Hay informaciones sorprendentes que dejan al lector rascándose la cabeza un buen rato. Aunque a veces ocurre que no por mucho frotar el fósforo de las entendederas se hace la luz y podemos llegar a una conclusión válida. El otro día, por ejemplo, la agencia «Efe» difundió una crónica de su corresponsal en Jerusalén en la que se daba cuenta de la colaboración entre España e Israel en materia de seguridad. Al parecer, guardias civiles y escoltas privados españoles viajan a ese país para entrenarse y expertos hebreos vienen al nuestro para instruir a los agentes del Centro Nacional de Inteligencia en la detección de grupos terroristas islamistas. El dato, en sí mismo, no es una novedad porque ese intercambio se viene produciendo desde hace bastantes años, y bajo el Gobierno de Aznar se supo que éste había solicitado ayuda a la CIA y al Mossad en la lucha contra ETA. Con bastantes buenos resultados, aunque ninguna autoridad informó de cuáles pudieran haber sido las contrapartidas, ya que en política internacional nada se hace desinteresadamente ni por amistad. Pero, al margen de estas colaboraciones, que parecen normales entre estados que mantienen relaciones diplomáticas, lo más chocante de esta información de «Efe» son las valoraciones que hace un instructor español sobre la utilidad de estos cursillos. Según dice este señor, de nombre José Félix Ramajo, «en Israel se pueden hacer cosas prohibidas en otros países». No explica cuáles pudieran ser esas cosas prohibidas, pero menciona entre ellas la posibilidad de disparar hasta 1.500 balas en una semana, mientras que en España sólo se pueden disparar 19 cada trimestre. ¿Y quién es capaz de afinar la puntería con un entrenamiento tan limitado? Cuesta creer que una nación considerada como la octava potencia económica del mundo y con una industria de armamento prestigiosa sea tan cicatera con la cantidad de balas que proporciona a sus agentes y que éstos se vean obligados a mantener la forma disparando con escopetas de aire comprimido en las casetas de feria. Y también se hace difícil de entender que los ejercicios prácticos sean tan deficientes. El mismo señor Ramajo denuncia que cuando los agentes españoles llegan a los campos de entrenamiento israelíes se ponen a correr insensatamente «con el dedo puesto en el gatillo». Una costumbre muy peligrosa porque la pistola se puede disparar involuntariamente al dar un mal paso, caer al suelo, o recibir un golpe. En fin, que si no son idiotas poco les falta. A los que hicimos el servicio militar obligatorio y fuimos al cine para ver películas policiacas, ignorar algo tan elemental nos parece increíble. De ser cierto lo que dice el señor Ramajo y difunde «Efe» los ciudadanos españoles estaríamos en una situación de extrema indefensión. Unos agentes de seguridad que no disponen más que de 19 balas al trimestre para entrenar y no saben correr con una pistola sin llevar el dedo en el gatillo, o con el seguro puesto, representan un verdadero peligro público. Y no quiero ni pensar si las Fuerzas Armadas tienen un nivel de preparación parecido. Tiendo a creer que la colaboración con Israel consistirá en algo más sofisticado. Aunque para justificar eso no haría falta dejar en ridículo a la Guardia Civil. Digo yo.

{