Cómo es posible que, con el aumento del paro tan alarmante que estamos sufriendo, las celebraciones del Primero de Mayo hayan concitado tan escasa afluencia ciudadana? ¿Habrán tenido a bien preguntarse los líderes sindicales acerca de la poca confianza que los trabajadores tienen en las organizaciones que teóricamente los defienden? ¿Qué es lo que a día de hoy espera la clase trabajadora de los sindicatos? Nos tememos que muy poca cosa.

¿Creen los señores Méndez y Toxo que su tarea se limita a rechazar las reformas laborales que se promueven desde distintos ámbitos? ¿Con eso se pueden sentir ya realizados y satisfechos? ¿No tienen ninguna contrapropuesta que hacer? ¿Les parece que la política económica del Gobierno es la adecuada cuando el paro está aumentando sin cesar? ¿A quién defienden, a quién representan?

Hubo un tiempo muy distinto a éste en que los sindicatos estuvieron en la vanguardia de la sociedad. Sabemos que nos encontramos muy lejos de ello. Pero no es de recibo constatar un día y al otro también que no se fuerce una negociación para atajar el paro. ¿O es que están sólo a verlas venir? Si es así, ¿no sería conveniente que se replanteasen el papel que están representando y que los actuales líderes de las organizaciones sindicales más importantes dejasen paso a otras personas más jóvenes?

¿O es que ellos también sostienen que ya se vislumbra el final del túnel y que la tendencia va a invertirse de inmediato? Ése es, en efecto, el discurso del Gobierno, al que la realidad se encarga de desmentir cada vez que se hacen públicas las cifras del paro. En realidad, podría decirse que son los sindicatos los principales aliados de este Gobierno que, a pesar de la marcha de las cosas, se viene librando, desde el estallido de la crisis, de una conflictividad social y laboral que sería lógica teniendo en cuenta el escalofriante aumento del paro.

Así las cosas, no podemos no preguntarnos si el Gobierno de Zapatero merece esta falta de respuesta social. Y, por otro lado, parece inconcebible que los que se proclaman y reclaman defensores de los derechos de la clase trabajadora puedan estar conformes con una política económica que lo que está generando continuamente es desempleo. Algunos deberían explicarse al respecto.

¿De qué sirven las celebraciones del Primero de Mayo en las principales ciudades de este país con discursos que no son más que una retahíla de topicazos y que, en todo caso, no van más allá de un acontecimiento mediático que es, por definición, intrascendente y efímero? ¿Por qué los sindicatos no se preguntan, entre otras muchas cosas, acerca de la baja militancia que tienen, que, innegablemente, da cuenta de la poca credibilidad que generan entre los trabajadores? Baja militancia que los obliga a una dependencia económica del Gobierno de turno que, se quiera reconocer o no, va en detrimento de la independencia que necesitan. Y ello por no hablar de las ayudas y las canonjías que tienen en asuntos relacionados con cursos de formación, de cuya eficacia y transparencia pueden albergarse serias dudas.

Y lo peor de todo esto es que estamos viviendo un momento en el que los sindicatos son más necesarios que nunca, pero, claro está, con un funcionamiento muy distinto al que están teniendo.

Hay quienes, maliciándose lo peor, encuentran cada vez más similitudes entre las dos grandes centrales sindicales y el llamado sindicato vertical del régimen anterior. Y lo malo es que no están del todo descaminados. Por ejemplo, en el colectivo docente al que pertenezco, cada vez es mayor la lejanía entre los que dicen ser nuestros representantes y nosotros. Lo primero de todo consiste para ellos en abandonar el aula, si es definitivamente, mejor. Lo segundo, en no consultar casi nunca nuestro parecer antes de hacer propuestas que puedan afectarnos.

Sin embargo, antes que ninguna otra cosa, lo verdaderamente apremiante es plantarle cara al paro, es forzar hasta donde se pueda negociaciones que lo eviten, es preservar la protección social de los desempleados; es preocuparse de franjas de edad con las que esta sociedad es tremendamente injusta, franjas de edad que van desde una juventud a la que apenas le dan oportunidades y a la que, en muchos casos, se explota escandalosamente, hasta las personas mayores de 40 años que se quedan en paro, con las que apenas nadie quiere contar ni valorar su experiencia.

¿Quién defiende a la juventud mileurista? ¿Quién defiende a las personas que tienen la desgracia de quedarse laboralmente descolgadas por el hundimiento de la empresa en la que trabajaron los mejores años de su vida? ¿Qué discurso esgrimen los sindicatos ante estas dramáticas realidades sociales?

¿Y cómo es que se atreven todavía a hablar de renovación personas como el señor Méndez, que lleva muchos años al frente de su sindicato sin atraer mayor filiación, sin proponer nada más que vaguedades que se quedan ante un micrófono y una foto?

Tras el Primero de Mayo, es triste tener que preguntarse si los sindicatos, de cuya necesidad no cabe la más mínima duda, son, para los trabajadores, una solución o un problema más.

¡Quién lo diría!