Experto durante toda su vida en congregar a «personas inquietas», Juan Benito Argüelles (Oviedo, 1930), nació en la estación del Norte de la capital asturiana, lo cual, «según Alarcos, explicaba mi espíritu viajero». No en vano recorrió la Europa de los años cincuenta y se empapó de «libertad, respeto por la ciencia y vocación política». Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras (especialidad de Románicas), Juan Benito se volvió de nuevo sedentario en su Oviedo natal, donde contribuye a crear la Alianza Francesa, «que salió de la tertulia del Rialto, que era de crítica política y por ella nos denunciaron». Un anuncio en el periódico le hizo saber que un escritor cuyo nombre no se mencionaba buscaba secretario. «Fui seleccionado entre 400 candidatos y cuando llegué a Mallorca Camilo José Cela vino a recibirme y me dijo: "Coño, eres igual que el actor José Bódalo"». Era el año 1966 y el ya consagrado escritor le explicó el horario de labor, «pero si un día tienes un ligue con una sueca, no vienes a trabajar».

En 1967 Alarcos le llama a la Universidad de Oviedo como profesor de Lengua y Literatura Francesa. Después obtuvo la cátedra de esta lengua en Enseñanza Secundaria y trabajó en varios institutos asturianos hasta su jubilación. En el primero de ellos, en Moreda, «tuve una denuncia de varios padres porque, según ellos, enseñaba la "Internacional"; pero lo que yo enseñaba a los alumnos era en realidad la "Marsellesa"». En otro instituto, el del Aramo, conoció a su esposa, Lola Fernández Lucio, con quien se casa en 1978. «En la sala de profesores se dejó de hablar de trienios y cosas así; ella me hablaba de Bousoño y yo de Ángel González».

Las inquietudes políticas y culturales de Juan Benito habían salido a relucir en las tertulias de las cafeterías Logos («cuando se llamaba el Albabusto») y Rialto, pero tiempo después, en los últimos años de la dictadura, crea con José María Laso las «Cenas del Fontán». En 1977 es uno de los fundadores del premio literario «Tigre Juan», que en la actualidad trata de recuperar. A imagen de la «tertulia "Siglo XXI", de Madrid, pero con un carácter más progresista», crea Tribuna Ciudadana, el 4 de enero de 1980. «Se llamó así por los ciudadanos de la Revolución Francesa», evoca hoy Juan Benito Argüelles. Aquella tribuna iba a traer a Oviedo a personalidades de la cultura, la sociedad, el periodismo, la política... «¿Qué hace ese rojo de Juan Benito sentado al lado de Fraga»?, se dijo alguna vez en esta ciudad tan levítica», pero «para la derecha nosotros éramos los rojos, y para los rojos la "gauche divine"». También crea a finales de los años noventa el Círculo Cultural de Valdediós, al calor del monasterio cisterciense de la parroquia de Puelles (Villaviciosa).

En el presente, rodeado de libros, cuadros y recuerdos en su domicilio ovetense de la calle de la Independencia (verdadero cenáculo de «conspiraciones» culturales y políticas), Juan Benito Argüelles restaura el «Tigre Juan» y recibe el soporte y atenciones minuciosas de Lola Lucio. Y se define: «Soy un hombre inquieto, que ama mucho a su patria, y a su patria chica, que es Asturias; apoyo al mundo socialista en la medida de mis posibilidades, y creo que los individualismos no conducen a nada. Las tareas han de ser colectivas y mirando a un futuro mejor». Esta primera entrega de sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA se completará con dos capítulos más, mañana, lunes, y el martes.

l El suelo cubierto de caramelos. «Benito es apellido castellano, de Soria. Mi padre, Juan Benito Antón, nació en Berlanga de Duero y más tarde vino a Asturias, como empleado de los ferrocarriles. Y mi madre, Trinidad Argüelles Nicieza, llevaba la cantina de la estación del Norte de Oviedo. Alarcos decía que mi espíritu viajero venía de ahí, de haber nacido en un estación de ferrocarril. Allí nací el 4 de enero de 1930 y pasé los primeros años de mi vida. Recuerdo algunos avatares que vi directamente y otros de aquel tiempo que oí contar muchas veces. Por ejemplo, pasaban muchos políticos por la estación, pero me acuerdo de la llegada de Gil Robles, de la CEDA. Puede que fuera cuando vino a aquel acto en Covadonga, que puso en guardia a la izquierda, aunque ya lo estaba por el avance del fascismo en Europa, en Alemania e Italia, y de todo ello había ecos aquí. Recuerdo del Octubre de 1934 cuando entraron los moros del Ejército republicano en la cantina. Buscaban cosas valiosas, dinero, y estaba todo el suelo lleno de caramelos porque los chupaban primero, para probarlos, y luego los tiraban para probar otros. Era un consumismo "avant la lettre". Aquellos sucesos de la Revolución, que eran una tragedia para mi familia, fueron para mí una diversión. Además, allí cerca estaba lo que llamábamos "la chatarra", donde hoy está la cafetería Santa Cristina, que era el lugar al que echaban las armas que no servían, y allí jugábamos con la metralla y lo demás. Lo importante para nosotros era conseguir un peine, el soporte donde se metían las cinco balas de las pistolas. Con aquello jugábamos todo el día».

l Padre azañista y concejal. «Mi padre, en la primera época de su estancia en Asturias, era factor de los ferrocarriles, y luego fue representante del chocolate Primitiva Indiana. Fue también concejal en Oviedo, por el partido de Azaña, Izquierda Republicana. Mi madre llevaba la cantina en rotación con una hermana suya, según el contrato que había con la empresa ferroviaria. Vivíamos en una casa que era un edificio exento de la estación. Recuerdo también haber visto por la estación jugadores que yo admiré tanto, como Lángara, paseando por el andén. Él tenía bastante miedo a la situación de la guerra, porque la estación era primera línea de fuego: las tropas estaban por el Naranco, y las columnas gallegas entraron por ahí. De la Guerra Civil recuerdo bastantes sucesos, principalmente, los bombardeos. Se decía que venían a bombardear los de "la base" o los de "peinase". Los primeros eran los que procedían de la base de los nacionales, en León, y los segundos eran los aviones republicanos, que llegaban de aeródromos como el de Llanes, o el de Carreño, cerca de Gijón. Los chiquillos veíamos la guerra sin ningún miedo, pero el miedo vino después, cuando uno consideraba lo que estaba pasando en España y lo lamentable de las guerras civiles».

l Paella tras el bombardeo. «Cuando había bombardeos nos refugiábamos en el sótano de la última casa de la calle Uría, al lado de la estación. Salíamos precipitadamente de la cantina y saltábamos una hilera de calderos que estaban puestos en fila india, porque entonces había que coger el agua de las fuentes. Los saltábamos y nos refugiábamos en ese sótano. Aquello era nuevo para mí, y escuchaba los comentarios de los que allí se refugiaban. Aún hoy podría establecer una geografía de aquellos hechos, de las hileras de calderos y de los refugios, porque pasábamos de un sótano a otro, por las calles de Cervantes o de Asturias. Una vez nos refugiamos en el almacén de los Orejas, que eran comerciantes importantes de coloniales. Un tiro pegó en un saco de arroz de los que había allí apilados y aquel día todos comimos paella».

l Fusilamiento y el lobo feroz. «Durante la guerra también estuvimos refugiados, como otras muchas familias de Oviedo, en La Caridad, concejo de El Franco. ¡Qué paradojas, que el concejo se llamara El Franco! A los refugiados de Oviedo nos daban un racionamiento especial que incluía una botella de vino. En La Caridad tuve experiencias muy interesantes y el conocimiento de aquellas playas y de aquellas gentes me enriqueció mucho. La guerra te llegaba de lejos, como un eco, aunque ya teníamos familia implicada en los dos bandos de una manera o de otra. A mi padre, republicano, lo fusilaron en la zona de Cangas del Narcea, en abril de 1937. Otro pariente murió por el otro lado. Es lo que tiene una Guerra Civil, de hermanos contra hermanos. Al acabar la guerra en Asturias, en 1937, mi madre volvió a la estación del Norte. El edificio y nuestra vivienda tenían los impactos de la contienda. Mi madre, que había sido educada en un ambiente católico, tranquilo, más bien muelle, se puso a reconstruir la estación. Un pintor amigo de la casa había decorado las habitaciones con motivos de Walt Disney. Yo tenía en mi cuarto al lobo feroz y a los tres cerditos, y en otras habitaciones estaba Blancanieves, y así».

l Maestra depurada. «Pero lo peo empezó entonces, cuando pasó la guerra y uno vio el desastre que había sido y lo que había sufrido el pueblo español. Éramos ocho hermanos, seis chicas y dos chicos. Mi madre fue una luchadora: se quedó viuda en un tierra hostil, y cuando fusilan a mi padre tiene siete hijos y está embarazada. Mi hermana pequeña, Socorrito, nace durante la guerra. Mi madre siguió bastante tiempo con la cantina y a nosotros nos educó en colegios. Yo fui a las Dominicas, que tenían también plazas para chicos. Allí estudié la Primaria. Durante la República mi madre se había hecho maestra y reingresó porque había que buscar ingresos para la familia. Se sometió al proceso de depuración porque en la sentencia de muerte de mi padre se la acusaba a ella de haber ayudado a gentes de izquierdas. Aquella sentencia llegó a mis manos años después porque un sobrino que es abogado en La Coruña visitó los archivos del Ferrol del caudillo y la encontró. Mi madre estuvo de maestra en Bendones (Oviedo) y también estuvo en Los Beyos, Ponga, y en varios pueblos. De la cantina se encargaban algunas de mis hermanas, aunque eran muy jóvenes, y como era compartida con mi tía Domitila, hermana de mi madre, era más llevadero. Mi tía puso después la confitería Santa Cristina y la cafetería Abantos, que llevó mi prima Carmen. Nosotros tuvimos también una droguería en la calle Uría esquina a Fray Ceferino que se llamaba Bear (de Benito Argüelles), en la casa de los Clavería. En la droguería yo era el encargado de pagar las letras de cambio; iba por los bancos y tendría 13 o 14 años. Fue una experiencia más para mí».

l Dominicas y educación laica. «Yo había ido al colegio de las dominicas porque ya digo que mi familia por parte de madre era muy católica. Para ingresar en el Bachillerato mi madre nos puso un maestro, don Amador, que debía de estar depurado también. El pobre hizo mucho por nosotros, y aunque lo intenté años después fue infructuosa mi gestión para encontrarle pasado el tiempo. Este maestro era un hombre muy agradable, muy preparado, y cariñoso, cosa que los niños detectan enseguida. Nos preparó a mi hermana Elvira, a mi prima Mari Carmen y a mí. Ingreso en el Instituto Alfonso II en el año 39 o 40 y allí estudio los siete años del Bachillerato. Siempre agradecí a mi madre el que en ese momento no me hubiera metido en un colegio de ésos que, de modo peyorativo, llamábamos religiosos. Agradezco la educación laica que recibí y guardo recuerdos de muchos profesores. Pese a conocer mi situación familiar, lo de mi padre, me querían mucho y me respetaban y siempre lo agradecí. Había profesores que habían sido depurados y otros que habían estado en el exilio y que ya habían vuelto. Encontré muy buena acogida por parte de algunos de ellos, por ejemplo, el de Historia, Estévez, que era catalán y estaba aquí desterrado. El día que consiguió volver a Cataluña, años después, me lo encontré en la Universidad y me dijo con un entusiasmo tremendo: «Benito, ya vuelvo». En Literatura tuve a Lapesa, filólogo y académico después. Aún recuerdo uno de los romances que memorizábamos: «Que por mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor; cuando los enamorados van a servir al amor. Sólo yo, triste y cuitado, vivo en aquesta prisión sin saber cuándo es de día ni cuándo las noches son». También tuve de profesor a Pedro Caravia, y en dibujo, a Paulino Vicente y Tamayo. Teníamos un periódico en el Instituto, hecho con ciclostil, y yo colaboraba. Escribí un artículo sobre Platón y el profesor de Matemáticas fue a clase y lo recusó. El artículo estaba escrito en clave humorística y hacía juegos de palabra con "platón de fabes" y cosas de esas. Al profesor le pareció mal».

l Universidad neutra. «Llegué a la reválida y mi madre tenía la idea de que siquiera estudiando, lo que le agradezco. En el instituto había encontrado un ambiente cultural que no encontré en los primeros años de Universidad. En el Alfonso II discutíamos de literatura, de arte, de política, por supuesto?, pero la Universidad era algo más neutro y se hablaba más de fútbol que de política. Hago la carrera de Derecho porque tenía una visión política y creía que con Derecho podía hacer algo en ella, pero la vida me llevó después a la carrera de Letras, especialidad en Románicas. Había pensado en estudiar Medicina, pero me quedé aquí porque tampoco mi familia tenía medios para que yo estudiara en Madrid. En la Universidad, el SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios, de la Falange) no estaba mal. En realidad era gente sana y aún hoy sigo teniendo relación con aquellos compañeros y hemos celebrado aniversarios y efemérides. Al acabar la carrera fui pasante de Alejandro Fernández Sordo, que llegó a ministro y fue delegado de Prensa del Movimiento. Su compañero de bufete, en la calle Pidal, era Escotet».

l Lecturas y toros. «Yo tenía vocación literaria. Me gustaba mucho la lectura y había aprendido a leer con «Flor de leyendas», de Alejandro Casona, y con «Corazón», de Edmundo de Amicis, un libro que estuvo prohibido porque no hablaba de Dios. La lectura era mi ocupación preferida desde el Bachillerato. Leí a muchos escritores rusos del XIX: Tolstoi, Dostoievski y Nicolás Garin que escribió una tetralogía: "La primavera de la vida", "Los colegiales", "Los estudiantes" y "Los ingenieros". Tuve intentonas taurinas. Cogí el capote en la plaza de toros de Oviedo, en una corrida a beneficio del viaje de estudios del curso. Corté entonces una oreja, y también toreé después en Nava de la Asunción, Segovia, con lo que Jaime Gil de Biedma me escribiría una dedicatoria en su "Diario del artista seriamente enfermo", que decía: "Para Juan, este diario de Nava de la Asunción, villa en la que yo convalecí y él toreó, con muchísimo afecto"».

Mañana, lunes: Segunda entrega de Juan Benito Argüelles