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Desde Roma (1)

Palacio Riario, residencia romana de la reina Cristina de Suecia

La "vivienda" de la soberana, en el Trastévere, construida en el siglo XV, es hoy una de las dos sedes de la Galería Nacional de Arte Antiguo

A pesar de ser un personaje que siempre me resultó interesante y con el que tuve la oportunidad de entrar en contacto en uno de mis libros, nunca me preocupé durante mis estancias en Roma de localizar el palacio Riario, en el que vivió y murió la reina Cristina de Suecia.

Sabía que estaba situado en el Trastévere, no lejos del Vaticano, con el que la reina sueca, después de su conversión al catolicismo, mantuvo excelentes relaciones. Tan buenas que ella es una de las cuatro mujeres enterradas en la Basílica de San Pedro.

Y precisamente la visita a su tumba ha despertado mi curiosidad para intentar conocer el lugar donde discurrió su vida en esta ciudad.

Mi sorpresa es grande cuando compruebo que el palacio Riario es el hoy conocido como palacio Corsini, cuya fachada veo todos los otoños, pues está situado enfrente de La Farnesina, lugar al que suelo acudir con cierta frecuencia.

El palacio, construido en el siglo XV por la familia Riario, se convirtió en el siglo XVII en la residencia de la reina Cristina. En el siglo XVIII el cardenal Corsini lo compró, convirtiéndolo en el edificio que hoy vemos.

Ante todas las modificaciones que en el transcurso de los siglos habrán sufrido sus diferentes estancias, es muy difícil mantener la esperanza de contemplar los auténticos escenarios en los que se movió la soberana, pero a pesar de ello la visita promete ser interesante porque el palacio es una de las dos sedes de la Galería Nacional de Arte Antiguo y también sus muros guardan una de las bibliotecas históricas de Roma, la de la Academia Nacional del Liceo y Corsiniana.

La monumental y hoy desnuda escalera del palacio impresiona, no por los muchos escalones, sino por su majestuosidad. Resulta imposible no imaginar su esplendor en las glamurosas fiestas en las que la reina sueca reunía a importantes personajes de la Roma de entonces: Bernini, Scarlatti, Corelli, a los cardenales más celebrados, entre los que destacaba Decio Azzolino, a quien ella trataba con especial deferencia. Un afecto, el de la reina por Azzolino, que el encantador cardenal trataba de fomentar.

Los mal pensados, que siempre existieron, se encargaron de contar a la historia que el cardenal lo único que pretendía era encandilar a la dama para que lo eligiera como heredero universal. Y así fue, sólo que el cardenal no gozaría de tiempo para disfrutar lo heredado, ya que fallecería al mes siguiente.

Más y más salas con techos bellamente decorados y paredes cubiertas de libros integran la monumental biblioteca. Como dato curioso decir que la Corsiniana tuvo su origen en la biblioteca personal del Papa Clemente XII, que el propio Pontífice donó a su sobrino el cardenal Corsini.

Recreando la mirada por las distintas estanterías es fácil pensar lo feliz que haría a la reina moverse en este recinto que atesora una parte importante de la historia de la cultura y la ciencia europeas, ya que ella fue una gran amante de la cultura.

En este palacio, gracias a su mecenazgo, se reunió por primera vez la romana Academia dell'Arcadia.

El filosofo René Descartes moriría de una bronconeumonía cinco meses después de su llegada a Estocolmo, adonde había acudido llamado por la soberana, que deseaba ampliar sus conocimientos de la mano del erudito francés.

"La sabiduría es el pilar del reino", decía siempre Cristina de Suecia, que llegó a poseer en este palacio más de ciento veinte esculturas de mármol.

A su colección pertenecían las ocho musas que hoy podemos ver en España en la Sala de las Musas del Museo del Prado. Unas preciosas esculturas, hechas para decorar los jardines de "Villa Adriana" en Tívoli, y que fueron adquiridas por la reina sueca al poco de llegar a Roma.

Sería interesante conocer cuál de los muchos salones con los que cuenta el palacio fue el escenario en el que eran exhibidas. Cuenta la leyenda que la reina hacía subir a sus visitantes al lugar donde se encontraban y que ella se colocaba en medio como si fuese una musa más.

Aunque en otros textos se dice que las musas, junto con todas las esculturas, se encontraban expuestas en distintos parterres. Lo cierto es que viendo la extensión de los jardines del palacio, que enlazan con el comienzo de la cuesta del Giánicolo, y que hoy forman parte del Jardín Botánico de la Universidad La Sapienza de Roma, es fácil imaginarse los distintos y caprichosos parterres que pudieron crearse de acuerdo con el tipo de esculturas que fueran a acoger. En aquel tiempo, los jardines de las señoriales mansiones constituían una prolongación de sus fiestas y celebraciones. En ellos se potenciaba el placer que indudablemente produce la naturaleza con la inclusión de artísticas esculturas.

Abandono la gran terraza desde la que me imagino cómo pudo haber sido el hermoso jardín y me dirijo al piso noble donde se cuelgan los cuadros de la Galería de Arte Antiguo.

El recorrido está compuesto de ocho salas repletas de cuadros, pero que siguen conservando distintos objetos de cuando el palacio estaba habitado. Así que no sólo son las pinturas sino otros muchos detalles los que llaman la atención del visitante. Destacan obras de Caravaggio, José Ribera, Luca Giordano y Andrea del Sarto.

En la llamada Camera Dell'Alcova, el retrato de la reina Cristina de Suecia ocupa un lugar destacado. Es una estancia alegre, con columnas de mármol de distintos colores y techos con frescos que reflejan escenas bíblicas. Esta sala es el único escenario real en el que sabemos discurrió parte de la vida de la soberana. Era su habitación y en ella murió un 19 de abril de 1689. Así lo recuerda una placa situada en una de las paredes, que dice: "Nací libre. Viví libre. Muero liberada".

Ciertamente, la libertad fue el objetivo primordial en la vida de la reina sueca, que no dudó en renunciar al trono para conseguirla, y que eligió una ciudad para vivir, Roma, que favorece la libertad del espíritu.

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