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Héctor Blanco

La luz de las mareas: un repaso a la historia de las farolas del Muro

Hace un siglo que Miguel García de la Cruz, quien entonces desempeñaba el cargo de arquitecto municipal de Gijón, dibujaba el modelo de farola destinado a rematar la balaustrada del muro de San Lorenzo. En aquel mes de enero de 1922 se determinó el diseño completo del que hoy es uno de los elementos más reconocibles de nuestra ciudad y que, físicamente, es su linde con el Cantábrico.

Como muchas otras piezas tiene una historia compleja que, en este caso, se había iniciado 15 años antes, en junio de 1907, con el comienzo de las obras de construcción del muro entre la actual escalera cinco y el puente del Piles. El proyecto fue realizado por el mismo arquitecto y tenía como elemento más vistoso y artístico, precisamente, su balaustrada de remate. García de la Cruz puso especial énfasis en su diseño incluyendo ya en ella columnas de alumbrado eléctrico. Pero la construcción del muro pronto se convirtió en un asunto problemático ya que la obra no tardó en comenzar a sufrir los efectos de las marejadas e incluso el hundimiento de algunos tramos. La balaustrada era una obra sin complejidad técnica pero suponía un monto económico importante, colocarla sin tener garantías de que no resultase tempranamente dañada por los reasentamientos del malecón fue un riesgo que no se quiso asumir.

La barandilla del Muro pintada de color oscuro, hacia 1925. Foto J. M. Lorenzo (Archivo Patricio Adúriz) - Muséu del Pueblu d’Asturies | ARCHIVO MUNICIPAL

El problema estaba en que a partir de 1908 el muro cada verano contaba con más longitud, sus tramos iniciales se prestaban al paseo y era necesario dotarlo de un cierre que evitase accidentes. La solución partió de un planteamiento práctico: simplificar el diseño de la balaustrada inicial a mínimos de manera que si era necesario reemplazar algún tramo la operación y su coste fuesen asumibles.

De acuerdo con ese criterio, García de la Cruz diseñó una balaustrada dividida en secciones delimitadas por pilastras monolíticas de piedra caliza, mismo material del botaolas que servía de base a toda la estructura. Entre estas piezas de cantería se emplazaban los consiguientes tramos de barandilla compuesta por pilares de fundición enlazados con un par de tubos pasantes.

El arquitecto logró un diseño muy armónico y funcional que resultó favorecido por la ejecución final de los pilares de manera aún más simple de lo proyectado. Las obras se adjudicaron al contratista Severiano Montoto en 1912, comenzando la instalación de sus primeros trescientos metros al año siguiente cuando ya las obras del muro encaraban su fase final. Durante el resto de esta década esta operación urbanística se completó satisfactoriamente con la adición de puente sobre el Piles y el relleno de la avenida de Rufo García Rendueles.

Ya en el decenio de 1920 se abordó la necesidad de urbanizar el paseo marítimo y su avenida recuperando la idea de completar la balaustrada con la instalación de farolas, utilizando las pilastras de caliza como base. Y fue precisamente a lo que se empezó a dar forma en aquel mes de enero de hace un siglo. Del primer boceto llama la atención el diseño del foco por su aire oriental, aunque finalmente se optó por un modelo más convencional.

En julio de 1923 se adjudicó a Gervasio de la Riera el contrato para un primer lote de 17 farolas de fundición, con un coste de 7.800 pesetas incluyendo su colocación. Esta mejora estuvo acompañada por la realización de aceras, la instalación de bancos, la pavimentación de la avenida y la plantación de una doble hilera de tamarindos flanqueándola. En este momento es cuando se configura definitivamente la imagen más clásica del Muro, que pervivió hasta la década de 1950.

A la izquierda, boceto inicial de una de las actuales farolas. Arriba, la balaustrada del Muro, ya en blanco, hacia 1945. | Archivo Municipal / Foto J. M. Lorenzo (Archivo Patricio Adúriz) Muséu del Pueblu d’Asturies Héctor Blanco

Volviendo a las farolas, las existentes se modificaron en 1933, dotándolas de focos de mayor tamaño y pasando a flanquear el acceso a cada escalera a partir de la número cinco. A su vez, también en este momento se creó una versión con doble brazo para completar el resto del pretil que se contrató con la Constructora Gijonesa. Quedaba así definitivamente cerrado el diseño de la balaustrada.

Las sucesivas reformas urbanísticas del frente marítimo implicaron su prolongación tanto hacia San Pedro como hacia el Rinconín, e incluso a orillas del Piles, alcanzando actualmente una longitud de más de tres kilómetros.

Ninguna parte de las farolas ni del resto de la balaustrada que vemos hoy es la original: toda ella es una versión moderna del diseño de García de la Cruz colocada a partir de la primavera de 1993 durante la última reforma del paseo. Volvieron las farolas de doble brazo, ya que todas las de la balaustrada habían sido suprimidas en la década de 1960 siendo sustituida por mástiles para banderas. Sólo la estructura de una de las farolas originales había sobrevivido en el Tostaderu, sirviendo como modelo para las nuevas fabricadas en la antigua sede de Fundiciones Infiesta en El Natahoyo. Cada farola actual, excluyendo el pedestal de piedra, pesa unos 300 kilos y mide unos dos metros y medio .

Hoy no concebimos otro color que el blanco, pero lo curioso es que en fotografías de hace un siglo permiten apreciar que era oscura. ¿Quizás un tono granate por tratarse de pintura anticorrosiva similar a la que se aplicaba al casco de los buques? No ha podido localizarse ningún testimonio certero al respecto, lo que sí puede comprobarse que el blanco se impuso a partir de la década de 1940.

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