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FRANCISCO ALONSO FERNÁNDEZ | Psiquiatra, neurólogo y psicólogo

"En la locura de la Guerra, los más ecuánimes eran los médicos"

"Los que tuvimos familiares perseguidos llevábamos muy dentro lo de no colaborar con el régimen, porque lo sentimos como una traición, y el Opus me lo hizo pagar"

Crisanto Alonso Pérez, el padre del psiquiatra.

Francisco Alonso Fernández (Oviedo, 1924) empieza su historia contando la de su padre, republicano y masón que fue pasando de cárcel en cárcel y que, siempre escondido, murió con un nombre que no era el suyo en su documentación. Al hijo le pesa la vida del padre, cuyo sufrimiento no entendía de niño y que ahora aviva en él un profundo sentimiento de piedad. "Quiero que estas memorias sirvan para reivindicar su nombre", pide. Él, nacido en la calle Uría de Oviedo, frente a las casas del Cuitu, le compensó con sus éxitos familiares y profesionales. Francisco Alonso Fernández es psiquiatra, también neurólogo y psicólogo, ocupó las cátedras de Psiquiatría en las universidades de Sevilla y Complutense, un científico y un humanista que aplicó esa visión integral de la naturaleza humana a su clínica y a su propia vida. Ha escrito tratados sobre personajes históricos como Santa Teresa de Jesús, Goya, los Austrias, Ramón y Cajal, el Padre Feijoo, Beethoven y Don Quijote, que para él tiene tanta densidad humana que merece ser tratado como cualquiera de los anteriores. Tiene 93 años y acaba de cerrar su consulta; anda afanado avisando a sus pacientes -algunos le visitan desde Gran Bretaña- y destruyendo sus historiales médicos. Su próxima publicación, que presentará en otoño, tratará sobre la violencia contra las mujeres.

El padre. "Mi padre se llamaba Crisanto Alonso Pérez. Había nacido en Saliencia, en el Ayuntamiento de Quirós, y a los 12 años había emigrado a Cuba. Trabajó mucho y trajo un gran capital para Oviedo. Él construyó unas casas que hay frente a la iglesia de San Juan el Real. Además fue concejal del Ayuntamiento de Oviedo, de 1931 a 1936, porque era de Izquierda Republicana, de Azaña. Tenía un alto grado en la masonería. En Cuba contacto con los masones. Primero se creó una logia en Gijón, la Jovellanos, y luego otra en Oviedo. Él estuvo primero en una y luego en la otra. Hay quien dice que se reunían en mi casa, pero yo no tengo constancia de ello. Empezó la Guerra y estuvimos tres años en Colombres, él no estaba ni con unos ni con otros. Los que llegaban de Oviedo le aconsejaban que se marchara, pero él decía que no, que no tenía por qué hacerlo porque no había participado en la Guerra. Franco mataba de una manera legítima, con la ley en la mano, pero con una ley retroactiva, algo que nunca se vio. Detuvieron a mi padre y estuvo en la cárcel de El Coto, en Gijón, nos incautaron todos los bienes, nos quedamos en la calle y tuvimos que trasladarnos a Gijón. Yo renací en Gijón".

La infancia de un muerto. "Nací en 1924, frente a las casas del Cuitu, en Uría, 68. Abajo había una tienda que se llamaba La Uva. Al lado, vivía la familia San Martín, con una niña, María Dolores, con la que luego me casé. En Oviedo, aquéllos fueron años muy malos. Allí los hijos de los republicanos teníamos mucho síndrome de estrés, los compañeros del colegio nos llamaban los muertos, porque nos conteníamos y no respondíamos a las provocaciones. Hasta que cumplí los 11 o 12 años vivimos en Oviedo; luego, como nos incautaron todos los bienes, nos fuimos a Gijón. Mi padre recibía auxilios de Cuba, donde aún tenía bienes. Yo me eduqué en los Maristas, en la calle Campomanes, a la altura de la calle Santa Susana, recuerdo que había un campo de fútbol pequeño. Luego en Gijón, en la academia Uría, y después en la Politécnica. Volvimos a Oviedo y terminé el Bachillerato en el Hispania, que era un muy buen colegio. Ahí hice la reválida y el preparatorio de Medicina, y me trasladé a Madrid".

La ecuanimidad de los médicos. "Los estudiantes viajamos en el pasillo del tren, con una maleta de madera. En Madrid me alojé en una pensión, y compartía la habitación con mi padre, que se hacía pasar por mi tío. ¡Lo que debía sufrir!, ¡con la fortuna que él había hecho! Durante un par de años compartimos la habitación. La vocación me nació porque tenía un tío médico y porque durante la Guerra Civil yo observe que, entre todos aquellos comportamientos desaforados y locos, los médicos eran las personas que tenían más ecuanimidad".

De guardia en La Cadellada. "Hubo un concurso para trabajar en el manicomio de Oviedo, en La Cadellada, y nos seleccionaban por el expediente. En La Cadellada había personas que no estaban enfermas o que se habían curado, pero continuaban allí, y pedían a los médicos que no les diesen de alta porque si lo hacían les llevaban directamente a la cárcel. Aquellos médicos tenían una gran humanidad. Allí coincidí con José Fernández y Pedro Quirós, que eran los directores del manicomio de hombres, y en las guardias estaban Tolivar Faes, un intelectual, y Eguiburu, el ginecólogo, que era un hombre de rompe y rasga".

Villa Mar y el amor. "Estuve dos años como médico de guardia en La Cadellada. A los 24 años salió una plaza de psiquiatra del Estado, que era lo más importante después de las cátedras. Se presentaban psiquiatras veteranos: Ramón Sarró, de Barcelona. Saqué la plaza, con un nombre muy rimbombante: director del Servicio Provincial de Higiene Mental y Psiquiatría. Era el psiquiatra del Estado más joven de España. Yo saque uno de los últimos números y no tenía mérito ninguno, así que me quedaban cuatro o cinco plazas. Elegí La Coruña porque no la conocía y estuve allí 19 años. Me casé con la ovetense que fue mi compañera de juegos. Se llamaba María Dolores San Martín. No habíamos roto nunca la relación, desde niños. Me casé en Oviedo, en San Juan, la madrina era su madre y el padrino fue mi hermano mayor, porque mi padre no podía venir a la boda -lo hubieran trincado-. Mi padre murió en el año 54 o 55. Los jóvenes no vemos el sufrimiento de los mayores. En La Coruña pedí un préstamo para poner un sanatorio, que se llamó Vimar, de Villa Mari -por María Dolores-, en las afueras de La Coruña. Era un sanatorio psiquiátrico de veinte camas y tuve un gran éxito. Pagaba a Hacienda más que los cirujanos de Santiago de Compostela, donde estaba la gran medicina. Tuve una experiencia clínica fenomenal, trabajaba de nueve de la mañana a diez de la noche en el dispensario, el sanatorio y la consulta. Mi mujer y yo teníamos una gran energía. De noche estudiaba y escribía, y mi esposa me lo pasaba a máquina. Ella era licenciada de Pedagogía. Murió hace un par de años".

La batalla con el Opus. "Yo me dije: 'Me hago catedrático'. Entonces en La Coruña sólo lo había conseguido Roberto Novoa Santos, catedrático de Patología Médica. Primero necesitaba tener tres años de docencia y profesor adjunto no podía ser estando en La Coruña, pero sí podía obtener un certificado de ayudante de clases prácticas, y lo hice gracias a un amigo, profesor de Farmacología. Villar Palasí estaba entonces de ministro, y era del Opus. En el Opus Dei hay gente que va al cielo de cabeza y gente que va al infierno de cabeza y de pies. Los que hemos tenido familiares perseguidos llevábamos muy dentro lo de no colaborar con el régimen, porque lo sentimos como una traición, y el Opus me lo hizo pagar. El delegado del Opus Dei de Galicia era de La Coruña y su mujer tenía amistad con la mía. Me invitó a tomar café en su casa y a solas, como un mafioso, cuando las mujeres salieron, me dice: 'Paco, yo te las tengo guardadas'. La consecuencia fue que no me daban el certificado para la cátedra. Tuve que ir a ver al rector Garrido, que me lo negaba, y entonces tuve una iluminación y le dije: 'Señor Rector, tiene toda la razón, pero me lo va a decir esta tarde cuando venga yo con un notario'. Yo mantenía oculto que era hijo de un perseguido, pero la gente lo sospechaba. Me sorprendió mucho al llegar, pero Galicia era el único lugar donde se atrevían a murmurar en contra de Franco, en Ferrol se decía de todo. Volviendo a la cátedra, yo tenía algún amigo del Opus que se tiraba de los pelos por lo que me habían hecho. Entonces ya lo único que me importaba es que en Madrid no se pusieran en contra de mí y un amigo me avisó de que sí, que los iba a tener en contra. Pero la saqué. A Santiago no me dejaron ir, porque temían que me tomara la venganza por mi mano. No lo hubiera hecho: yo soy muy económico con las energías y procuro ponerlas en lo positivo".

La prosperidad. "Siempre he estado con mi mujer, murió hace dos años y no nos separamos. No tuvimos problemas. Los asturianos damos muy buen resultado. En La Coruña ganaba dinero, ahorramos, nos desenvolvíamos bien, los hijos iban al mejor colegio. Teníamos la consulta, el sanatorio y la vivienda. Mi padre fue a verme a La Coruña, me asesoró mucho. Él me ayudó a poner el sanatorio. Lo cogían y lo soltaban, hasta que no se presentó a la cárcel de Valladolid y se hizo con una documentación falsa. Yo saqué la cátedra porque había hecho un buen examen y un tratado de psiquiatría 'Fundamentos de la psiquiatría actual'. Sin salir de España me había hecho con el alemán. Había hecho estancias en Zurich, en Viena; asistía a muchos congresos... Me dedique al estudio de la neurosis y el alcoholismo, porque había mucho alcoholismo en La Coruña. Los americanos decía que cualquiera se podía hacer alcohólico, yo digo que no, que es la gente que fracasa y se siente desgraciada. Hice un estudio de la personalidad prealcohólica y de la desaparición de la histeria -siguió la neurosis, pero se refugió en trastornos digestivos, de otro tipo, más contenidos, porque el ser humano se fue haciendo más racional y más contenido, sin grandes fenómenos exteriores-. Luego empecé a trabajar en la depresión".

Sevilla, bromas y "toros". "Llego a Sevilla, a tomar posesión de la cátedra y caigo tan bien que me desato con mucha broma y sentido del humor. Le decía: 'Se dobla el mapa de España por la mitad y Asturias cae encima de Andalucía'. 'Alonso ha caído tan bien porque es hijo de un gitano', bromeaban. Eran años tumultuosos. En clase tenía policías y estudiantes pagados por el Socorro Rojo, y había que saber torearlos a todos. Los años de Sevilla fueron los más felices de mi vida: mis tres hijas acogieron el cambio muy bien, empecé a jugar al tenis, cogíamos un mes de vacaciones e íbamos a La Coruña, donde conservábamos un chalé".

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