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Mucho más que sol y baños

El disfrute estival de las playas propicia el contacto con unas ricas comunidades de flora y de fauna, en tierra y en el agua, aunque a menudo pasan desapercibidas y rara vez son apreciadas

Mucho más que sol y baños

Las playas, incluso las más recónditas, se convierten en verano en solicitados espacios de ocio, de manera que la flora y la fauna costeras se ven obligadas a compartir este espacio con una avalancha de turistas. Muchas de las plantas y animales de los arenales y los pedreros pasan desapercibidos para la mayoría de esos visitantes, que no los ven o, simplemente, no reparan en ellos. Sin embargo, hay mucha vida, solapada o evidente, en la arena, las rocas y piedras, y en el agua.

La flora sufre especialmente la invasión estacional de su hábitat, ya que no puede hacer nada para no ser pisoteada, dañada o arrancada. De hecho, ha desaparecido en la mayor parte del litoral y pocos lugares conservan reminiscencias de estas especializadas comunidades vegetales, provistas de sofisticados mecanismos fisiológicos y de eficaces defensas físicas frente a la desecación, la abrasión de la arena y otros riesgos de este ambiente tan poco hospitalario. La especie más común es el barrón, una hierba que crece en las dunas y las fija por medio de su intrincado sistema de raíces; la correhuela de las playas rompe la monotonía cromática de esos herbazales con sus flores rosadas en forma de campana (visibles de mayo a octubre), aunque en muchos arenales predomina el amarillo de la margarita africana y de la onagra, dos invasoras. Precisamente, la entrada de flora exótica es el otro gran problema de conservación al que se enfrentan estas plantas, ligado en parte al uso intensivo de las playas, que favorece a las especies usurpadoras alterando las condiciones del medio y facilitando la diseminación de las semillas.

A la orilla del mar, la vida se organiza en un plano vertical, en el que se distinguen tres pisos: infralitoral, que define la zona siempre cubierta por el agua; mesolitoral, que comprende el espacio afectado por los cambios de mareas y es el que alberga comunidades biológicas más ricas y variadas, y supralitoral, por encima del límite de las pleamares vivas hasta donde llega la vaporización del agua de mar, el más inhóspito y despoblado.

El piso intermedio se caracteriza, en primer término, por la alternancia de períodos prolongados de inmersión y de emersión. Además, dentro de esta franja las condiciones de vida son extraordinariamente variables a pequeña escala (microambientes). Las zonas más expuestas al oleaje, más batidas, habitualmente las más alejadas de tierra, son el hábitat del percebe, un crustáceo filtrador. En posiciones más resguardadas lo reemplaza el mejillón, que utiliza el mismo sistema de fijación a las rocas: una secreción que al contacto con el agua se endurece y actúa como un cemento. Las lapas han optado por la fuerza y se adhieren sirviéndose de su pie musculoso, que actúa al modo de una ventosa; a diferencia de percebes y mejillones, se mueven de su posición durante las pleamares, para ramonear algas. Cuando la marea baja, retornan a su "residencia", siempre en el mismo punto, de modo que a lo largo del tiempo, conforme crecen, van desgastando la roca hasta lograr un acople perfecto de su concha. Las actinias o anémonas, cuyo nombre obedece a su aspecto floral, son otros habitantes típicos del intermareal rocoso, en el que también hay peces, sobre todo lábridos, como el sarriano, de vivos colores; góbidos, escamones o pixapos, y blénidos o babosos, cuyo nombre popular alude a la mucosidad que recubre su cuerpo carente de escamas.

Fuera del agua se acumulan las algas de arribazón (arrancadas y arrastradas a la orilla por las olas), como el ocle, y entre ellas aparecen la pulga de mar y el cangrejo de mar común, que aprovecha las carroñas orilladas. También frecuentan esta franja diversas aves limícolas, como el correlimos tridáctilo (presente en los pasos), y las gaviotas, que se alimentan en ella tanto de invertebrados como de despojos. La especie residente, la gaviota patiamarilla, ha aprendido que el verano trae mucha comida a las playas, en forma de residuos dejados por los turistas, y en cuanto éstos se retiran, al caer la tarde, baja a la arena a recoger su recompensa. El vuelvepiedras común, una singular limícola de la tundra, se asocia a las rocas costeras y a los pedreros, como remarca su nombre; su pico, en forma de cuña, está diseñado para voltear cantos y guijarros en busca de presas.

A medida que el agua cobra profundidad, pero sin perder pie, los peces adquieren una presencia dominante. Los muiles son los más comunes, pero en verano también frecuentan estas aguas las lubinas, roballizas o furagañas, y en los fondos de arena reposan peces planos como gallos, sollas y platijas, y algunas rayas, pastinacas y tembladeras, semienterradas en la arena. Si se las pisa, estas últimas responden con una descarga eléctrica (sin graves consecuencias), mientras que la pastinaca o chuchu clava profundamente el aguijón dorsal de su cola, cargado de veneno, provocando una herida muy dolorosa (debe tratarse aplicando yodo o una solución de permanganato potásico). Mayor es el riesgo de pisar un pez escorpión, provisto de una espina ponzoñosa en la aleta dorsal y que tiene igualmente el hábito de reposar en el fondo tapado con arena. Todos los años se producen picaduras de este pez (es la incidencia más frecuente en las playas), cuyos efectos se atajan con agua caliente. Ir calzado es la mejor forma de prevenir estos daños.

No son fáciles de evitar, en cambio, las picaduras de medusa. Las especies más comunes, "Pelagia noctiluca" y "Aurelia aurita", poseen una peligrosidad baja; en cambio, un mal encuentro con una carabela portuguesa (que no es una verdadera medusa, sino un hidrozoo colonial) puede, incluso, resultar mortal, y en el mejor de los casos tremendamente doloroso. Las medusas (que en los últimos años se han multiplicado exponencialmente, favorecidas por el calentamiento del mar y por los vertidos orgánicos) son animales de aguas abiertas, pero en ocasiones se acercan a la orilla; de hecho, es raro el año en el que no se cierra temporalmente alguna playa por la aparición de estos invertebrados.

Aún en la zona de baños son frecuentes los charranes (común y patinegro, principalmente), que se detienen a pescar en las aguas poco profundas en el curso de su migración desde las áreas de cría europeas hacia las de invernada africanas. Realizan espectaculares picados sobre los bancos de pequeños peces que previamente localizan en vuelo, y pueden llegar a zambullirse muy cerca de los bañistas. Los cormoranes moñudos guardan más las distancias, en parte por su preferencia hacia las rompientes como lugares de pesca; estas aves localizan los peces desde la superficie del agua y bucean tras ellos con gran agilidad. Su plumaje no es impermeable, lo cual facilita la inmersión al hacerle perder la flotabilidad; a cambio, deben secarlo al sol y al aire extendiendo las alas en cruz.

Habitualmente alejados de la zona litoral "ocupada" por los bañistas, aunque en ocasiones se aventuran en ella, surcan el mar las manadas de delfines y de calderones, más cerca de tierra en esta época del año porque también lo están los bancos de sardinas y de calamares. Asimismo, navegan en estas fechas por las aguas litorales los rorcuales aliblanco y común, este último el mayor cetáceo que se observa regularmente en el Cantábrico (hasta 21,5 metros y 80 toneladas). Y, para sorpresa de muchos, no faltan en aguas asturianas las tortugas marinas, representadas principalmente por la tortuga boba, llegada desde las costas tropicales de América.

Si bien las tortugas no son fáciles de detectar y tampoco los cetáceos suelen estar accesibles al observador playero (unos y otras se ven mejor navegando), el resto de los pobladores de las playas y sus aguas marinas inmediatas están ahí. Sólo es necesario un poco de atención para hacer del día de playa una experiencia más allá del sol y del baño.

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