Desde la torre de San Pedro

El periódico es una palestra que amplía la difusión del mensaje evangélico, un púlpito laico que nutre de humanidad la vida

Niños jugando al fútbol en el Campo Valdés, a la puerta de la iglesia de San Pedro. | Pablo Solares

Niños jugando al fútbol en el Campo Valdés, a la puerta de la iglesia de San Pedro. | Pablo Solares / Javier Gómez Cuesta

Javier Gómez Cuesta

Javier Gómez Cuesta

La mayor parte de los templos religiosos suelen tener una torre. La de San Pedro es inhiesta y esbelta, mástil secular de fe, que alberga las campanas que llaman a la oración y quiere ser vigía de la mar, a la que contempla y mira con serenidad y desenfado en la bahía gijonesa, que, según la marejada que tenga, mordisquea y besa la ciudad. Las torres te obligan a levantar la mirada y otear las nubes y el color del cielo. A lo largo de mis casi veinticinco años en Gijón, me he asomado muchas veces a la ventana de este periódico de LA NUEVA ESPAÑA con colaboraciones de opinión y comentario o necrológicas de compañeros sacerdotes intentado que su vida entregada no pasara desapercibida y rememorar su silenciosa huella. Durante un tiempo mantuve una sección que titulaba "La torre de mi pueblo" en la que pretendía hacer ver que, por encima de pecados y críticas, el evangelio es para la vida y ofrece valores fundamentales para hacer más digna y humana la vida de las personas. La máxima fundamental de su protagonista, un tal Jesús de Nazaret que misteriosamente –entre olvidos y descartes– atraviesa el espacio y el tiempo, es "amaos los unos a los otros... aun a los enemigos". Porque no lo hacemos, vemos los que está pasando, aquí y fuera de aquí. ¡Hay mucha leña y explota mucha pólvora!

Cuando uno se hace cargo de una parroquia (mi caso fue el 20 de junio de 1999), sus primeros orientadores e informadores en la nueva andadura son los feligreses que han colaborado con el párroco antecesor. Pero para conocer la ciudad y saber cómo hay que moverse en los diversos ambientes, nada mejor que los periodistas que son como los drones que cada día fotografían y levantan acta de lo que sucede y saben la historia reciente y pasada de la vida ciudadana. Conocía ya a Fernando Canellada, iniciador y director de LA NUEVA ESPAÑA de Gijón. Fue él quien me introdujo en una tertulia que disfrutaba del aperitivo y comía muchas veces el sabroso plato del día en la terraza de El Banús, en la acera de Poniente. La componían el gran maestro Juan Ramón Pérez Las Clotas, Dioni Viña José M.ª Bardales, Alfonso Peláez, Luis Antuña, Paco Prendes, Garrucho, Chema Cabezudo... a la que se sumaban ocasionalmente amigos invitados de cada uno. La conversación era socio-política-eclesial-ciudadana-cultural-humorística-divertida-crítica-laudatoria-sportingista y playa, con todos los ingredientes. Recuerdo que uno de los temas frecuentes era entonces el anunciado cierre de la Tabacalera y el futuro cultural del emblemático edificio de Cimadevilla que ahora acertadamente le asignan. Es un diamante por tallar. Tiene que emular al Guggenheim de Bilbao.

Allí recibí la invitación y el ánimo a escribir en el periódico. Para un cura, que tiene que hablar con mucha frecuencia en las celebraciones religiosas, escribir en un diario le ayuda a mejorar su vocabulario y no caer en tecnicismos teológico-escolásticos, a tener un estilo ágil, directo y desenfadado y aterrizar en la realidad de la vida de tus pacientes feligreses. Es conocido el dicho del pastor-teólogo protestante, gran pensador del s. XX, Kart Barth, que la homilía se debe hacer con la Biblia y el periódico. Por otra parte, el periódico es una palestra que te amplía mucho la difusión del mensaje evangélico, es un púlpito laico y puede nutrir de humanidad la vida ciudadana. Muchas de las realidades debatidas en la prensa tienen carácter ético y moral y, como decía Pablo VI: "La Iglesia es experta en humanidad".

Haciendo un balance muy por alto –merecía un "ver-juzgar-actuar" más reflexivo– de estas tres últimas décadas, Gijón ha cambiado notablemente tanto en lo eclesial como en la vida social y ciudadana. Por su idiosincrasia fabril e industrial, la Iglesia en esta ciudad tuvo un marcado acento de compromiso social, e incluso político en circunstancias pasadas, con recuerdo a personas como Carlos Díaz, José Luis Martínez, José M.ª Bardales, Eduardo Gordón, Silverio Zapico, Fernando Fueyo, Bonifacio Sánchez con sus obras sociales como la Residencia "Cimadevilla"... Sensibilidad que se va orillando, posiblemente porque la realidad se ve también distinta, con otros ojos. Hoy preocupa la baja práctica religiosa, la indiferencia de los jóvenes, la falta de sacerdotes, la necesidad de más participación laical de mujeres y hombres, en espera del funcionamiento de las Unidades de Pastoral. Como hecho más positivo indicaría la recuperación de la celebración de la Semana Santa y el respeto y dignidad de sus procesiones organizadas por las Cofradías. La Iglesia en Gijón ha tenido un peso e influencia social que es de justicia apreciar y valorar. Por las personas y por los hechos. No debe dejarse arrinconar. Reconocerse católico es una forma de ser y vivir, no un sentimiento visionario, que tiene dos mil años de historia, mucho más positiva que negativa. Y en Gijón, a la vista está.

Pasando a la socio-político, llegué a Gijón finalizada la gran transformación del alcalde Areces, que acababa de ser elegido presidente del Principado. Puso los cimientos para una modernizada ciudad después de su etapa industrial. La naturaleza fue generosa con este bellísimo litoral. Queda por acertar y promocionar el relevo de cómo quiere y puede ser. Se necesita imaginación y coraje. Sufre dos problemas graves, el de la baja natalidad (es más que anécdota lo publicado aquí el día 14 de este mismo mes: "Gijón sigue teniendo hoy más perros que menores de edad") y la falta de puestos de trabajo para las nuevas generaciones que se ven obligadas a emigrar aunque suspiren por volver y vengan a celebrar sus acontecimientos familiares y veranear. Solo así se explica que en San Pedro se celebren ochenta o noventa bodas y más de cien bautizos cada uno de estos últimos años.

Que San Pedro desde la torre de su iglesia, como nave varada junto al mar, siga bendiciendo las aguas y la ciudad y que LA NUEVA ESPAÑA, como estos primeros 30 años, lo pueda contar.