Una avioneta Cessna realizó varios vuelos sobre La Morgal en el año 2014. Su objetivo era tomar fotografías oblicuas, tanto en color RGB como en infrarrojos, de toda la zona, una técnica de prospección no invasiva que se emplea ya con relativa frecuencia en el ámbito de la agricultura de precisión. Estas fotografías permiten detectar diferencias milimétricas a nivel de suelo, que no son apreciables a simple vista en el terreno, pero que pueden ser determinantes a la hora de realizar ciertos cultivos. Las fotografías, tomadas por la empresa Foto Asturias, mostraron de hecho unas llamativas diferencias de nivel, no tanto por su altura como por el hecho de que eran regulares: lo que había en el subsuelo de La Morgal, durmiendo el sueño de los siglos bajo fincas de pasto y tierras de labranza, había sido construido por el hombre. Al contemplar esas imágenes los arqueólogos no tuvieron duda: esas estructuras parecían indicar la existencia de una trama urbana, justo en la zona en la que, en el siglo II de nuestra era, el geógrafo Claudio Ptolomeo había situado la mítica ciudad romana de Lucus Asturum.

Aunque esta técnica de prospección no invasiva tenía ya cierto predicamento en el mundo de la agricultura, su uso para localizar yacimientos arqueológicos era, en aquel momento, pionero. El principio es sencillo: los sedimentos que se depositan sobre el terreno con el paso del tiempo, al hacerlo sobre una estructura construida se asientan de una forma diferente, creando esas pequeñas variaciones que, si bien resultan inapreciables a simple vista debido a los siglos transcurridos, están ahí.

Vista aérea de la ería de La Castañera, solar de la antigua parroquia de Santa María de Lugo de Llanera donde se localizaba el enclave romano de Lucus Asturum. G. B.

A aquellos primeros vuelos de la Cessna siguieron la toma de imágenes con un satélite comercial, el WorldView 2, ya en 2015. Aquellas imágenes fueron analizadas por Javier Calleja, profesor del Departamento de Física de la Universidad de Oviedo, quien en base a los cambios detectados en la reflectancia de la vegetación en las instantáneas concluyó que había algo en el subsuelo. “Cuando el suelo tiene algo enterrado debajo, un muro por ejemplo, el suelo que crece junto a él tiene propiedades físicas y químicas diferentes. Y lo que crece encima también, y además refleja la luz de una manera diferente”, señalaba Calleja, en declaraciones a LA NUEVA ESPAÑA, cuando se revelaron los resultados de las imágenes.

La toma de imágenes continuó en 2016, ya con vehículos no tripulados que tomaron ortofotografías en color RGB y RE (Red Edge, en alusión al borde rojo que indica el cambio de reflectancia) y NIR (infrarrojos cercanos). Cada nueva tanda reforzaba los resultados de la anterior, pero la clave definitiva la dio un análisis de datos Lidar: un sistema de medición mediante láser infrarrojos que permitió generar una topografía del suelo con gran precisión. Así se constataba que en el subsuelo de La Morgal aguardaban varias estructuras construidas por el hombre, justo en la zona en la que creía que podría estar Lucus Asturum.

Los prometedores resultados llevaron al Ayuntamiento de Llanera a impulsar una excavación. En septiembre de 2018, un equipo de arqueólogos y voluntarios liderado por Esperanza Martín afrontaron la primera campaña de excavaciones en la zona. Eligieron la Ería de La Castañera, una zona en la que se apreciaba de forma nítida la presencia de una construcción en las imágenes tomadas desde el aire, y que además se localizaba en las proximidades de una iglesia y una necrópolis medievales que habían sido descubiertas a principios de la década de 1990, en unas excavaciones lideradas por Carmen Fernández Ochoa.

Aquella primera campaña de 2018 fue un éxito rotundo. El equipo de Esperanza Martín encontró restos de época romana a escasa profundidad ya el primer día de campaña, justo en el emplazamiento determinado por las ortofotografías. Durante tres intensas semanas, la campaña arqueológica excavó en torno a 200 metros cuadrados, sacando a la luz un conjunto termal que se mantuvo en activo durante, al menos, tres centurias, entre los siglos II y IV de nuestra era. La estimación es que se excavó en torno a un tercio del conjunto, sacando a la luz estancias como un caldarium (para baños calientes) y un frigidarium (para baños con agua fría). En estas estancias se recuperaron más de un millar de materiales, incluyendo piezas cerámicas, monedas y diversos elementos de adorno personal. Además, el equipo de Esperanza Martín pudo recuperar, de uno de los muros del inmueble, una pintura con motivos florales, en color azul y con líneas rojas sobre fondo blanco.

El año siguiente, el equipo se centró en el trabajo de laboratorio, para analizar todos esos elementos recuperados en las termas, y en 2020 la pandemia impidió volver sobre el terreno. Pero el pasado verano, Esperanza Martín y su equipo retornaron a La Morgal para una nueva campaña. En esta ocasión, se eligió la parcela anexa a la finca en la que había aparecido el conjunto termal, y de nuevo los resultados se dejaron ver desde el primer día. En esta ocasión, los arqueólogos sacaron a la luz un núcleo habitacional con un pozo, recuperando de nuevo una ingente cantidad de materiales.

Esperanza Martín, en primer término, con Pascal Chevrier, en el pozo descubierto en la zona.

Estas estructuras estaban además alineadas con las termas halladas tres años antes, con similar orientación, pero su datación no coincidía: la vivienda, de la que se excavaron dos estancias y una cocina además del pozo y dos basureros, habría sido ocupada entre los siglos I y II, en atención a los materiales hallados en la excavación, que incluyen monedas, restos de piezas realizadas en cerámica y materiales usados en construcción, entre otros.

La cronología precisa del asentamiento romano es uno de los enigmas que quedan por resolver. Otro, quizás el más importante, es desentrañar su naturaleza. Probablemente, Lucus Asturum no fuese una gran ciudad del tipo de Emerita Augusta (actual Mérida), sino más bien una “mansio”, una zona oficial de parada en una calzada romana (en este caso la vía de La Carisa, que unía León y Gijón). La “mansio” estaría integrada por posadas, ventas, termas, tabernas y tiendas asociadas, formando un núcleo urbano articulado a partir del trazado de la calzada. En torno suyo irían floreciendo “villae”, viviendas asociadas a explotaciones agrarias, formando un núcleo disperso, probablemente de una extensión considerable, y en cualquier caso de gran relevancia para la historia de Asturias.