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La valentía del teniente electricista

El langreano Joaquín Fernández Canga jugó un papel clave en la gran evasión de más de 300 soldados republicanos asturianos recluidos en el fuerte granadino de Carchuna, cerca de Motril, en la Guerra Civil

Fernández Canga, en una foto dedicada a su novia en 1935-36.

El 18 de mayo de 2013 publiqué en este mismo periódico el artículo "La gran evasión asturiana", dedicado a la exitosa fuga de poco más de trescientos prisioneros republicanos, asturianos en su mayoría, del fuerte de Carchuna, cerca de Motril, en la costa de Granada. Fue una operación con protagonismo destacado de cuatro jóvenes tenientes asturianos del ejército republicano, de los que el mayor tenía 25 años y el más joven 22. Se habían fugado del fuerte la tarde noche del 19 de mayo de 1938 y volvieron cuatro días después, el 23 de mayo, en una operación de comando con otras 31 personas y en la que liberaron a la mayoría de los prisioneros y su paso a las líneas republicanas. Estos cuatro tenientes eran: Joaquín Fernández Canga, Secundino Álvarez Torres, Esteban Alonso García y Cándido López Muriel.

El artículo llegó a conocimiento de Marie Fernández, residente en Francia e hija de uno de los protagonistas de la acción, Joaquín Fernández Canga. Hace unas semanas se puso en contacto conmigo. Marie Fernández, nacida en Francia tras el exilio de sus progenitores, tenía interés en que conociera un libro sobre su padre, del que era autora: "Por las huellas de la Guerra Civil", dedicado "a mi padre, asturiano, oficial de la República". Autoeditado a través de Amazon, Marie cuenta la historia de Joaquín Fernández Canga, entresacada de los relatos que este había transmitido a sus hijos, grabados en varias cintas.

Correspondo a esa deferencia y escribo este artículo en recuerdo de su padre y para tratar de sacar del olvido a una más de los cientos de miles de personas que pelearon por las libertades en España y a las que el franquismo no solo quitó la vida, sino que trató de borrar de la historia.

Joaquín Fernández Canga nació en Sama de Langreo el 23 de noviembre de 1915. Criado en una familia de socialistas -su padre era dirigente de la agrupación socialista de Langreo y pasó varios años en la cárcel tras la Guerra Civil-, era mecánico electricista. Al iniciarse la guerra se enroló en la "columna minera" que pretendía llegar a Madrid en apoyo de los trabajadores de la capital española y que tuvo que dar la vuelta precipitadamente al llegarles la noticia de la sublevación en Oviedo del coronel Aranda. Pasó los primeros meses de la guerra en el frente de Lugones, una de las posiciones desde la que los republicanos trataban de recuperar la capital asturiana.

Desde abril de 1937 y hasta agosto de ese año estuvo en la Escuela Popular de Guerra n.º 6 de Santoña, de donde salió con el grado de teniente. De vuelta a Asturias se incorporó al frente de Grado, donde vivió el final de la guerra y la desbandada que siguió entre los republicanos asturianos derrotados. Fue hecho prisionero e inició un largo recorrido por las prisiones y campos de concentración del franquismo, de triste recuerdo: La Cadellada (Oviedo), La Robla, antiguo hospital de San Marcos, Santa Ana y Santas Martas, en León. En el invierno de 1937 llegó a un lugar llamado El Varadero, en Granada, y en la primavera de 1938 es trasladado al fuerte de Carchuna, donde los prisioneros eran dedicados a la construcción de un aeródromo. Por su profesión de mecánico electricista, tuvo la oportunidad de salir con frecuencia del fuerte a diversos lugares a hacer varios trabajos eléctricos, lo que le permitió adquirir un cierto conocimiento de la zona, que habría de ser muy valioso en los planes de fuga, y el percatarse de la proximidad de la línea de frente republicana y cómo llegar a ella.

El fuerte de Carchuna estaba guardado por una treintena de soldados, ocho cabos, cuatro sargentos y un alférez. Los malos tratos hacia los prisioneros eran frecuentes, sobre todo por parte de alguno de los sargentos. Uno de ellos sacó una noche del fuerte a Joaquín Fernández, al que maltrató de palabra y obra, llegando a simular su fusilamiento. De vuelta al cuartel, tras este mal trago, hizo saber a sus compañeros que había llegado la hora de evadirse.

La fuga de los cuatro tenientes se produjo el 19 de mayo de 1938 y consiguieron llegar a las líneas republicanas. Lograda su salvación, no cejaron los cuatro en movilizar al mando militar republicano de la zona para que asumiera la operación de rescate del resto de prisioneros. Especial protagonismo tuvo otra vez Joaquín Fernández, al enterarse de que el jefe de División era el asturiano Luis Bárzana, con el que había participado en los primeros días de la guerra en Asturias, el 25 de julio de 1936, en el rechazo de una columna que, mandada por el propio coronel Aranda, había intentado llegar hasta Gijón. Esta información facilitó que Bárzana atendiera sus demandas y llamara a su teniente ayudante, José Fernández, hijo del que fuera consejero de Comunicaciones en el Consejo Provincial de Asturias y León, Aquilino Fernández Roces, que era de Sama, como nuestro protagonista, y al que identificó nada más hablar con él por teléfono. Hay que destacar estos pequeños detalles, pues fueron fundamentales para conseguir que Luis Bárzana y el teniente coronel José María Galán, que eran dos de las máximas autoridades militares de la zona (XXIII Cuerpo de Ejército), decidieran aceptar el plan que los fugados proponían. Evidentemente, en la operación de rescate participaron como hemos dicho una treintena más de personas, pero justo es destacar el protagonismo y la valentía de Joaquín Fernández y sus otros tres compañeros fugados en volver al infierno para liberar al resto de presos.

Joaquín Fernández volvió a reincorporarse a la guerra y le sorprendió el fin de la misma en Utiel (Valencia), donde con otros miles de personas fue nuevamente hecho prisionero. Empezó entonces un calvario que le llevó por las prisiones y campos de concentración de Medinaceli (Soria), Aranda de Duero, Burgos y la cárcel de Oviedo. De esta fue trasladado al campo de concentración de Miranda de Ebro, donde pasó unos tres o cuatro meses hasta que fue puesto en libertad provisional en 1941 y autorizado para volver a Asturias, a Mieres, donde estaban su esposa, un hijo y parte de la familia. Pese a haber sido torturado, nunca reveló que había participado en la operación de Carchuna y consiguió ocultar su verdadera identidad.

La guerra había sido terrible, pero la posguerra aún lo fue más para los vencidos, porque como bien expresaba uno de los personajes de la película de Fernando Fernán Gómez, "Las bicicletas son para el verano", tras la guerra no vino la paz, sino la victoria y ello significó que todos los habitantes de la zona republicana fueran sospechosos, en mayor o menor grado. Y a todos alcanzó la dura represión: fusilamientos, cárceles, campos de concentración, batallones de trabajo... aparte del más de medio millón que no tuvieron otra salida que la del exilio. Este destino fue el que decidieron finalmente Joaquín Fernández Canga y su esposa, tras pasar siete años con la permanente angustia de ser reconocido y vuelto a ingresar en la cárcel. Tras desempeñar diversos trabajos, consiguió en 1948 un destino en Sallent de Gállego, cerca de la frontera francesa. Su bonhomía y buen oficio le granjearon siempre la simpatía y la ayuda de sus compañeros. Finalmente, la noche del 8 de agosto de 1949 consiguieron pasar la frontera y encontrar la libertad en el país vecino, donde tuvieron la ayuda de antiguos compañeros socialistas como José Fernández Flórez y José Barreiro, animadores de la Comisión Socialista Asturiana, organización fundamental en el mantenimiento del socialismo en Asturias.

Joaquín Fernández Canga visitó en el verano de 1977, después de las primeras elecciones democráticas, el fuerte de Carchuna. En 1982 regresó definitivamente a España y falleció en León el 22 de febrero de 1988. Su hija Marie Fernández dedica el libro a su hijo Guillaume, a sus hermanos Carlos y Joaquín, del que dice "que sufrió cruelmente por no tener la infancia que se merecía. Franco le robó su niñez y, como consecuencia, parte de su vida". Había quedado en España y no fue hasta 1952 cuando pudo reunirse con sus padres.

El franquismo no solo quitó la vida a muchos miles de personas, sino que les negó hasta la muerte, según demuestra el hecho que cuento a continuación. Hace unos cuantos años, en 1983, investigando sobre la represión en Asturias durante el franquismo, pude ver en el expediente de un recluso de la cárcel de Oviedo una carta del alcalde del Ayuntamiento de Balisa (Segovia), escrita en pleno franquismo, en la que se decía: "? con referencia al recluso que fue de ese penal Victoriano Posada Sebastián, y toda vez que no aparece inscrita la defunción del expresado sujeto en el Registro Civil del Juzgado Municipal de esa capital, ruego a Vs. se digne manifestarme el tribunal que dictare la sentencia de última pena impuesta a dicho individuo, para ver de conseguir la correspondiente certificación acreditativa de su ejecución". Victoriano Posada Sebastián había sido condenado a muerte el 19 de mayo de 1938 y la sentencia ejecutada en Oviedo el 28 de julio de 1938. Su muerte figura inscrita en el Registro Civil de Oviedo con fecha 23 de agosto de 1938, constando como causa de la muerte "comunicación oficial" de la autoridad militar instructora del consejo de guerra. Sospecho que la viuda de Victoriano no pudo nunca acreditar que sus hijos lo eran de viuda, razón por la que se demandaba esa certificación.

Mi enhorabuena a Marie Fernández por haber sido capaz de plasmar en "Por las huellas de la Guerra Civil" la vida de su padre, para que no se olvide nunca y para que los vencidos puedan también tener historia o memoria, palabra que aún sigue ofendiendo a mucha gente ochenta años después del fin de la Guerra Civil.

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