Aunque muchos ya lo sospechasen, una encuesta acaba de confirmar que Belén Esteban sería la tercera candidata más votada en las elecciones de 2012, justo detrás de los cabezas de lista del PP y del PSOE. Y no sólo eso. Con los cinco escaños que le concede el sondeo, la popular Esteban podría darse el gusto de decidir si el próximo Gobierno español va a ser de izquierdas o de derechas. Qué más da. En todo caso, sería de Belén.

Los resultados de la pesquisa hecha por la prestigiosa firma de sondeos electorales Sigma Dos son menos sorprendentes de lo que en principio pudiera parecer. Después de todo, lo que Esteban hace en España -salir en televisión a todas horas- es exactamente lo mismo que ha permitido a Hugo Chávez ganar elección tras elección en Venezuela. Y tampoco es que difiera grandemente el nivel del discurso del uno y de la otra.

No parece probable, en todo caso, que la ex novia de Jesulín de Ubrique vaya a dejarse tentar por la política, teniendo como tiene el mucho más amplio poder que dan las millonarias audiencias del telecotilleo. Poca cosa es el cargo de diputada y hasta el de hacedora de gobiernos en comparación con el título de «princesa del pueblo» que Tony Blair adjudicó en su día a lady Di y ahora ha heredado -por obra y gracia de la tele- la improbable candidata Esteban. De la televisión, auténtico núcleo del poder en la monárquica España, no paran de salir princesas: ya sean del pueblo, ya procedan de los telediarios, como la futura reina Letizia.

Puede que aún quede gente cándida capaz de preguntarse cuál es el don, la habilidad o simplemente el oficio con los que Belén Esteban ha alcanzado tan enorme notoriedad pública; pero eso es tanto como ignorar los poderes mágicos de la televisión. Más que dar fe de la realidad, la tele la fabrica directamente. Lo mismo crea una cuadrilla de cantantes ñoños cortados por el patrón uniforme de «Operación Triunfo» que hace nacer de la nada a Dinios, Tamaras, Pocholos, Belenes y toda suerte de seres construidos con la técnica del doctor Frankenstein aplicada al mundo audiovisual.

Algo de ente divino tiene, sin duda, un medio de comunicación capaz de crear a partir del vacío esas invenciones virtuales que, a pesar de su evidente nadería, concitan el interés de millones de espectadores.

A los personajes alumbrados por la tele no se les exigen particulares cualidades de orden intelectual, artístico o meramente canoro. Al igual que sucede con las criaturas del Señor, los famosos de la tele son un simple acto de voluntad de Quien los modela, y con eso basta. Salen en pantalla porque son famosos y son famosos porque salen en pantalla.

La fácil -si bien extraña- explicación consiste en que la tele se ha convertido en una eficiente factoría de creación de la realidad, como ya apuntaban los primeros estudiosos del medio. De acuerdo con esta teoría, la importancia de cualquier persona -al margen de cuáles sean sus obras- reside en el número de veces que aparezca en las pantallitas catódicas o de plasma. En los tiempos ya casi prehistóricos de la tele en blanco y negro, la gente salía en pantalla porque era famosa como resultado de alguna habilidad artística, literaria o de cualquier otro orden. Ahora basta con que salga a dar gritos en el plató para que el influjo teológico de la tele la invista de esa rentable espuma de la gloria que es la popularidad.

Esa condición vagamente divina que permite a la tele alumbrar criaturas a partir de la nada es la que tal vez explique los cinco escaños que las encuestas conceden a Belén Esteban en el caso de que decida presentarse a las elecciones con no importa qué programa. Habrá quien se estremezca ante la mera posibilidad de que sea ella quien decida el próximo Gobierno, pero en realidad no hay motivo. Otros, antes que Belén, han demostrado sobradas capacidades para armar el belén desde la Presidencia. Aunque no se apelliden Esteban.