E l tesorero se ha empeñado en aguantar hasta el final y el Partido Popular ha consentido la resistencia numantina del tesorero, hasta que por el proceloso horizonte ha aparecido el famoso suplicatorio del juez. Rajoy es muy posible que haya respirado y se pueda marchar tranquilo de vacaciones con el puntito de ventaja que el sondeo del CIS le otorga, por primera vez desde que está en la oposición, sobre su adversario político.

No es probable que a los lectores les plantee dudas el empecinamiento del tesorero en aferrarse todo este tiempo al cargo para alimentar la presunción de inocencia. Lo que sí se preguntarán seguramente es por qué su partido le permitió hacerlo, con el desgaste político que supone. La respuesta sobre el caso del hombre que ahora pregona su lealtad a los colores, y de la «familia» que, al mismo tiempo, le agradece «los servicios prestados» a lo largo de 28 años se sustenta en los elementales principios del conocimiento mutuo.

El tesorero acusado cuando habla de lealtad le está sugiriendo presumiblemente al PP el camino que va a seguir en el proceso que aguarda en los tribunales y éste, al darle las gracias confirma que la familia sabrá actuar como corresponde. El cordón umbilical que les une no le conviene a uno ni a otros que se rompa: deben seguir juntos hasta el final por el mismo camino que emprendieron juntos.

Los tesoreros y los contables conocen las finanzas de la casa, cómo se mueven los supuestos convolutos y coimas y adonde va a parar la lana, la que supuestamente se queda entre los dedos y la que presuntamente acaba en las arcas de la organización. Son gente muy peligrosa como para romper esos lazos de familia, por eso lo peor para la buena marcha del negocio es un tesorero despechado del que los suyos se alejan después de años de recaudación. Para verlo, sólo hay que pensar en el contable chileno que cantó la traviata cuando lo de Filesa, Malesa y Time Export. Y en lo que le ocurrió al Partido Socialista.