Urbanista y experto en seguridad y catástrofes

Oviedo, L. Á. VEGA

El arquitecto y urbanista Ramón Fernández-Rañada Menéndez de Luarca (Oviedo, 1943) analizó a fondo, hace ya unas décadas, el accidente nuclear de Three Mile Island, cerca de Harrisbug (Pennsylvania), el 28 de marzo de 1979; un siniestro que, con ser hasta ahora el segundo más grave de la historia después de Chernobil -y podría perder ese puesto a la vista de los acontecimientos que se desarrollan en la central de Fukushima-, se saldó sin víctimas mortales, aunque en la zona aledaña a las instalaciones vivían unas 25.000 personas. Fernández-Rañada estima que quizás esta vez no haya la misma suerte que en Harrisburg, aunque tampoco cree que la situación se escape de las manos como ocurrió en Chernobil, sobre todo por la mayor seguridad de la planta japonesa y preparación de los técnicos nipones. «Aún parece posible que todo se limite a un escape moderado de radiactividad, aunque Japón sufrirá un desastre económico absoluto», estima el arquitecto. A la pregunta de si es posible un desastre similar en Europa y España, Fernández-Rañada contesta con la historia, con el terremoto de Lisboa de 1755, de 9 grados en la escala Richter, que generó un tsumani que mató a 90.000 personas, mil de ellas en Ayamonte de Huelva, a bastante distancia de la capital portuguesa.

-¿Cree que la actual crisis de Fukushima supera a la de Harrisburg?

-Parece posible afirmar que se está aproximando a su misma gravedad -grado 6- y que no es imposible que la iguale o la supere. Por lo demás, debe tenerse en cuenta que existen múltiples factores que llevan la situación hacia arriba y hacia abajo y que, si se puede decir así, en Harrisburg hubo algo de buena suerte, lo que ahora no está garantizado que se repita. Por ejemplo, según las cintas de conversaciones grabadas, en Harrisburg se creó sorpresivamente dentro del reactor una burbuja de hidrógeno fuera de control, como las que estallaron en Fukushima, que creció sin que nadie pudiera evitarlo y desapareció luego de la misma manera. Además, en Harrisburg no hubo una evacuación de la población como la que ahora está teniendo lugar, lo que permitió luego disimular la importancia del accidente; pero la razón de ello estribó en que, cuando las autoridades consideraron la necesidad de la evacuación, les pareció que podía ser peor el remedio que la enfermedad, dado que un incremento repentino de la radiactividad, que entonces parecía muy posible, tendría consecuencias mucho más peligrosas para una población en traslado que manteniéndola dentro de sus casas con las ventanas cerradas. Luego no resultó necesario acometerla.

-¿Cómo puede solucionarse la situación, si es posible?

-En un asunto de tal complejidad deben de estar tomando constantemente decisiones sobre el terreno grupos de especialistas muy capacitados. Precisamente uno de los puntos más negativos es la dificultad de dirigir los procesos cuando muchos de los lugares críticos, incluyendo puestos de control, hacen muy peligroso el acceso a ellos. Los 50 ingenieros (ayer se incrementaron a 180) que se mantienen allí tienen verdadero mérito.

-¿A qué se están enfrentando?

-Da la impresión de que hay simultáneamente tres tipos de problemas en Fukushima. La posibilidad del «meltdown» o fusión del núcleo, que parece que ya se ha iniciado en algunos casos, la posibilidad de rotura de la vasija y el hecho de que alguna de las piscinas en las que se conserva el combustible radiactivo estén, como consecuencia del fracaso de los sistemas de refrigeración, hirviendo. Si, finalmente, las barras de combustible llegaran a quedar en contacto con el aire, podrían incendiarse y producirse descargas graves de radiactividad.

-¿Qué ocurriría en caso de fusión en el reactor?

-La fusión de los núcleos sería soportable si resiste la estructura de envoltorio exterior, pero si ésta pierde su impermeabilidad a la radiación, como consecuencia de roturas parciales, podrían producirse fugas radiactivas de importancia.

-Se está apuntando a que los técnicos japoneses no tuvieron en cuenta la posibilidad de un tsunami cuando diseñaron la central. ¿Qué opina?

-Me parece imposible. Si no me equivoco, la palabra tsunami es de origen japonés. Es obvio que Japón está situado al borde de una zona sísmica crítica y todos los países avanzados tienen normativas muy elaboradas para la protección de instalaciones contra movimientos sísmicos. En el caso de España está la norma NCSE-94 que, por ejemplo, trata de distinta manera un edificio en Oviedo que en Granada (grado sísmico 0,25). De hecho, siempre se había puesto como ejemplo de eficacia la normativa japonesa.

-Entonces, ¿por qué motivo se situó una central al borde del mar?

-Sucede algo que hace a las centrales muy vulnerables a los tsunamis. La tecnología de los reactores BWR de General Electric (que utilizan agua en ebullición) y, en general, la de todos los reactores comerciales, disipa al medio ambiente bajo la forma de calor el doble de la energía eléctrica que producen. Eso se realiza mediante el empleo de un sistema de tres circuitos. Uno primario sellado, otro secundario que es el conectado a las turbinas que producen la corriente eléctrica y un tercero, a escape libre, que vierte agua caliente al exterior. Ello lleva a que se construyan en inmediación de grandes masas de agua, en la mayor parte de los casos el mar, y a que estén situadas en sus orillas. Así, la central nuclear que había prevista para Asturias en el plan de nuclearizar España proyectado en los últimos años de Franco iba a estar situada en la Concha de Artedo.

-También está el caso de la central de Lemóniz, un proyecto ya abandonado.

-Ese ejemplo nos indica la locura que puede gobernar la elección del emplazamiento de una central nuclear. Una instalación de este tipo debe cumplir condiciones muy estrictas de evacuación, en el sentido de que debe ser posible evacuar a una cantidad de población elevada, próxima a la central, en plazos forzosamente reducidos y ello por muy buenas razones. Pues bien, Lemóniz está situado de forma que, de producirse una incidencia grave, se tendría que evacuar a la población del norte de Vizcaya atravesando, hacia el sur, el Gran Bilbao. No hago comentarios.

-¿Cree que tendrá efectos sobre la población japonesa?

-Todavía parece posible que todo acabe bien, relativamente, y se limite a un desprendimiento moderado de radiactividad en Japón y a un desastre económico absoluto, En los próximos dos o tres días se sabrá.

-¿Y en el resto del mundo?

-En el caso del resto del mundo, la influencia será con toda seguridad grave, pero no se deberá a la radiactividad sino a que se retrasará sustancialmente el proceso de salida de la crisis.

-¿Se trata de un nuevo Chernobil, aunque «a cámara lenta», como ha indicado algún experto?

-Parece que la diferencia primordial radica en la muy superior solidez de las edificaciones exteriores que envuelven los núcleos de las centrales y en la mejor preparación técnica de los operarios. Si se consigue mantener los sistemas provisionales de refrigeración con agua del mar que se están utilizando y el resto de medidas que se están aplicando, podrá evitarse llegar a una situación tipo Chernobil.

-¿Hay posibilidad de una crisis similar en Europa?

-Ésa es la pregunta del millón. En todo caso, apuntaré un dato y una opinión: el dato es que se estima que el terremoto de Lisboa de 1755 tendría aproximadamente un grado 9 en la escala de Richter. El tsunami y los incendios mataron unas 90.000 personas en Lisboa. En España el tsunami llegó hasta Ayamonte, en Huelva, donde mató a unas 1.000 personas y de paso creó la isla Cristina. A mi juicio, no es posible calcular matemáticamente con exactitud la probabilidad de accidente catastrófico en una central nuclear. Cada uno de ellos es diferente de los demás. Parece razonable pensar en que haya una probabilidad de uno por cada 10.000 o 20.000 años/reactor, lo que, con la cantidad actual de reactores en funcionamiento, equivaldría a uno cada veinte o cuarenta años. En tal caso, si se emprende una política que duplique su número, la proporción bajaría a un accidente cada diez o veinte años, y así sucesivamente.