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Lee lo que canto

Músicas que nos dicen quiénes somos y músicas que ponen en alerta

"Él tiene dos o tres chicas a las que quiere como a mí, no es fiel, me pega. Pero, si me marcho, volvería de rodillas porque es mi hombre y seré suya para siempre" canta una y otra vez Billie Holiday en "My man". La vida de este icono del jazz fue una tragedia perpetua de drogas y maltrato. Las letras de sus temas legendarios proyectaron la lógica de aquel mundo, con hombres a los que hoy se impondría, cuando menos, orden de alejamiento y mujeres vaciadas de voluntad hasta lo patológico.

La musicóloga gijonesa Laura Viñuela ha concluido que de las letras de Joaquín Sabina se pueden entresacar, a ratos, reflejos del machismo latente en la sociedad. Lo ha dicho con serenidad académica, la misma con la que está encajando un diluvio de críticas, además de descalificaciones e insultos de diverso grosor.

A mí, que de Sabina me gusta hasta la voz, que le considero poeta antes que músico, le tengo en mi memoria emocional de juventud y madurez, y le agradezco las históricas horas de directo que ha regalado en Gijón, el asunto me ha parecido esencialmente poco novedoso y sencillo de entender; sin más vestiduras que rasgar. Leyendo las buenas letras siempre se aprende, fundamentalmente de nosotros mismos.

A la igualdad efectiva aún le queda un trecho, conservamos muchos resabios micromachistas -y alguno macro dolorosísimo: uno de cada seis asesinatos en España es machista-, nada se sustrae a esa realidad que penetra nuestro devenir cotidiano. Si escrutáramos nuestro día a día, podríamos elaborar una buena lista de detalles que reflejan esa mentalidad que presuponemos en retirada pero que todavía da sus buenos coletazos.

Sí me preocupan -una vez más- los insultos como argumento. Mal síntoma. Y, en relación directa con esto, me preocupan algunas letras escritas hoy por jóvenes. El reguetón -éste ya es un clásico- y el "trap" -que llega para quedarse- son dos géneros musicales que, con el pretexto de la provocación como declaración pública de la insatisfacción social, ofrecen auténticas odas a la violencia machista. Leer esas músicas sí pone en alerta.

"Agárrala, pégala, azótala, que va a por toas", "si sigues en esa actitud, voy a violarte", además de la constante alusión a las chicas como "putas" y "guarras" con el único rol de objetos sexuales, no precisan un análisis académico -que los hay, a ambos lados del Atlántico- para concluir que algo está emergiendo en la presunta vanguardia musical para reconectarnos con las cavernas.

Se han hecho peticiones a festivales para que retirasen de sus carteles a grupos, o campañas en redes para que se bloqueen en Internet videoclips de canciones. La respuesta ha sido discreta. Es verdad que son otras muchas músicas las que copan nuestras playlists como consumidores de cultura pero, más que liarse a vetar y prohibir, conviene no perder de vista el fenómeno, no vaya a ser que nos adelante por la derecha. Por eso, análisis como los de la experta gijonesa deberían ser acogidos con madurez en vez de convertirlos en un pimpampum de simplezas, cuando no insultos.

En cuanto a nuestro Sabina -un poquito nuestro sí que es- ¿qué decir de quien promete dejarnos en herencia exclusivamente derechos de amor? Larga vida.

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