Entrevista | José María Ruilópez Escritor, presenta en Gijón su poemario "Tiempo imaginario"

"Un escritor solo puede escribir con libertad si no espera nada de nadie"

"Muchas veces me gustaría interrogar a la gente por la calle para conocer su historia"

Ruilópez, con su libro, en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA en Gijón.

Ruilópez, con su libro, en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA en Gijón. / G. C.

Gabriel Cuesta

El escritor José María Ruilópez (Oviedo, 1948), colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, muestra una mirada personal e introspectiva en "Tiempo imaginario", su segundo poemario, que presenta en el Ateneo Jovellanos de Gijón, hoy (19.00 horas) junto al editor Luife Galeano y la escritora Cristina Alvarez de Cienfuegos.

–Es su segundo poemario.

–Estos poemas son el resultado de los dos últimos años, aunque sí que he sacado de un cajón algunos más antiguos, como "El beso". Hay variedad entre los, aproximadamente, 50 poemas: los hay cortos, largos... Y de diferente composición. La obra se la dedico a mi hijo Diego y a las poetas Indyra Lisy Pérez Peña y Mar Braña Gancedo, por su ayuda en los textos. También a quienes figuran en la cuarta parte del poemario, "Multipletes", con el que pretendo ensalzar a mis más allegados en forma de verso.

–Ha elegido un título contundente: "Tiempo imaginario".

–Los títulos son complicados. El concepto surge de los versos de una de las piezas que componen el poemario. Quería que fuera corto y, al tiempo, claro. En la portada va acompañado por una excelente ilustración del alavés Jesús Zatón, "Paisaje con mujer tumbada".

–¿Por qué dividir la obra en cuatro partes?

–Fue un proceso correlativo, horizontal. El primer capítulo se llama "Vida". Ahí hablo de mi padre, en un poema largo de siete capítulos, "El río sin mí". Y luego hay muchas referencias a mi infancia. Por ejemplo, "Mármol" es un recuerdo a una mesa de mármol de toda la vida que tenía en la casa del pueblo.

–¿Por qué esa idea metafórica del río como sustituto del progenitor?

–Me crie en Teverga. Allí se aprovechaban los restos de carbón entre el escombro que tiraban al río las grandes empresas mineras, para las cocinas, por ejemplo. El río nos marcó a los que nos criamos en la cuenca minera. El río te duerme, no es como el mar, que se altera continuamente. Es algo monótono y uniforme, como una nana.

–Luego habla de "Desamor". ¿El combate y el conflicto son inherentes al amor?

–El amor muchas veces te traiciona porque es demasiado emotivo y emocional. Al igual que el amor, el desamor también es fuente de inspiración. Escuché el otro día decir a Joaquín Sabina que para sus canciones no le inspiró su mujer, sino la otra. Cuando falleció François Mitterrand, expresidente de la República francesa, en el funeral estaban su viuda, su familia y su amante. En el fondo, todos tenemos un trasfondo de poligamia. Hay diferentes formas de amar. Está el afecto, el cariño, la pasión... Es algo que abordo en "La diva", uno de los poemas inspirados en el romance entre María Callas y Onassis

–En su mirada sobre la ciudad la presenta como espacio de misterio.

–Es el paisaje que recorremos día a día. En "Esa calle" hablo de Premio Real, en Gijón, por donde paso todos los días. Ahí ves todo lo que pasa a su alrededor. A la gente. Y hago un pequeño chascarrillo en forma de minipoema a la pandemia, que tanto daño causó. Es la pieza "Nasobuco", que es como llaman a las mascarillas en Cuba.

–¿El poeta debe guiarse por su entorno?

–Es que lo cercano forma parte de lo global. Muchas veces me gustaría interrogar a la gente por la calle para conocer su historia. Son desconocidos conocidos. Incluso generan unos amores platónicos impresionantes. Y, a veces, te percatas de que falta alguien. Y que no va a volver. Eso es algo traumático.

–También hace un homenaje a personas entrañables para usted.

–Les dedico piezas a mi mujer, mi prima, a viejos amigos... Algunas ya no están, fue un ejercicio muy emotivo. Creo que necesitaba hacerles este homenaje.

–¿Escribir es el mejor cobijo?

–Es un vehículo de expresión. Recuerdo mi primer poema. Lo escribí cuando murió Kennedy. Fueron 30 octavillas. Su fallecimiento me emocionó, porque su figura tenía un gran simbolismo para nosotros. Fue lo primero que escribí tan emocional. He recorrido un largo camino desde entonces. La poesía es cuestión de entrenamiento, de insistir para mejorar.

–¿Cómo se ha enfrentado esta vez al papel en blanco?

–Me dice la escritora y poeta Cristina Álvarez que mi poesía es un poco enrevesada. Y es cierto, porque yo tengo una mente que lo es. Al final, la forma de ser de un escritor está impregnada en su obra. Y también me considero políticamente incorrecto. Solo puedes escribir en libertad si no esperas nada de nadie. Tampoco soy de esos escritores que escribe en un bar tomando algo. Hay que escribir delante del ordenador, concentrado, solo y sin ruido.

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