Javier Soto, arte sin fronteras
El artista naviego lleva a la sala «Rekalde» de Bilbao sus pinturas inspiradas, en parte, en Los Ángeles
Navia, Ana M. SERRANO
Llegó al mundo del arte casi por casualidad, aunque su habilidad para pintar había destacado antes. Javier Soto, naviego de 34 años, no recuerda exactamente cuándo cogió su primer pincel ni por qué. Tampoco estar especialmente preocupado por esta habilidad ni por el mundo del arte. Sí que de niño ganaba los concursos de pintura que se organizan en su colegio.
Su futuro como artista empezó a despuntar cuando con 20 años tuvo la oportunidad de decidir sus estudios. Pensó entonces en que no le gustaba lo que elegían para sí sus compañeros: mayoritariamente ser médico o abogado. «En realidad, no me gustaba nada y elegí Bellas Artes sin pensar mucho en lo que hacía», recuerda.
Cursó sus estudios en Bilbao y en esta ciudad vasca, la misma que le vio crecer como artista, tomó conciencia de que pertenecía a un mundo «d el que es difícil vivir»: el del arte. Ahora este joven naviego expone parte de su obra en la sala bilbaína Rekalde. La muestra, que lleva por título «Euforias y demonias», está compuesta de una treintena de obras, entre acuarelas sobre tela y papel y acrílicos sobre lienzo y madera, y permanecerá en el espacio «El Gabinete Abstracto» hasta el 31 del próximo enero.
Su trayectoria empezó mucho antes. Si alguien le pregunta por su estreno, Javier Soto titubea un momento hasta determinar el año en que por fin tuvo espacio propio para mostrar sus obras: fue en 1996 . Trece años después, este artista, poco conocido en el mundo del arte asturiano, puede presumir de haber mostrado sus trabajos en casi veinte exposiciones; casi todas ellas, a excepción de dos, localizadas fuera de Asturias: en País Vasco, Madrid, Cataluña y Galicia.
A Navia retornó para buscar la soledad de que piensa que tiene que nutrirse todo artista. Lo hizo después de vivir más de una década en Bilbao y de viajar a Los Ángeles (donde produjo parte de la obra que ahora expone en Bilbao).
«Aquí estas solo y vas contracorriente, algo que creo que es muy bueno para un artista, porque te permite no estás tan influenciado por otros ambientes», relata. Y, de momento, y a la espera de una nueva «improvisación» («soy muy impulsivo», dice») que afecte a su lugar de residencia, se quedará en el Occidente. Su próxima parada está cerca. Será en la sala «Altamira» de Gijón, el próximo febrero, si no fallan las previsiones.
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