Opinión

Profeta en su tierra

Memoria de un cura de carácter abierto, espontáneo y afable

Nos deja, ya con 93 años, otro cura de aquella época de los años 60-80 del siglo pasado que fueron animadores y promotores para que los vecinos-feligreses de las parroquias rurales se aunaran para que los pueblos mejoran sus caminos, abrieran carreteras, hicieran traídas de aguas a las casas y dejaran de ir todos los días a la fuente del pueblo y crearan cooperativas para la compra de piensos y venta de la leche a los grandes empresas. Incluso fomentaron la formación de sindicatos agrarios como el UCA. Veo en un estudio sociológico una cita importante que dice expresamente que "los curas jóvenes destinados a las parroquia rurales utilizan con frecuencia todos los instrumentos a su alcance –boletines parroquiales, homilías, locales, y su relativa inmunidad política – para concienciar a los campesinos". Y añade la labor decisiva la de JARC, el Movimiento rural cristiano.

Hago esta alusión porque creo que es de justicia valorar la labor social que desde la fe, no lo olvidemos, han llevado a cabo tantos y tantos sacerdotes, que es decir también la Iglesia. Viven algunos, octogenarios y nonagenarios, que bien merecen , aunque no sea más que el pequeño homenaje del recuerdo y el agradecimiento.

D. Francisco ha sido uno de ellos. Paco, que así tratábamos a D. Francisco, fue profeta en su tierra. Había nacido en Naraval el 21 de febrero de 1930. Esa parroquia fue bendecida con muchas vocaciones. Tenía un hermano en el seminario, D. José, que fue después párroco de Vegadeo, y en la cercana parroquia de Santa Eulalia de Miño, pasando Navelgas, la tierra de oro, estaba de párroco un tío, santo varón, D. Benigno, con el que prácticamente se crió. Esta familiaridad determinará su destino sacerdotal.

Ordenado sacerdote el 10 de junio de 1956, su primer nombramiento fue coadjutor de Trevías, villa muy cercana a su tierra. Su carácter abierto, comunicador, espontáneo, con humor, afable, le ganó muchas simpatías y amigos. Pero su tío D. Benigno envejecía. El bondadoso párroco de Miño hizo lo posible para que le acompañara en sus últimos años el sobrino que se había criado en su casa rectoral y le sucediera en la parroquia. Así fue. El 23 de enero de 1959 recibía ese destino. Allí estaría cincuenta años, hasta su jubilación en junio del 2009. Hace unos días, despedimos a Ignacio Gallo, amigo del alma y compañero en las tareas pastorales. Conviví con ellos un año. Con ellos, con su amistad y sobre todo con su ayuda y experiencia di los primeros pasos. Para mí, del extremo oriente asturiano, el occidente profundo era un mundo desconocido, hasta en el habla. Paco siempre estaba dispuesto a echarte una mano, a llevarte en la moto a los lugares más alejados y difíciles; me enseñaron a conocer la sicología de la gente y del paisanaje y admiré el prestigio que gozaban por su entrega y servicio a las parroquias y a las personas. Recuerdo cuando inauguró la nueva parroquia de San Fructuoso, levantada con la colaboración, no sólo económica, sino manual de los feligreses. Paco, tan extrovertido y abierto en el trato, se transformaba cuando presidía las celebraciones, con dignidad, con devoción.

En 1973, se le encomienda las parroquias de Navelgas (patria del gran pintor Linares) y Zardaín, continuando en ellas el estilo pastoral de colaborar con todas las iniciativas vecinales y animando la vida de los pueblos, sacando a los niños de excursión, manteniendo las tradiciones, fomentando la celebración de las fiestas, de eso pueblos que van pasando a la Asturias vacía en espera del duende que los vuelva atractivos. Una niña, hoy señora, en su recuerdo cariñoso, dice: "Lo que hizo D. Francisco por nosotros nunca se lo pagaremos". Han sido 68 años de sacerdocio, los últimos en la paz silenciosa de la casa sacerdotal. Hoy vidas que en justicia solo pueden recibir el premio de gloria del Señor. La de Paco es una de ellas.

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