Oviedo está de «cumplesiglos»: dos del rechazo a los franceses, cuatro de la Universidad, once de la Cruz de la Victoria y doce por la de los Ángeles. Y en cercanías, pequeñas efemérides de barrio, que no serán de siglos, ni falta que les hace, sino sólo de años, pero de años vividos, cercanos y entrañables, en los que mucha gente habrá tejido su propia biografía.

Lo digo por el ovetense barrio de San Lázaro, que, si bien como tal cuenta centurias, y yo diría que un milenio largo, en cuanto a su parroquia cumplirá ahora sus primeros 40 años, y de ellos los 25 últimos de la inauguración del templo nos contemplan.

Doble ocasión digna de celebrar, pero yo añadiría otra razón de peso: la de que todo esto fue capitaneado por un solo cura, don Celestino Castañón, único párroco desde el principio de los tiempos.

San Lázaro del Camino es el nombre canónico, evocador de afanes peregrinantes (al Salvador de Oviedo, Señor que merece ser visitado antes que a su discípulo Santiago), lugar de entrada y salida de la Meseta, pórtico urbano y aún posada de caminantes, con su Malatería, ancestral lazareto, hospital de caridad y hoy cobijo de ancianos. Feligresía lindante con la de La Manjoya, el remedo local del compostelano Monte del Gozo.

Todo lo cual explica la vocación andante de la iglesia, hoy sede de la Cofradía de Santiago Apóstol (santo que tiene su imagen callejera), y el casi permanente «estado de ida» hacia alguna parte que la parroquia auspicia: capillas, santuarios, etapas a Santiago, a Covadonga, a nuestra Catedral... Al fin y al cabo, la fe misma nos habla del pueblo fiel siempre en marcha.

A todos ha servido la parroquia, creada por monseñor Tarancón en aquel 68, año que se las trae: del Mayo francés, de la Checoslovaquia invadida, de los asesinatos de Lutero King y Robert Kennedy y de los primeros atentados de ETA, del nacimiento del príncipe Felipe, de la ley de Libertad Religiosa y, si se quiere, del triunfo de Massiel en Eurovisión.

Década prodigiosa, que tocaba a su fin, del desarrollismo español, de las leyes de Prensa y de Sucesión, del «boom» televisivo? Y también de la guerra de Vietnam, de la crisis de Cuba, del magnicidio de Dallas, de la aparición de los «Beatles», del Concilio Vaticano II... Empezaba un nuevo capítulo en la historia de Occidente.

Un sacerdote, joven entonces, de la cuenca minera fue puesto al frente de la nueva parroquia, segregada de San Isidoro, que no tenía ni siquiera local. Un pasillo de escuela fue su primer e improvisado templo. Cuatro décadas han pasado desde entonces por aquel barrio pobre, de apenas tres mil habitantes, que ahora son quince mil.

Pronto el vecindario hacía suya la preocupación por tener su templo («San Lázaro ya es Iglesia, pero necesita un templo», era el eslogan), que conseguiría tras quince años de esfuerzos, reuniones, patrocinios, gestiones y colectas, con el apoyo entusiasta de todo el barrio y de los medios de información. Nombres de periodistas conocidos empujaron entonces la campaña: Toño Crovetto, Oscar Luis Tuñón, Evaristo Arce, Manolo Avello.

Hubo postulaciones, donativos anónimos, actos benéficos y hasta conciertos de música moderna, como el de 1971 (en el que el grupo «Picnic» interpretaba, entre otra piezas, «Cállate, niña, no llores más»), que dejó un beneficio líquido de 5.631 pesetas, es decir, de 30 euros con 75 céntimos. Todo era bueno para la causa.

Fue el 5 de julio de 1983 cuando monseñor Díaz Merchán consagraba el templo, diseñado por el arquitecto Enrique Casares. Todo llega. Y antes o después, como siempre, los dolores y gozos que traen consigo los afanes que merecen la pena, las obras, los grupos, las solemnidades, la acción social, la escuela gitana, el campamento infantil, la catequesis, Cáritas, las asociaciones nacidas a la sombra de la parroquia, la incardinación en los problemas y las inquietudes del barrio, las bodas de oro del cura con el sacerdocio en 2002, la nueva Cofradía de Santiago, la colaboración temporal de sacerdotes y seminaristas, y la de los equipos de seglares.

Así se llega a este 2008, año santo jubilar de la Cruz y vísperas de sínodo, bodas de plata del templo de San Lázaro del Camino y «de rubí», me dicen, de la parroquia, que se dispone a celebrar con actos como un triduo, exposición de arte, misa solemne del arzobispo el primero de junio, comida fraternal.

Y como testimonio, un resumen de los momentos estelares de la ya larga historia parroquial recogidos en una publicación conmemorativa, con saludos archiepiscopales y municipales, así como trabajos, entre otros, del párroco, de Carmen Ruiz-Tilve, cronista de la ciudad; de Evaristo Arce, de José María Hevia y del llorado Rodrigo Grossi, recientemente fallecido.

Quedará, desde luego, la obra bien hecha de don Celestino Castañón González, el párroco de siempre, que ha quemado exactamente media vida de trabajo no sólo por sus estrictos deberes sacerdotales, sino también por el barrio de San Lázaro, por sus aspiraciones, por sus problemas, por su gente, por Oviedo en fin. Y eso merecería un reconocimiento público de nuestro Ayuntamiento.