A nadie se le ocurriría hacerlo, sencillamente porque no es el lugar más adecuado. La norma así lo manda y la gente lo demanda. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría descalzarse en una casa ajena sin el permiso de sus anfitriones o repanchingarse en el sillón de skai de su dentista a la espera de un empaste. Eso no se hace, ya lo decían nuestros padres. Sin embargo, este tipo de acciones no son buenas o malas en sí mismas, sino que es el contexto lo que las convierte en inadecuadas. Son expresiones que forman parte de la esfera de la intimidad, y es su puesta en común lo que puede incomodar. Efectivamente, ese no es el lugar. Como tampoco parece serlo el Teatro de la Laboral, donde la gente ni se repanchinga ni se descalza. Simplemente no va.

Así lo corroboran las últimas cifras del coliseo, que una vez más ha visto aireadas sus cuentas de recaudación, inversión y asistencia a petición del PP regional. Y efectivamente, ninguno de estos números parece avalar el proyecto, o más bien habría que decir, el contexto. Y es que los números han puesto de nuevo en el punto de mira al Teatro de la Laboral, pero sobre todo a su director, Mateo Feijóo, a quienes muchos se empeñan en responsabilizar del supuesto fracaso del proyecto. Y digo «supuesto» porque para saber si ha cumplido los objetivos hay que partir de las exigencias. Y en este sentido, la programación del teatro ha sido coherente desde su comienzo. El objetivo era y sigue siendo acercar, dar cabida a los nuevos lenguajes artísticos. Y eso, Feijoó y su equipo lo han hecho a la perfección, con calidad y profesionalidad. Otra cuestión bien distinta es si esta propuesta ha sido lo suficientemente atrayente para llenar el aforo del teatro.

Y no lo ha sido, pero tampoco lo ha pretendido. No era ni su esencia ni mucho menos su fin. Pero eso a detractores, oposición y a algunos medios que se empeñan en poner la foto del programador a tamaño gigante día sí y día también les da exactamente igual. Personalizan la crítica a su figura en lo más parecido a una lapidación pública, y le acusan de utilizar sus contactos personales, de contratar a sus representados y de no sé cuántas cosas más. Las mismas, justo las mismas, que como podemos comprobar haciendo un sencillo ejercicio de hemeroteca sirvieron para presentar al programador en esos mismos medios como un gran fichaje ante la sociedad gijonesa.

Así que seamos coherentes. Mateo Feijóo realizó, ni más ni menos, el trabajo para el que fue contratado, si no, habrían llamado a otro con otro currículum y otros contactos. Otra cuestión es si el aforo del teatro es el lugar idóneo para estas propuestas artísticas o si ese es el presupuesto con el que una programación de este tipo debería contar. Es decir, lo que hay que analizar es si el proyecto de Laboral Ciudad de la Cultura, tal como está concebido, es viable. Si su contenido, pensado para convertir a Asturias en referente de la vanguardia -lo que la diferenciaría de la propuesta cultural de otras comunidades- es rentable económicamente y socialmente. En definitiva, se trata de saber si esta programación es apropiada para las dimensiones, las expectativas y las necesidades del contexto. Las del teatro y las de la comunidad. Y eso, ni Feijóo ni su equipo son las personas que lo tienen que contestar.