Cuando la ministra Elena Salgado se reunió el otro día con representantes de la moda española para abordar la unificación de las tallas y la promoción de una imagen física saludable, me acordé de Quico El Checo, un sastre pariente mío que tenía la sastrería en la muy avilesina calle del Sol.

Quico fue el primer sastre, y el primer maricón, que recuerdo y confieso que pasaba bastante vergüenza cuando de niño iba con los amigos y nos tropezábamos con el susodicho y con su inseparable perra «Soraya». Me fastidiaba que así, delante de todos, me llamara con cualquier pretexto y eso que siempre nos daba una buena propina que luego gastábamos comprando unos enormes martillos de caramelo que fabricaban dos señoras en la calle Martínez Anido.

Quico El Checo era de los pocos maricones públicos que había entonces, una época en la que aún no existían los gay, ni los homosexuales, ni los bisex y en la que para ejercer, como él ejercía, había que echarle valor y tenerlos bien puestos. Debió ser por eso que cuando leí lo de la normalización de las tallas y el físico saludable recordé a este pariente mío, buen sastre y simpático donde los haya. Recordé que Quico tenía la precaución de preguntar, siempre, al cliente: «¿Y tú... pa dónde cargues?». Precaución que adivino imprescindible para que los pantalones sienten como es debido y alojen el bulto cómoda y sanamente, sin el incordio de tener que desplazarlo, mediante una maniobra ridícula, al menor incidente. Pero, claro, luego vino el «prêt-à porter» y los pantalones comenzaron a fabricarse en serie prescindiendo de si el cliente acostumbraba a colocar su paquete a un lado u otro. Y eso tiene su inconveniente porque en esto no es como en la política, aquí hay que decantarse por la izquierda o la derecha. Hay que dejarse de ambigüedades y situarlo donde pida alojarse. Tanto da que uno tenga poco o bastante, en el centro no hay cristiano que lo coloque y sea capaz de mantenerlo ahí de constante, aunque sólo sea una tarde.

Igual es pedir mucho, pero yo le pediría a la señora ministra que de paso que proponen la normalización bien podían proponer que los pantalones, además de la talla, indicaran de qué lado tienen prevista la carga. La petición está echa, aunque me temo que nadie se acordará de nosotros porque la incomodidad de los hombres, sobre todo en estos asuntos, cuenta bastante poco. A nosotros nos despachan con una XL y ahí te las entiendas. Tú sabrás lo que haces con la barriga y con el paquete. Son igual de tuyos que el resto del cuerpo, pero como no cuentan ni están previstos en los cánones de la moda tienes que meterlos donde te quepan.

El caso que dentro de unos tres meses este grupo que ha creado la Ministra ya tendrá elaboradas unas conclusiones para aproximar los modelos estéticos a la realidad de la sociedad española. Y eso, al parecer, acabará con la dictadura de los modistos y nos hará más libres.

La libertad es cierto que está llena de pequeños detalles, pero qué quieren que les diga, no creo que sea cuestión de tallas. Ni tampoco de lo que hace la actriz estadounidense Drew Barrymore, aquella que cuando sólo tenía 7 años saltó a la fama por su papel en «ET» y que ahora, en una entrevista reciente, afirma que tras haber alcanzado los 30 y superado una infancia agitada, aún le gusta seguir haciendo locuras que la hacen sentirse libre. Locuras como correr desnuda por los campos de trigo de Irlanda.

Ni la talla 34 ni ahí te va que te preste, señora. Eso que dice de que, a veces, va conduciendo, aparca el coche, sale, se arranca la ropa y corre por los campos de trigo, en pelota, no para que nadie la vea sino para disfrutar de la sensación de ser libre, no lo veo ni como una cuestión terapéutica para liberarnos de nuestras neuras. Lo primero porque en Asturias no hay campos de trigo y lo segundo porque correr desnudos por un maizal adelante puede dejarnos las partes como cien gramos de chope en rodajas.

Bien está lo de aumentar las tallas y mejor estaría si la señora ministra se preocupara de otros detalles. Más de uno se lo agradecería y yo por supuesto, pero no por lo que a mí respecta sino por lo que tendría de homenaje a este pariente sastre que algunos, en Avilés, seguro que aún recuerdan.

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Milio Mariño es sindicalista y escritor.