forma. El acto, en clave cómica, simuló organizarse en forma de juicio, con Roda como falso juez y, en parte, fiscal. “Le acusé de todo, hasta de hacer una película pornográfica, porque salió en una con una escena un poco subida de tono”, recordaba ayer entre risas el magistrado. El periodista Pachi Poncela también “testificó” aquel día, y ya que aquella pidió lo mismo que solicita ahora: “Es increíble que este hombre aún no tenga una calle en la ciudad”. Otro testigo en aquel cumpleaños fue Miguel Mingotes, que inició su alegato diciendo: “Imagínense que soy Marilyn...”. Después el público se arrancó a cantar el “cumpleaños feliz”. Su sobrino, Germán Heredia, presentó también varias pruebas “acusatorias” contra el radiofonista, que de aquella seguía empeñado en cenar casi siempre solo pistachos, en pegarse largas caminatas, en no callar ni debajo del agua. Roda le había condenado aquel día a vivir otros 90 años más.

Como Álvarez era también muy cantarín y muy bueno con la pluma, compuso varias canciones, y una de ellas, titulada “Puerto amado de El Musel”, la grabó Víctor de Cimadevilla. “Era un hombre inacabable”, recordaba ayer el músico. Su buen amigo Jesús Santos Villagrá, no recuerda ni un solo día de Álvarez con el semblante serio: “El año pasado me saludó por el Muro, iba ya en su silla de ruedas, pero muy sonriente, como siempre. Era un ejemplo a seguir”.

Álvarez, que siempre presumió de haber tenido novias pero de haberse casado solo con la ciudad, deja a dieciséis sobrinos, a quienes quería como si fuesen sus hijos. El locutor ya les había dicho que no tenía previsto callarse ni en su propio funeral. Y su familia, agradecida ayer por todos los gestos de afectos, confirmó que las promesas se cumplen, y que en la despedida que acogerá la iglesia de San Lorenzo mañana martes, a las 12.00 horas, se leerá en algo un discurso redactado por el querido gijonés para despedirse de la ciudad que durante tantos años le puso la oreja.

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