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Un arca urbana para el Arca Santa

La reliquia es un motor para el casco histórico ovetense, que debería someterse a un plan de mejora para colocarlo a la altura de su belleza e importancia histórica

Un visitante fotografía el Arca Santa poco después de su restauración. MIKI LÓPEZ

La reciente devolución, tras una rigurosa restauración, del Arca Santa de la Catedral de Oviedo al espacio al que lleva ligada desde hace casi mil años, es sin duda un acontecimiento del máximo nivel, que ha supuesto en primer lugar la recuperación del antiguo esplendor de una pieza de extrema importancia en la historia del arte universal y, por otra parte, ha favorecido un mayor conocimiento de la misma, gracias a los estudios previos y sobre todo a los que vengan derivados de la referida reparación. Ello nos obliga a reflexionar acerca de nuestro patrimonio medieval y su puesta en valor.

Aunque el Arca ya está en su lugar, en la Cámara Santa, sería deseable, aunque sea de forma temporal, el empleo de una museografía más adecuada que permita al público interesado contemplar minuciosamente el aspecto que ha recobrado el relicario en todas sus partes. Esta circunstancia nos recuerda presentaciones anteriores que debieran incorporarse a la ficha catalográfica de la pieza, pues han pasado al olvido. Me refiero a la exhibición que junto a la también hermosa Arqueta de Santa Eulalia tuvo lugar en el mismísimo Museo del Prado en la primavera y verano de 1935, una vez restauradas ambas por el maestro Manuel Gómez-Moreno en el Instituto Valencia de Don Juan, aún radicado en la calle Fortuny de Madrid. Aquella exposición se localizó en el vestíbulo de la rotonda de la galería de Escultura del ahora denominado Edificio Villanueva del Museo Nacional del Prado y pretendía en realidad, mediante el abono de una entrada de 50 céntimos, contribuir a la reconstrucción de la Biblioteca de la Universidad de Oviedo.

La intervención de ahora, propiciada y financiada en exclusiva por la Catedral de Oviedo, con la ayuda técnica de la Consejería de Cultura del Gobierno del Principado de Asturias, es junto con la precaria consolidación de la pintura mural del Entronizado de San Miguel de Liño la noticia más feliz de este año en el panorama del patrimonio cultural asturiano.

No sobra decir que el tesoro medieval de Oviedo está indudablemente entre los principales de Europa. Lejos queda ya la exposición Orígenes: Arte y Cultura en Asturias, siglos VII-XV (1993) en que se probó un nuevo sistema de exposición para la Cámara Santa. Desde entonces hasta hoy, la Catedral ha mejorado muchísimo su aspecto y además se ha avanzado notablemente en su conocimiento a través de su Plan Director, un instrumento envidiable muy bien ejecutado y a cargo de dos arquitectos extraordinarios y dotados de una sensibilidad propia de historiadores, Cosme Cuenca y Jorge Hevia. En este dilatado proceso, la Cámara Santa también se ha sometido a un amplio número de mejoras y análisis que han desvelado en mayor medida su belleza y significado.

Actualmente el Arca Santa se presenta, como no podía ser de otro modo, en su sitio, con un aspecto radiante. Pero cabe esperar que cuando concluyan los estudios pertinentes y surjan nuevas publicaciones acerca de tan precioso cofre-relicario, se prepare una gran exposición de arte plenomedieval en torno al Arca. Es obvio que el marco debe ser el contexto español y europeo y sería consecuencia del dedicado trabajo de nuestros historiadores y arqueólogos medievalistas, a veces enzarzados en un vivo y sano debate entre ellos mismos, habido durante las últimas décadas en torno a este tiempo. No hace falta que sea una gran producción y la propia Catedral de Oviedo, ya sea en la Capilla de Santa Bárbara o en los espacios del Museo de la Iglesia, serían idóneos para presentar a todas luces una pieza que merece la pena ser contemplada con detalle. También podría ser una ocasión propicia para que se volviera a enseñar junto a ésta y por unos días el Liber Testamentorum y todo aquello que conservamos del albor del siglo XII. Ese tiempo y el legado de los obispos Arias, Martín y Pelayo, al que prestan especial atención varios cualificados investigadores, podrían ser a través de documentos y objetos artísticos el argumento central de una exposición temporal que sería histórica.

El Arca Santa ha sido y sigue siendo un motor para la vieja ciudad de Oviedo, estos días atiborrada de turistas, pero debemos afinar un poco en este complejo tiempo que nos toca. Ahora que se celebra un diversificado y bien programado festival de verano, conviene repensar la ciudad histórica, dotada de un admirable barrio medieval en que la Catedral y los Monasterios de San Pelayo y San Vicente forman una unidad genuina y de enorme nivel histórico-artístico. Es posible y deseable llevar a estos escenarios y a sus entornos actividades culturales que puedan soportar y el sentido común debe ser el elemento rector siempre, máxime en una ciudad que atesora cinco monumentos inscritos en la Lista de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.

La Catedral Metropolitana de Oviedo, la más antigua del territorio peninsular, puesto que lleva abierta de continuo desde hace unos mil doscientos años, está espléndidamente bien gestionada e incluso pone infinidad de servicios y actividades al servicio del visitante y de los ciudadanos de un modo mucho más profesionalizado que antaño. También afronta en solitario actuaciones como la recuperación del Arca Santa, entre otras. Dado que el templo tiene su Plan Director, no estaría mal que la ciudad se planteara la redacción y ejecución de uno complementario y la primera fase debe referirse ineludiblemente a su casco histórico. En este documento deberían estudiarse con mimo las necesidades de cada calle y elemento de valor, máxime en una zona repleta de inmuebles de elevado interés. Y no solo en lo relativo a las pintadas que ya empezaron a proliferar desde hace años y avanzan rápidamente sin que se actúe en absoluto. Esta plaga se puede atajar primero quitándolas y luego instalando cámaras en entornos tan comprometidos, tal y como ocurre en la plaza de Feijoo. Pero la actuación debe afectar igualmente a los pavimentos, a la iluminación y a la señalética. Fijémonos en las aceras instaladas en otras ciudades como San Sebastián y estudiemos con ayuda de especialistas los colores de la ciudad y los de nuestros monumentos para que se elijan, con buen gusto esta vez, materiales duraderos. Hay rincones que pueden lucir pocas ciudades como esa esquina prodigiosa entre Santa Ana y el Tránsito de Santa Bárbara, desde hace cerca de un año y medio repleto de vergonzosas pintadas en las fachadas (todas) del Palacio Episcopal. Por ese enclave pasan miles de visitantes y no puede seguir luciendo este aspecto por más tiempo. Lo mismo ocurre con la fachada del Museo Arqueológico en su edificio de ampliación. Bastaría con poner el foco en lo que hay que solventar y el solar de la calle Santa Ana es un peligro y una realidad inclasificable que se podría remediar con voluntad y con un poco de amor por la ciudad. Lo mismo podría decirse de la Plaza de la Catedral, pendiente de una solución para la Casa de los Llanes; ese espacio central debería ser reformado tras un concurso de ideas que haga del lugar, el más transitado por los turistas, una zona de estancia, supliendo el vacío dejado tras el derribo de la plazuela mediante la recuperación de cierta volumetría a través de jardines aterrazados. Es claro que no puede seguir esa sucesión de parches en el suelo rodeando a nuestra Catedral. Y las actividades que excedan lo racional, como los conciertos multitudinarios (para eso tenemos pabellones deportivos, pistas de atletismo, teatros y auditorios), no son aptas para un entorno que hay que mirar con respeto y sensibilidad.

El Ayuntamiento está obligado a mimar cada esquina del casco e incluso a promover que se amplíe la lista de Patrimonio Mundial y hacerla extensible a toda la Catedral, San Pelayo y San Vicente, y a todo documento, resto arqueológico, edificio y objeto de la época de la Monarquía Asturiana que conservamos. Al mismo tiempo, San Pelayo podría acoger una sección (incluso con rango de Museo Nacional como tiene el de Altamira) del Museo Arqueológico de Asturias y que tendría que estar dedicada a presentar y desplegar el Arte Prerrománico Asturiano, ahora muy mermado en el actual montaje.

Hace casi veinte años en San Isidoro de León, otro lugar imprescindible (como nuestra Cámara Santa), se presentaron los grandes tesoros medievales peninsulares y allí estuvieron juntos los Reinos de Asturias y León en el mejor emplazamiento de la muestra. Para la ocasión, dado el inestable estado que presentaba el Arca Santa, no pudo viajar a nuestra querida ciudad vecina, en este momento debemos propiciar otra gran exposición en que colaboren todas las instituciones y administraciones sin excepción y con la que se devuelva a la ciudad el orgullo por su pasado medieval.

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