Alerta en Gijón por la oruga que "puede ser mortal para los perros"

Los vecinos colocan carteles en el barrio de Moreda para advertir de la presencia de los insectos, que han adelantado su aparición por el calor: "En estas fechas tienen pocos enemigos naturales, como el cuco"

"Se ha visto a la oruga procesionaria en el parque. Mantén a tu mascota alejada de pinos y alrededores. El mínimo contacto con sus toxinas puede ser mortal". Este es el mensaje que se puede leer en varios puntos del parque de Moreda, donde los vecinos ya han visualizado las primeras hileras de orugas procesionarias del pino. Una especie que cuenta con pelos urticantes que pueden producir reacciones alérgicas en niños y mascotas al contener una toxina termolábil conocida como "Thaumatopina".

Por la izquierda, José Mari Uribarri, Gaizka Uribarri, Enol Solís y Óscar Boto, con su perro «Fito», ayer, en el parque de Moreda. | Marcos León

Cuatro orugas procesionarias en Gijón. / Marcos León

Normalmente las procesionarias abandonan su nido, en las copas de los árboles, trasladándose una detrás de otra al suelo para llevar a cabo la fase de crisálida a finales de febrero. Sin embargo, este año, debido a las altas temperaturas, este comportamiento se ha adelantado. "Muchos insectos y plantas marcan su ciclo por las temperaturas. Si son muy benignas pueden adelantar esos ciclos y ahora está siendo el momento en el que empiezan a descender desde los nidos de los árboles", explica Benito Fuertes, biólogo e investigador de la Universidad de Oviedo. "Tienen unos pelos urticantes para evitar la depredación que les hace ser bastante repulsivos. Provocan reacciones a nivel cutáneo muy potentes", afirma Fuertes.

Los múltiples gijoneses que pasean a diario por esta zona conocen bien a estos insectos, fácilmente identificables por la incesante actividad con la que se movilizan durante las temporadas primaverales. "Las notamos desde que hay pinos. Esto es lo de todos los años. Bajan y hay que tener cuidado. Son malas para nosotros, pero sobre todo para los perros, que pueden llegar a morir si muerden o se comen una", advierte Remedios Alonso, acostumbrada a recorrer el parque de Moreda con su mascota, "Enol". "Hasta que no acaba mayo no piso aquella parte de los pinos, que es donde están las orugas", asegura esta gijonesa de 78 años que se mantiene en alerta desde la semana pasada, cuando el veterinario le avisó de que "ya había tratado casos de oruga".

"El problema que tienen los perros es que si se les inflama la parte del hocico les puede provocar una reacción que puede llegar a obstaculizar la respiración", afirma Fuertes, quien añade una novedad respecto a los últimos años. "Al haberse adelantado el proceso, ahora hay menos enemigos naturales", reconoce. El biólogo se refiere al cuco común, "una de las pocas especies de aves que puede comer procesionarias", destaca, antes de enfatizar en la importancia de contar con una variada fauna. "Hay algunos animales, insectos y aves que podrían contribuir al control de estas plagas desde una perspectiva biológica", asevera.

Otro de los que transita con asiduidad por el parque de Moreda es Óscar Boto. Lo hace alejado de la zona en la que se hallan los pinos con el objetivo de cuidar a "Fito", su perro. "Hace dos años unos conocidos tuvieron que llevar a su perro de urgencia a la veterinaria porque se había puesto muy malo. Se les inflaman las vías respiratorias. Pueden enfermar o incluso morir", apunta Boto, quien agradece que los vecinos hayan colocado carteles para alertar de la temprana aparición de las orugas procesionarias. "No lo teníamos que haber puesto los particulares, tendrían que haber sido los responsables de los jardines", critica Teresa Tamargo, residente del barrio de Moreda desde hace 33 años, que pone el foco en que "entre los compañeros nos ayudamos porque pueden matar a los perros, que son nuestra compañía".

No obstante, estos insectos también pueden causar daños a los niños, especialmente a los más pequeños, que jugando en el suelo pueden coger con la mano o llevarse a la boca las procesionarias. "Ahora tenemos que tener más cuidado cuando van por la zona del césped, más que en otras épocas del año en la que no tenemos que preocuparnos por las orugas", dice Olaya Martín, madre de Gaizka Uribarri, vecino del barrio de El Natahoyo de cinco años. "Por parte de los padres, lo único que podemos hacer es que cuando estén cerca de los pinos tengamos más cuidado", apunta con resignación José Mari Uribarri, padre del pequeño.

Respecto a las posibles soluciones que se pueden tomar para tratar de minimizar las consecuencias que ocasionan las orugas procesionarias en personas y animales, los residentes de la zona anhelan que se repitan los procedimientos que se realizaron en anteriores ocasiones. "Tendrían que hacer lo que hicieron el año pasado: protegieron el pino con una bandeja alrededor y cuando bajaban se quedaban ahí", propone Benito Quintana, también vecino del barrio.

Por su parte, Fuertes agrega otras soluciones para este problema: "Se puede actuar localmente como en el caso de las avispas velutinas. Se puede localizar dónde están los nidos para incluso retirarlos o hacer algún tratamiento".

Suscríbete para seguir leyendo