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El meloncillo vivió en Asturias

El hallazgo del esqueleto de una mangosta europea en un yacimiento altomedieval de Gijón confirma las vagas referencias a su presencia histórica en la región, apoyada por varias citas gallegas del siglo XIX

El meloncillo vivió en Asturias

El meloncillo, un mamífero carnívoro de tamaño mediano que es el único representante de las mangostas en Europa, vivió en Asturias. Lo ha confirmado un esqueleto casi completo hallado en el yacimiento altomedieval de la Fábrica de Tabacos de Gijón por el equipo que dirige Arturo Morales, catedrático de Zoología y responsable del Laboratorio de Arqueozoología de la Universidad Autónoma de Madrid. Este hallazgo no sólo aporta una prueba física de la presencia de la especie en territorio asturiano, sino que también apoya las conclusiones de los recientes estudios genéticos de Philippe Gaubert que rebaten la creencia de que el meloncillo, de origen africano, fue introducido en la península Ibérica durante la dominación árabe, ya que la datación de los restos, aunque todavía incompleta, es anterior al siglo VIII, cuando se produjo la invasión de los ejércitos musulmanes. La docena de citas gallegas del siglo XIX, varias de ellas debidas a capturas (dos ejemplares disecados aún se conservan, así como una piel, depositada en el Museo de Historia Natural de Londres), sugiere que el meloncillo llegó históricamente hasta el norte de la península. Su área de distribución actual se centraliza en la región portuguesa del Algarve, Sierra Morena, Doñana y las serranías de Cádiz y de Málaga; en los últimos años se aprecia un proceso de expansión hacia el Norte, probablemente favorecido por la densificación del matorral, que lo ha llevado hasta las Arribes del Duero, entre Zamora y Salamanca, con algunas citas más septentrionales, en León, la última en el año 2008.

Hasta el descubrimiento de los restos de Gijón, las noticias sobre la presencia del meloncillo en Asturias eran pocas e imprecisas. Hace más de siglo y medio, en 1859, Pascual Pastor y López, catedrático de Ciencias en la Universidad de Oviedo, la afirmaba en sus "Apuntes sobre la fauna asturiana", subrayando que el Principado era, además, la "única provincia de las de nuestro norte y oeste donde ha sido visto hasta hoy". Añadía la suposición de una población escasa, de "pocos individuos". En 1897, el naturalista alemán Hans Gadow sumó una referencia indirecta, atribuida al aristócrata y ornitólogo inglés Lord Lilford. El único indicio tangible era un ejemplar disecado de la colección del farmacéutico avilesino Celestino Graíño, etiquetado con fecha del 25 de julio de 1899, pero no consta su procedencia y ha desaparecido.

Pese a la inconcreción de estas referencias, es interesante su coincidencia temporal con las citas de Galicia, éstas bien documentadas, por el naturalista coruñés Víctor López Seoane, en sus "Notas sobre la fauna gallega" (1878) y en trabajos manuscritos, y por el naturalista y taxidermista José Pérez de Castro, en una carta de 1894 a López Seoane, recuperada por el zoólogo Carlos Nores, profesor titular de la Universidad de Oviedo. Pérez de Castro da cuenta de seis ejemplares capturados en cuatro puntos de la comarca de El Ferrol entre 1882 y 1894 (uno de ellos se conserva en el Museo Británico de Historia Natural, en Londres, y otro en los Museos Científicos de A Coruña), y menciona, asimismo, su presencia en otras tres localidades: La Gándara, San Mateo y Santa Marta de Ortigueira. También refiere la observación de ejemplares en celo y de un grupo familiar, así como la preferencia del meloncillo por la cercanía de los ríos y por las zonas de matorral denso, a la que debe su nombre popular de furatoxos ("taladrador de tojos"), recogido ya por Martín Sarmiento en el siglo XVIII. Esta información lleva a Nores a concluir que "a finales del siglo XIX el meloncillo se encontraba en la mayor parte de la provincia de La Coruña".

En el siglo XX el rastro del meloncillo en el cuadrante noroeste peninsular se pierde (incluso el zoónimo, que pasa a atribuirse a la garduña, malinterpretando la descripción del animal como "una especie de garduña")... hasta las dos últimas décadas, cuando Solís Fernández cita uno en El Bierzo, probablemente el mismo que Palacios, Gisbert y García Perea recogen en Primout (Páramo del Sil) el 17 de noviembre de 1982. Ya en el siglo XXI, Luis Fernández, guarda de la Fundación Oso Pardo (FOP), encuentra uno atropellado en las inmediaciones de Villaseca de Laciana. Esta última observación se correlaciona con la expansión geográfica hacia el Norte que experimenta la especie desde hace algunos años y que, a tenor de las citas gallegas y de las menciones asturianas, sería más bien una recuperación de antiguos territorios. El análisis genético de los ejemplares gallegos, encomendado a Gaubert, aclarará ese extremo, así como la duda, planteada por Carlos Nores, de si estos meloncillos "periféricos" tenían el mismo origen que los mediterráneos.

Dando por sentada la presencia de meloncillos en el Norte, la pregunta de cómo llegaron hasta aquí originalmente y de si guardaban diferencias con los del suroeste peninsular cobra gran relevancia porque podría tratarse de poblaciones naturalizadas a partir de mascotas, condición que se le supone al ejemplar recuperado en el yacimiento arqueológico gijonés dadas su edad relativamente avanzada y la ausencia de traumatismos (que indicarían un origen cinegético). En tal caso, ¿es una especie introducida en los territorios del Norte? ¿Con qué origen?. Una llegada natural cuestionaría el carácter mediterráneo que se le supone o llevaría a pensar en diferencias ecológicas y, tal vez, morfológicas, respecto de los meloncillos del Suroeste. Sobre este punto, los estudios de Gaubert muestran una profunda divergencia genética entre los meloncillos ibéricos y los norteafricanos, así como una elevada diversidad genética en las poblaciones peninsulares, que, sumadas a las diferencias morfológicas que ya puso de relieve el mastozoólogo y taxónomo Ángel Cabrera en 1914, son congruentes con un paso natural del meloncillo desde el norte de África hasta el sur de España, cruzando el Estrecho en un período de descenso del nivel del mar acontecido en el Pleistoceno medio o final.

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