Decía Walter Benjamin que todo acto de cultura es, a la vez, un acto de barbarie. Llamaba así la atención sobre las víctimas en que se asienta toda obra civilizatoria. Una manera sagaz de pasarle factura al poderoso.

Ignoraba que el tiempo me traería una nueva versión de la relación entre cultura y barbarie. En esta ocasión como esperpento. Las vallas con las que el rector de la Universidad de Oviedo ha cercado el campus de Gijón son un acto de barbarie. Sin paliativos. Una ignominia que menosprecia a todo un pueblo que ha sabido convivir y disfrutar desde hace veinticuatro años de la «Semana negra», sin más incidentes reseñables que los derivados de la aglomeración de la multitud que atrae y acoge.

Formo parte de los miles de personas que disfrutan cada año de la «Semana negra». En mi caso, he tenido la oportunidad de emocionarme con poetas como Ángel González o Berta Piñán, sobrecogerme con la lucidez de Jorge Semprún o Miguel Bonasso, disfrutar de la música de Lluís Llach o Rubén Blades, de novelistas como Almudena Grandes o politólogos como Tariq Ali. He asistido a toda suerte de presentaciones de libros, debates, exposiciones, encuentros... y, a la vez, deambulado por su recinto ferial en compañía de quienes allí disfrutan de conciertos, bares, librerías, mercadillos, caballitos o terrazas. Veinticuatro años de un festival que ha permitido realizar un ejercicio de ciudadanía impagable: convivir.

Me siento insultado por ese muro de la vergüenza que protege las instalaciones universitarias de una horda formada, ni más ni menos, que por los ciudadanos y ciudadanas de Gijón y quienes nos visitan. El campus vallado, cual fortaleza medieval -en este caso cutre-, deja fuera de sus murallas a la chusma. En su interior, quienes disfrutan de las inversiones públicas cultivan, así, el desprecio, impidiéndonos acceder a aparcamientos y zonas verdes que son del pueblo de Gijón. No se trata de un matiz, como dice nuestra alcaldesa, restando importancia al hecho; no obstante, como quiera que en el matiz vive el diablo -según el conocido proverbio-, es más oportuno hablar de despilfarro absurdo y de ejercicio de arrogancia y menosprecio inaceptable. ¿O es éste el modelo de ciudad que nos anuncian los munícipes de FAC?

Permítaseme, por analogía, una última pregunta. ¿Vallará el señor Gotor el edificio histórico de la Universidad de Oviedo rodeado también por la ciudadanía ovetense en las fiestas de San Mateo?