En cierta ocasión le oí decir a un alto cargo del PSOE que si en el futuro el Gobierno y los jueces se abstenían de provocar al nacionalismo vasco, la banda terrorista ETA y el propio nacionalismo tenderían a desaparecer o, al menos, a perder su actual poder conminatorio respecto a las instituciones españolas.

Se refería a situaciones como la que estamos viviendo en estos momentos. Dos recientes decisiones judiciales han irritado sobremanera al PNV, por un lado, y a la ilegal Batasuna, por otro. En el último caso, por la negativa de la Audiencia Nacional a poner en libertad al etarra De Juana Chaos, cuya vida está en peligro por el ayuno decidido en el ejercicio de su libre albedrío.

En el caso del llamado nacionalismo moderado, la piedra de escándalo es el paso del lendakari por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco como imputado por su encuentro oficial con Arnaldo Otegi. Está citado para este miércoles, 31 de enero, en el Palacio de Justicia de Bilbao, donde ha sido convocada una concentración de apoyo a Juan José Ibarretxe, amén de la marcha que fue patrocinada ayer en Bilbao por el PNV.

Por su parte, los seguidores de ETA y Batasuna, que son los mismos, no pierden ocasión de arremeter en la calle y en los medios de comunicación contra el PSOE y el Gobierno Zapatero, a los que acusan de «crueldad» y «sadismo» mientras les hacen culpables de la decisión de la Audiencia Nacional contraria a la libertad del mencionado terrorista en huelga de hambre.

Probablemente acierta ese dirigente del PSOE convencido de que el nacionalismo considera una provocación estas actuaciones de la justicia. Seguro que acierta. Pero si el diagnóstico sugiere una terapia orientada a evitar este tipo de «provocaciones», la sugerencia es inaceptable. Por una cuestión de principios. Aunque el precio sea seguir conviviendo con un nacionalismo radicalmente insumiso a las instituciones definidas en la Constitución española. Ése es el fondo de un problema que no se arregla con paños calientes.

En los últimos días estamos asistiendo a una especie de amotinamiento del nacionalismo vasco, el que gobierna y el que acojona, en contra de los tribunales. No tanto por el hecho de empapelar al lendakari o negarle la libertad a De Juana Chaos, sino por el hecho de que dichos tribunales no son suyos, lo cual es considerado una anomalía por el nacionalismo.

Ése es el fondo de la cuestión. Y de ahí que el propio amotinamiento no es tanto de respuesta a la «provocación» sino un pretexto más de reafirmación política e ideológica.