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Fotorreporteros: la guerra por su cuenta

El secuestro de tres periodistas españoles en Siria devuelve al primer plano las condiciones de trabajo y las motivaciones de un oficio que ha llevado hasta el Pulitzer a los asturianos Bauluz y Brabo

Fotorreporteros: la guerra por su cuenta

La fotografía se basta sola, no necesita más. Detuvo el tiempo a las puertas de un hospital de Alepo un día de comienzos de octubre de 2012, justo en el instante en el que un padre solloza agachado mientras sostiene el cuerpo ensangrentado de su hijo sobre los muslos. El jurado del premio "Pulitzer" del año siguiente la llamó "imagen memorable en extremo peligro"; su autor, Manu Brabo, fotógrafo nacido en Zaragoza pero asturiano de Gijón "a todos los efectos", quiso interpretar después que aquello que recibía no era sólo un reconocimiento al valor, más bien al valor informativo de aquellas fotos de la guerra en Siria que no necesitaban nada más. Al compromiso de querer contar y a la calidad del resultado. Brabo, el "Pulitzer" de 2013, 34 años, veterano de guerras en Kosovo, Bolivia, Haití, Honduras, Palestina, Siria o Libia, tuvo que aclarar que prefería no aparecer en las fotos cuando, a su pesar, salió de detrás de la cámara, cuando su cara y su nombre asaltaron los titulares al ser liberado después de 43 días de secuestro en Libia, en la primavera de 2011.

"Ojalá se hiciera tanto caso a los periodistas cuando están trabajando". El que habla ahora es Javier Bauluz, ovetense de otra generación, Pulitzer dieciocho años antes que Brabo y curtido en otras guerras, anteriores y parecidas. La reflexión le ha salido al volver a observar que ahora son otros los reporteros que han pasado de pronto y sin querer del incógnito que protege al narrador al primer plano que deslumbra a las víctimas.

Ambos saben que el perfil bajo conviene más al cautivo y al informador. Prefieren huir del foco sobre todo ahora que en Siria tres compañeros acaban de ser arrancados del anonimato. No es el momento de contar batallas ahora que los reporteros de guerra Ángel Sastre, Antonio Pampliega y el fotógrafo leonés formado en Oviedo José Manuel López fueron capturados en algún momento entre el 12 y el 13 de julio pasados en el casco viejo de Alepo. Un grupo armado los interceptó mientras viajaban en una furgoneta junto al sirio Usama Ajjan, su guía y traductor. Su liberación está en manos del equipo del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) que ya gestionó la libertad del atunero vasco "Alakrana", apresado por piratas somalíes en 2009, o más recientemente las de los periodistas Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova, secuestrados en el mismo infierno sirio que la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF) ha catalogado como el país más peligroso del planeta para ejercer el periodismo.

Allí donde los informadores son un blanco fácil, donde los medios de comunicación suelen renunciar a enviar a nadie que no vaya a hacer la guerra por su cuenta, casi todos los que están "son freelance que obviamente no están aquí por lo que pagan los medios". Sigue Bauluz. Su respuesta al por qué ha sido siempre la existencia de "una cosa que se llama vocación periodística". "¿Que por qué? Porque nos gusta lo que hacemos y nos parece útil y necesario para los ciudadanos".

Tal vez porque alguien tiene que hacerlo, porque alguien tenía que entrar en aquella escuela de Alepo a contar que una bomba mató a la madre y a la hermana pequeña de Fátima mientras estaban en el salón de su casa y que ella, a sus diez años, ya dice que jamás podrá perdonar a Bachar Al Assad -el presidente de Siria-, y que, si pudiera, lo mataría con su propias manos. El relato lo escribió Antonio Pampliega a finales de 2014 con fotos de José Manuel López.

El caso es que tal vez alguien, siguiendo a Bauluz en una frase de hace años, tiene que convertir las cifras de las guerras en lo que son en realidad, personas. Eso no ha cambiado en el tiempo que ha transcurrido, se ve en otras caras más o menos lo mismo en la foto del padre y el hijo que le dio el premio a Brabo que en aquella otra de hace dieciocho años que ganó el galardón para Javier Bauluz, el primer español en recibirlo, a mitad de los noventa. En la imagen, un niño llora desconsolado mientras trata de despertar a su madre enferma en un campo de refugiados de Zaire en 1994.

López, leonés de 1971, cinco años de "freelance" en Afganistán, Irak, Congo, Líbano, Palestina, Kosovo, Guatemala o Ucrania después de once trabajando para el diario "La Crónica de León", estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, el mismo lugar en el que se formó Brabo, junto a Bauluz los dos únicos españoles, los dos asturianos que se ganaron el Pulitzer de fotografía convirtiendo números en caras de personas, o buscándole otro significado a la absoluta necesidad de "disparar" en las guerras del mundo.

Puede que haya además otras cadenas invisibles que los conectan a ellos y a todos los que han escogido su mismo modelo para ejercer el periodismo. Bauluz lo dijo hablando de cifras y personas, Brabo se ha referido al "componente ético del fotoperiodismo" y a cierta sensación de utilidad, a sabiendas de que la guerra seguirá después de que el fotógrafo intente pararla con el disparador. "Si generas una reacción en una persona de cada mil", afirmaba el fotoperiodista asturiano en una entrevista reciente, "ya ha merecido la pena".

En su blog, José Manuel López cuenta lo mismo con otras palabras. Le gusta pensar que contar lo que pasa siempre sirve, que su trabajo puede llegar "a ayudar a mejorar la vida de las personas" y cita al escritor estadounidense Henry David Thoreau para resumir su forma de estar en el mundo asegurando que "me introduje en el bosque porque quería sentirme vivo, enfrentarme a la vida por mis propios medios, tratar de aprender lo que la vida tenía que enseñarme y no darme cuenta, cuando estuviera a punto de morir, de que no había vivido". Es el "no quiero que me lo cuenten los libros" de Manu Brabo; su convicción de que es un privilegio verlo, vivirlo y contarlo.

La opción personal y la profesional confluyen en países agitados por el conflicto. Desembocan juntas en ese mismo sitio que la nomenclatura de Bauluz sigue llamando vocación y que viene a ser lo mismo que impulsó a Brabo a regresar a Libia unos pocos meses después del final de su cautiverio a manos de las fuerzas de Muamar el Gadafi. Al volver a casa le preocupaba sentir miedo a volver a trabajar, pero eso no ha sucedido.

Siguen en la brecha, ofreciéndose al mundo a través de páginas web escritas invariable y exclusivamente en inglés. Alguno de ellos ha llamado la atención sobre la necesidad de plantearse por qué los receptores del Pulitzer de fotografía trabajan siempre para medios extranjeros, o el valor que se da al fotoperiodismo en España.

"Pagar por ir a la guerra" es el título significativo de un cortometraje documental y un artículo publicado en 2010 en un diario de tirada nacional. Ambos llevan la firma del periodista madrileño Antonio Pampliega, uno de los desaparecidos en Siria. Ahí cuenta por escrito y a la cámara las frustraciones de haber pedido un crédito y haber perdido dinero, viaje tras viaje, en Irak, Líbano, Pakistán, Haití, la angustia de encontrarse con el dinero justo en la cuenta corriente para viajar a Siria y el regocijo al ver que en ese momento, ahí sí, el asunto "salió bien, porque no trabajé para medios españoles"? El desinterés que percibe por su trabajo le lleva a hacer saber que el significado correcto de su manera de entender la vocación no supone que "nos dediquemos a esto por amor al arte".

En el documento audiovisual afirma directamente a cámara que "en este país la calidad y el riesgo apenas se valoran"; en el periódico escribe, o ya escribía en 2010, que "si sigo es porque amo esta profesión con todas mis fuerzas; porque me encanta que mis crónicas acerquen la realidad de un mundo que también existe a otras personas. Pero? nada más. No tengo recompensa más que la mía propia".

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