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Lo que Luarca conserva de Severo Ochoa

Las sobrinas del premio Nobel consideran que "es una pena que no se le recuerde más"

Lo que Luarca conserva de Severo Ochoa

Las calles de Luarca se llenan estos días de turistas que buscan conocer algo interesante de la villa. De gente que llega a la capital de Valdés con el firme deseo de ver por fin su paisaje único o de ampliar lo que saben de la historia local. Y pocos saben, a juzgar por las encuestas, que esta villa marinera del occidente asturiano dio un premio Nobel de Medicina, Severo Ochoa. La capital de Valdés es el lugar donde nació y donde encontró su vocación uno de los tan sólo ocho españoles que han ganado alguno de los prestigiosos galardones internacionales impulsados por el sueco Alfred Nobel para agasajar a aquellos que lucharan por "el mayor beneficio a la Humanidad".

Cuando Severo Ochoa de Albornoz (Luarca,1905-Madrid, 1993) era un niño decidió visitar la playa de Portizuelo, un arenal que dista poco de la villa luarquesa. Esta cala de cantos rodados y peñas de curiosas formas solo era apta para aquellos que antes decidían superar un empinado camino y afrontar lo desconocido. Gracias a aquella visita, en aquellos charcos el niño Severo Ochoa observó parte de la vida marina y terrestre. De esa observación llegó su pasión por la vida. En 1959, el bioquímico luarqués logró el premio Nobel de Medicina. Es el único asturiano que goza de este reconocimiento y el segundo español que logró el galardón de Medicina, tras Santiago Ramón y Cajal.

Severo Ochoa murió en Madrid en 1993 tras una vida dedicada a la investigación. Está enterrado en el famoso (por sus vistas) cementerio de Luarca. Este año ha sido nombrado el español más universal de la historia contemporánea a través de una encuesta en la que participaron más de 21.000 personas. Lo que queda de él en Luarca, además de sus restos y de su gran labor científica, es parte de su familia.

María del Carmen Fernández-Lavandera, "Menchu", es sobrina segunda del Nobel y vive desde hace ocho años en la casa familiar de San Juan de Villar, cerca de Luarca. La vivienda, llamada "La Granxina", está ubicada muy cerca de la playa de Portizuelo, la que movió por dentro a Severo Ochoa para dedicar su vida a la investigación científica, primero en España, luego en Alemania e Inglaterra, y más tarde, en Estados Unidos. "Era un hombre encantador y muy humilde", destaca Fernández-Lavandera.

La madre de Menchu, "Mina", siempre tuvo muy buena relación con Severo Ochoa. Antes de morir, el Nobel quiso que sólo visitaran su habitación de hospital madre e hija. Se despidió de una manera especial. "Me dijo que leyera algo de la familia", recuerda Menchu Fernández-Lavandera. Leyó un poema del tío Manuel de Albornoz y Liminiana. Con aquellas palabras cerca, el Nobel luarqués se fue para siempre.

En Luarca, el instituto de Educación Secundaria de Villar y una plaza llevan su nombre. Además, en la Oficina de Turismo se exhibe una exposición permanente sobre la vida, obra y orígenes del bioquímico. Pero es San Juan de Villar lo que hay que visitar si se quieren conocer los primeros y últimos pasos de un premio Nobel que tal vez se sintió olvidado por su villa natal. En San Juan, la casa familiar (Villa Carmen) se vendió por decisión de la mujer de Severo Ochoa. Por esta razón el Nobel pasó sus últimos veranos y navidades luarquesas en la casa de la madre de Menchu Fernández-Lavandera. Es allí donde se conserva la mayor parte de los recuerdos familiares de Severo Ochoa. Nada más entrar en la vivienda, se pueden ver las fotos de los padres de este hombre excepcional para la Ciencia.

La sobrina del bioquímico enseña con cierto atisbo de pena la habitación donde dormía Ochoa y la sala donde solía estudiar, mirando a la costa asturiana y al faro de Busto. Era una persona "extremadamente ordenada y educada, con la que se podía convivir muy bien", afirma su familia.

Severo Ochoa conservó los amigos de la infancia de Luarca pese a sus grandes periplos por el extranjero y tenía una palabra para definir a la Luarca de su infancia y de sus vacaciones: paraíso. "Es una pena que no se recuerde más a este hombre", dice su sobrina. En Luarca ha habido varios intentos de promocionar la vida y obra del Nobel, y de darle el reconocimiento que no tuvo en vida. Poco tiene que ver el tratamiento que el concejo ofrece a su Nobel de Medicina con el que ha dado, por ejemplo, Iria Flavia a la obra y vida de su vecino Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura en 1989, según apunta su sobrina. "Es algo que nunca entenderemos", dice, con evidente indignación, Fernández-Lavandera.

Severo Ochoa, además, nunca olvidó sus orígenes. Volvió a Luarca siempre que su carrera se lo permitió, con el firme deseo de descansar. En la calle fue muy comentado su enfado cuando vio dónde estaban guardadas, sin excesivo celo, todas las pertenencias, premios y demás objetos donados por él en vida al municipio de Valdés.

Tal vez con la decisión de Ochoa de trasladar estos recuerdos al Museo de lasArtes y las Ciencias de Valencia llegó el distanciamiento institucional. La familia lucha, sin embargo, por recordar la humildad del Nobel.

Menchu Fernández-Lavandera enseña el gran roble que hay cerca de la casa (donde solía descansar), y las sillas y mesas exteriores en las que se sentaba tranquilo Severo Ochoa en verano.

En "La Granxina", cuando llegaba Severo Ochoa se limpiaba una mesa, la que hoy todavía se encuentra en una sala con vistas a la costa. "Allí estudiaba por la mañana y por la noche", revela su sobrina. En verano, le gustaba ir a bañarse a una playa de Navia. Todos los días hablaba con su mujer, enterrada en Luarca, y paseaba a menudo hasta Argumoso.

Su carácter de científico le acompañó toda la vida, pero eso no impidió alguna superstición. Nunca dejó de tomar yema con Jerez, la receta que tenía su madre para evitar la tuberculosis. Eso sí, en tiempos en los que todavía no se conocía apenas la influencia de la genética, él ya intuía que no todo el comportamiento estaba influido por ella. "Es muy importante el contexto, de quién te rodeas, lo que haces", solía decir, según su sobrina.

Él era su mejor ejemplo. Decía que sin trabajo no se podía convertir una destreza en una habilidad. Por ello daba gracias a la vida por haber podido estudiar para convertirse en un brillante científico.

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