Nadie quiere ser amado por su inteligencia, pero ahora podemos afirmarlo sin avergonzarnos. Cada vez que escondo el ¡Hola! dentro del «Financial Times», me pregunto por este gesto instintivo de protección. La profesora Catherine Hakim, de la irreprochable London School of Economics, ha venido en mi ayuda al acuñar el concepto de «capital erótico», que considera la virtud clave para el ascenso social y para cobrar un quince por ciento más que los humanos carentes de esa cualidad. A saber, cuando puedes citar a más esposas que ministros de Sarkozy, es simplemente porque las primeras son más interesantes que los segundos. Por eso mismo, leeré antes un perfil de Michelle Obama -el linaje con más capital erótico de la modernidad- que una aproximación a la intervención americana en Afganistán.

Ningún ser humano que se ha pasado la vida adelgazando puede ignorar el capital erótico, preguntar en qué consiste o cuestionarlo. Para condensarlo en una frase, es la belleza en movimiento. No sólo lo aplaudo intrínsecamente, sino sobre todo porque puede liberarnos de la repelente inteligencia emocional. Un varón no hubiera podido formular esa teoría sin verse despojado de sus galones académicos. Bienvenida sea pues la profesora que invita a aprovechar los talentos corporales -recalcando que en su mayor parte pueden ser adquiridos- y a definir el nuevo escalafón a través de ellos, como de hecho ocurre en la realidad. Ahora llevo el «Financial Times» dentro del ¡Hola!

Una maniquí -Kate Moss- puede poseer excepcionalmente la belleza emocional que se ha rebautizado como capital erótico, pero esa virtud nada superficial irradia también de mujeres con el estilo de Madonna o Tina Turner, que desafían los cánones. La inversión en capital erótico cursa con la juventud de Beyoncé, pero no declina con la edad de Catherine Deneuve. Gracias, profesora, por atreverse a convencernos de que la belleza no sólo compensa la inteligencia, sino que también es más difícil de obtener.