La investigación de una trama de corrupción que vincula a ex cargos públicos del PP puede tener implicaciones políticas a corto plazo: probablemente, las expectativas de los populares en Galicia y Euskadi han sido seriamente dañadas. Además, añade más plomo al liderazgo de Rajoy: si en junio no revierte la situación, con una victoria en las elecciones europeas, puede reabrirse la crisis interna.

Pero, más allá de la política, la instrucción en curso revela el desmoronamiento de una manera de hacer que triunfó durante el «boom» inmobiliario (1997-2007). No es casualidad que los encausados hicieran sus negocios en Madrid y Valencia, zonas donde el frenesí constructor y sus derivados alcanzaron gran fulgor durante el aznarismo. Como ha señalado algún comentarista, el que no pillaba (en el palco del Real Madrid o gracias a las conexiones con el PP central o regional) era poco menos que tonto.

Pero de igual forma que España no estaba en la Champions League de la economía (como decía nuestro desorientado presidente), sino que éramos un «bluff» basado en: endeudamiento masivo, especulación inmobiliaria, baja productividad, deficiente nivel educativo, nulo I+D y absorción de ayuda europea, los protagonistas de ese nuevo riquismo de gomina y puro, chulesco e iletrado han quedado al descubierto (¿se han fijado en las fotos de los principales implicados, tomadas en ese culmen de la riqueza hortera de cartón piedra que fue la boda de la hija de Aznar?).

Claro que, con suerte, a base de recursos contra la instrucción del cazador Garzón (especialista en acabar mal investigaciones bienintencionadas), igual quedan en libertad y venden su historia a alguna de esas televisiones donde emiten concursos en los que se expulsa a un concursante por haber matado a sus padres.