Tras el anuncio del tijeretazo hecho en el Congreso el pasado miércoles por el Presidente del Gobierno ya se han dado manifestaciones espontáneas contra la reducción y posterior congelación de los salarios de los empleados públicos, y mucho nos tememos que esto solo sea el principio de una movilización social sin precedentes conocidos en las últimas décadas. Es lo que se desprende de las manifestaciones efectuadas por los líderes de los sindicatos mayoritarios después de reunirse con Zapatero. Lo cierto es que muy posiblemente nadie esperaba la adopción de unas medidas de ajuste tan drásticas y de tanto calado social. No lo esperaban ni la oposición, ni los agentes sociales, ni siquiera el propio gobierno, y no creemos que hayan sido improvisadas en tan pocos días por el ejecutivo, sino más bien que han venido específicamente impuestas desde Bruselas y Berlín para someter la rebeldía y la tozudez de Zapatero que persistía en seguir sumergido en su paraíso particular, en su país de las maravillas. El caso es que inmediatamente después de anunciarse el fin de la recesión y el inicio del crecimiento en un 0,1 % del PIB, después de negar insistentemente, y muy ofendidos, la equiparación de nuestra situación con la de Grecia, después de haber prometido solemnemente en sede parlamentaria que nunca se tocarían los logros sociales y después de la reunión del «Ecofin» del pasado fin de semana, se da marcha atrás y se adoptan unas medidas que colocan a la ciudadanía en una situación de desamparo y de temor al futuro como no se conocían en todo el transcurso democrático del país. Es cierto, en este momento los españoles no saben a qué aferrarse, no saben qué creer y en quién confiar. ¿Qué medidas más se tomarán en un futuro próximo?

El ciudadano medio no entiende de economía financiera, solo sabe lo que a final de mes ven sus ojos y siente su cartera, y la mayoría se pregunta cómo es posible que sean ellos quienes tengan que soportar los errores, la cerrazón, la negligencia y la piratería de unos pocos. Pero el caso es que estos últimos años hemos vivido engañados esperando que escamparía y sin percatarnos de lo que se nos venía encima. Y lo que nos ha caído no es todo, sino una parte. Al tiempo. La mayoría de los expertos en economía entienden que, aunque válidas, las medidas adoptadas no son suficientes, que provocarán un aumento de la crisis al reducirse la inversión e incrementarse el paro y que lo que se necesitan son reformas estructurales y del mercado laboral. En definitiva, se requiere una reforma en profundidad del sistema y de las instituciones. Y eso no se hace en cuatro días y sin un gran acuerdo de las fuerzas políticas y sindicales.

El futuro se presenta oscuro e incierto de por sí, más si tenemos en cuenta la incapacidad e ineptitud de quienes nos gobiernan. Creemos que no son tiempos de huelgas sectoriales o generales que enturbien aún más la situación económica del país, y también que no es el momento para perder un tiempo precioso y necesario en enfrascarnos en unas elecciones adelantadas. Pero también creemos que éste es el mal menor porque la ciudadanía necesita recuperar la esperanza y la ilusión dilapidada por este gobierno en los dos últimos años. No valen ya más sonrisas beatíficas, ni mensajes tranquilizadores, ni experimentos económicos. Sólo un nuevo presidente y un nuevo gobierno. Los españoles lo están pidiendo a gritos.