Opinión

Don Ignacio, cura y promotor rural

Semblanza de un sacerdote bueno y humilde

Conocí a Ignacio en octubre de 1966, en el pueblo de Naraval (Navelgas), cuando fui destinado como primera parroquia a Calleras, pero, dada la carencia de residencia, fui acogido por Ignacio en la casa rectoral que acababa de edificar según el modelo de don Manuel Miranda, a quien Eugenio Campandegui, siempre imaginativo, apellidó con acierto "don Manuel Chabolas". Desde el primer momento capté su bondad y admiré su destreza para conducir una moto de gran caballaje, con ruedas de tacos para andar por aquellos caminos empinados y embarrados, o manejar una máquina excavadora. Él fue el alma, con reuniones agotadoras para convencer a los vecinos que tenían que ceder el paso por sus fincas y el trabajador incansable, subido muchas veces a la pala, de la carretera de Navelgas a Calleras, que seguiría después a Fastias. Muchos vinos hubo que sorber en Casa Agustín que servía Manolín, hoy nonagenario. Se suele decir que el cura rural tiene otro altar en el mostrador del bar del pueblo.

Oriundo de Taramundi, donde nació el 15 de marzo de 1936, fue un buen estudiante, deportista torpe que le ocasionó lesiones serias en la parroquia, pero hábil para las cosas prácticas. Le gustaban los idiomas. Recuerdo que cuando llegué a su casa, ya muy de noche, estaba con el "Assimil" ruso. Pero él no era persona de libros y despacho, sino de calle, de hablar con las personas y ayudarlos a resolver los problemas.

Ordenado sacerdote el día de San José de 1961, su primer destino, de solo unos meses, fue coadjutor de Villaviciosa, con aquel severo y tieso don Pedro de la Fuente Junco. Le siguió una estancia corta en San Martín de Anes (Siero). Hasta que, en un intento de promocionar la pastoral rural con el movimiento de la JARC -hoy Movimiento Rural Cristiano- que lideraba Cristino desde Hevia, fue llamado a formar parte del grupo de curas que se ubicaron en diferentes parroquias significativas de Asturias (Piantón, Caso, Oles, Posada de Llanes, Abándames…, por recordar algunas) y que supuso un toque de atención y promoción del mundo de la agricultura asturiana.

Ellos cooperaron en las primeras huelgas. Fue sonada la de la leche en el año 1966. ¡Qué lucha tan larga la del campo que sigue viva hoy! Ignacio tiene como destino San Salvador de Naraval. Han sido 24 años en esa parroquia que ni le olvidan ni la olvidó. Sin aminorar su labor apostólica, organizó a los vecinos de las parroquias y pueblos para abrir carreteras, hacer traídas de aguas, cogiendo el pico como los demás. Que fue muy activo lo demuestra una pancarta que le dedicaron en una de las huelgas: "Sí, al cura tradicional. No, al cura de Naraval". Compañero y amigo del Padre ángel García, que le visitaba alguna vez, llevando allí un grupo de los niños acogidos de la Cruz de los Ángeles que, al menor descuido, ponían en práctica sus picardías, tuvo que aguantarle sus bromas y trastadas imaginativas.

Después de un año de reciclaje en Salamanca, fue nombrado párroco de Lugo de Llanera, una parroquia más trabajada, sucediendo a Pepín Nembra, maestro en obras y restauraciones. Todavía le quedó a Gallo la restauración del manto de la imagen antigua de Santa María, que bendijo San Juan Pablo II en la celebración de la Eucaristía en Llanera, aquel inolvidable 20 de agosto de 1989. Fueron tres décadas, nada menos. En el homenaje de despedida, le dieron las gracias diciéndole: "Nos queda su humildad, su sencillez, su solidaridad e infinita preocupación por los necesitados". La mejor herencia pastoral de un cura. Le quedaron fuerzas y ánimos para dedicar un año como adscrito a San Javier de la Tenderina de Oviedo. En la Casa Sacerdotal le llegó su final. Estaba próximo a cumplir los 88 años de edad y 63 de sacerdocio. Con un piquín de timidez, le presentará al Señor una bonita y variada biografía de su vida al servicio de la Iglesia.