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Maribel Lugilde

Señor Smith

Derbi, Universidad de Oviedo y la tentación de la furia

Salvando las distancias, porque un investigador no cobrará nunca, ni de lejos, lo que un jugador de fútbol ni tendrá contratos de imagen con marcas, coches de alta gama, gloria en los aeropuertos… Salvando esas distancias, digo, no he podido evitar estos días hallar concomitancias entre el sonrojante espectáculo al final del derbi Sporting de Gijón y el Real Oviedo, y lo que se sabe del expediente abierto a dos profesores de la Universidad e Oviedo por hostigamiento a Carlos López Otín. Cuando los argumentos se agotan, la tentación de la furia.

Desde mi ignorancia militante del universo balompédico, pero con la autoridad que me dan años de lavadoras desde prebenjamín a juvenil, entiendo que perder un derbi por un gol en propia puerta pone a prueba la templanza. Pero para ello existe y se entrena, para lucirla con elegancia memorable en esos momentos críticos. A no ser que ni exista ni se entrene, campe la rabia en el césped y haya de intervenir la policía para proteger a unos jugadores de otros, ante la mirada avergonzada del público, incluido el infantil.

Todo apunta, por otro lado, a que en los departamentos de Psicobiología y de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Oviedo se cocinaba a fuego lento la envidia. Se espera de quienes se mueven en la élite de la intelectualidad, capacidad de convertir los celos profesionales en sincera y púbica admiración, aunque sea fruto de una penitencia autoimpuesta. Pero, de nuevo, relucen las miserias. Y nuestra universidad copa titulares por conductas dignas de una organización tóxica en vez de ofrecer al mundo respuestas para el buen envejecer, para doblegar a células egoístas.

“La maldad es del definitivo fracaso de la inteligencia” asevera José Antonio Marina en su delicioso ensayo “La inteligencia fracasada, teoría y práctica de la estupidez”. Habla Marina de las sociedades inteligentes frente a las “embrutecidas o acanalladas”, en las que “las creencias vigentes, los modos de resolver conflictos, disminuyen las posibilidades de las inteligencias privadas”. Porque la gran tragedia de las sociedades estúpidas, según el filósofo, es que cierran “el campo de juego para la inteligencia personal”, mientras que las lúcidas, las justas, lo abren. Tomemos nota.

Will Smith enterró su óscar en lodo con una reacción macarra, de un primitivismo desinhibido. En el momento en que la hoguera ha de quemar las vanidades y la nobleza obliga a aplaudir y venerar lo bello, sea propio o ajeno. Smith se disculpó días después. También los jugadores del Sporting. Quizás lo hagan los profesores investigados. Deberían. Pero qué bueno sería que nada de esto hubiera ocurrido. Ser por siempre aquel buen Smith, segundos antes del estúpido.

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