Media Asturias ha perdido más de la mitad de sus jóvenes en este siglo, y queda lo más duro

La región encabeza la caída de la población de 20 a 39 años en España en puertas de una oleada de jubilaciones l El desplome se concentra en el ala occidental, las cuencas y el entorno de la Cordillera

población joven

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«Ánimo, que sólo queda lo peor». Junto a la carretera AS-231, a un paso de la cima del puerto del Cordal, un espectador jalea con cierta retranca al pelotón de la Vuelta Ciclista a España mientras los corredores se esfuerzan cuesta arriba sin pensar, pero sabiendo, que todavía tienen todo el Angliru por delante. Estirando un poco la analogía, aquel grito de aliento puede extenderse y llegar a servir, tal vez, para toda esta Asturias menguante del siglo XXI, afligida por la demografía más desgastada del país, envejecida como ninguna, que pedalea cuesta arriba y divisa por delante, como un Angliru, la hora de la jubilación para una de las generaciones más voluminosas de su historia. El grueso de los «boomers» nacidos entre finales de los cincuenta y los sesenta, los de la fase con más nacimientos de la serie estadística asturiana, se asoma a la hora del retiro o acaba de llegar a ella mientras el contingente de reemplazo va perdiendo fuelle…

Asturias echa cuentas, mira hacia atrás buscando relevo y observa con inquietud que ha perdido más población joven que prácticamente ninguna otra provincia española en este siglo. Para comprobarlo, ni siquiera hace falta retroceder hasta ninguna prehistoria. El declive se percibe con una simple regresión de apenas veinte años. Enfocando la primera franja fuerte de la vida laboral activa, la de los 20 a los 39 años, el Principado tiene 142.000 jóvenes menos que en 2001 y exactamente la mitad de sus 78 municipios, 39, ha perdido más del cincuenta por ciento de su censo de veinteañeros y treintañeros en las dos décadas iniciales del milenio. En el mismo periodo, para que se vea el contraste, la cifra de los que están, entre los 55 y los 64, en la antesala de la jubilación o a aproximadamente diez años de ella ha engordado en cerca de 50.000 personas hasta llegar a 160.000… Lo dicho, que si nada lo remedia, y conviene enfatizar el condicional, todavía vienen más cuestas y más curvas, pero la meta está ahí arriba, esperando a los valientes.

Ninguna comunidad autónoma española y solamente una provincia (Zamora) empeora el desplome que el grupo etario de los veinte y los treinta ha experimentado en Asturias, que duplica la media nacional de decrecimiento. Acumula un 44 por ciento de merma en estas dos décadas largas y al mismo tiempo, para que se vuelva a ver el contraste, un ascenso de casi 40.000 personas en la franja económicamente dependiente de los habitantes de más de 65 años. En la Asturias de 2022, los habitantes de 45 a 64 años han engordado hasta 328.810 y ya casi duplican a los 180.974 que vienen por detrás y tienen entre 20 y 39. Los números ayudan a calibrar el mordisco que se ha llevado la base de la pirámide de población asturiana sólo en el trayecto breve que ha cubierto este siglo y abren una puerta para entrever las implicaciones sociales y económicas a las que se expone la región si no es capaz de encontrar el antídoto. La pirámide se ha ido ensanchando por la parte superior, ha menguado por la base y el decaimiento juvenil es generalizado en toda la región, pero acercar el microscopio al territorio es descubrir que la proverbial desigualdad demográfica de Asturias aflora de un modo más que notable, también aquí, cuando el 85 por ciento de juventud que ha perdido Pesoz –tenía 21 jóvenes, tiene 13 y es el de menos relevo de Asturias–, o el setenta de Illano, o el 71 de Ibias se comparan con el 15 que hace ser a Cabranes, con su resta absoluta de sólo 36 jóvenes, el sorprendente concejo con menos pérdidas de la región.

La porción del mapa por donde más sangra este retroceso juvenil responde a un patrón de distribución geográfica muy reconocible y nada chocante. Los 39 concejos con más pérdidas forman una mancha que ocupa casi dos terceras partes de la superficie regional –6.641 kilómetros cuadrados–, se extiende casi sin interrupciones por el ala occidental asturiana y continúa a través del cinturón de municipios que se acuesta a los pies de la Cordillera. Está más representado el occidente que el oriente. Más el interior que el litoral. Aparece toda la cuenca minera con la sola excepción de Sobrescobio, hay nueve municipios con caídas de más del sesenta por ciento –ocho de ellos del extremo oeste– y resisten mejor, dentro de la penuria generalizada, el eje urbano central y una lengua de tierra que desde aquí da salida hacia el este.

Se dibuja así la cartografía habitual de la concentración de la penuria demográfica asturiana, que bascula más hacia el occidente que al oriente y más hacia el interior que hacia la costa. Al otro lado, y más allá de algunas salvedades puntuales y del efecto estadístico que puede operar en poblaciones pequeñas como las de Sobrescobio u Onís –ambos han restado «sólo» uno de cada cuatro residentes jóvenes–, se libra básicamente el centro urbano. Se libra relativamente, porque aquí pierde todo el mundo, aunque como indicio de la creciente concentración urbana que sigue caracterizando a la población asturiana se puede decir que escapan al gran descalabro todas las grandes poblaciones salvo las de las cuencas. Villaviciosa, Oviedo, Siero o Llanera se han dejado en esta refriega apenas uno de cada tres de sus jóvenes y decrecen por debajo de la media regional. No hay brotes verdes, pero sí una mínima resistencia fundamentalmente agrupada en torno al triángulo central y algunos de sus aledaños. Esta franja juvenil del censo resiste en Oviedo, eso sí, ligeramente mejor que en Gijón y Avilés, cuyas caídas respectivas superan el 43 y el 48 por ciento, y en la zona menos negativa de la estadística puede llamar la atención el cierto vigor que conservan en la costa oriental Llanes, Caravia o Ribadedeva, igual que en el interior Cangas de Onís, o el relativo buen comportamiento de los concejos de la Comarca de la Sidra.

Ascendiendo desde el detalle municipal, el modelo de decaimiento juvenil en el que encaja toda Asturias es un preocupante desplome global del 44 por ciento que incluso supera el cincuenta, de resultas del agudo problema de Asturias con la natalidad, cuando solamente se tiene en cuenta la población de estas generaciones nacida en España. El Principado es la única provincia española que ha perdido en este siglo la mitad de su contingente de jóvenes autóctonos, y los motivos merecen una parada para la reflexión. Desde mediados de los años ochenta del siglo pasado, Asturias no ha dejado de ser la comunidad autónoma con la tasa de natalidad más pobre de España. Se ha ido acomodando en este periodo entre las regiones de Europa con peores registros de fecundidad y lleva todo 2023 liderando la caída de los nacimientos en el país. Sirva como resumen que no hay comunidad autónoma española que iguale el derrumbe del 73 por ciento que han experimentado los nacimientos en Asturias entre 1976 y 2021. En aquellos estertores del «baby boom» nacían en el Principado cerca de 18.000 niños que nada tienen que ver con los menos de 5.000 de los últimos tres ejercicios consecutivos. Es cierto que la caída es generalizable a todo el país –el total nacional del periodo arroja un retroceso del cincuenta por ciento–, pero también que ninguna otra autonomía empeora tanto como Asturias el promedio español de descenso.

Este cálculo del retroceso juvenil ocupa un lugar preferente en los estudios del ingeniero avilesino Alejandro Macarrón Larumbe, fundador y presidente de la Fundación Renacimiento Demográfico y coordinador del Observatorio Demográfico de la Universidad San Pablo CEU. El estudioso ha profundizado recientemente en las motivaciones y efectos del fenómeno hasta alcanzar la conclusión de que el declive juvenil es indicio y resultado, a sus ojos, de la doble cojera que aqueja a la demografía asturiana, pero sobre todo de la vinculada con la penuria de los nacimientos. Cuando en un territorio falla la pierna de la natalidad puede quedar la muleta del atractivo migratorio, pero sucede que ésta tampoco ha sostenido nunca al Principado de forma suficiente. El saldo de los intercambios con otros territorios es positivo en Asturias, en realidad lo ha sido siempre desde que hay constancia estadística salvo en los años inmediatamente posteriores a la crisis financiera de 2008, pero la ganancia por esta vía –que fue de cerca de 4.800 habitantes en el más benéfico de los últimos años– no cubre ni de lejos el profundo desfase que genera la diferencia muy desigual entre los escasos nacimientos –menos de 5.000 en los tres últimos ejercicios cerrados– y las abundantes defunciones –14.000 en 2022–.

Si de esos movimientos se aíslan los intercambios con el extranjero, se volverá a ver que Asturias permanece en el vagón de cola de las autonomías con menos porción de población foránea. En la elaboración estadística de Macarrón reluce también como la segunda región con un porcentaje más bajo de ocupados nacidos fuera de España: un escaso once por ciento que sólo empeora Extremadura.

Se duele Asturias pues de una demografía dos veces coja, necesitada de alivios a dos manos para fortalecer el soporte de la natalidad y el de las migraciones. De ahí el ascenso de la política de impulso demográfico al primer plano de las prioridades en el Principado. De ahí el interés del análisis de causas y efectos del problema que ha acometido Alejandro Macarrón. La baja natalidad y el retroceso demográfico que arrastra equivale en su diagnóstico genérico a «más gasto en pensiones, sanidad o dependencia» y a «menos consumo e inversión», a la merma de «la innovación, el emprendimiento y la productividad» que puede caracterizar a las sociedades envejecidas y a una catarata de calamidades donde no son menores los efectos sociales de la generalización de la soledad o, incluso desde un punto de vista geopolítico, «la tendencia a la irrelevancia» que en un supuesto extremo puede traer consigo la pérdida de peso demográfico.

Si puede elegir una vía de remedio, el experto pondría el foco más sobre la natalidad que sobre la atracción de inmigrantes, dado que a su juicio no puede ser ésta, por sí sola, «una solución completa» para el problema demográfico. Él entiende difícil que España pueda competir con otros países «más ricos» por la atracción de mano de obra de cualificación media-alta e invita a concentrar los esfuerzos en la urgencia de revertir la agudísima crisis de natalidad que Asturias arrastra desde hace cerca de tres decenios y que no sólo tiene consecuencias sociales o económicas: desde la restauración de la democracia, el Principado es la región que ha perdido por razones demográficas más diputados en el Congreso: tres.

El probl ema se ha instalado en la agenda política. Puede que con retraso, pero está. Para tener una idea y saber qué hacer, o en qué parte del remedio poner más énfasis, puede servir la última encuesta de fecundidad del Instituto Nacional de Estadística (INE), que data de 2018 y en la que las mujeres asturianas que confiesan haber tenido menos hijos de los deseados responden a las preguntas por los motivos. En el porcentaje más alto, más de una de cada tres se opta por «razones laborales o de conciliación de la vida familiar y laboral».

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