La última moda es alabar sin cuento a los chinos, su espíritu de trabajo, la laboriosidad infatigable de esas disciplinadas termitas orientales, la ejemplar capacidad de sacrificio de generaciones y generaciones en aras de un futuro esplendoroso que, ay, al final nunca llega porque ése es el truco mil veces escenificado por los revolucionarios de todo pelaje: ahora lo pasas mal para que después todo sea maravilloso, pero, claro, transcurre la vida entre mil penurias y el horizonte prometido nunca llega.

Vamos, que quieren que seamos como chinos. Pero como comentaba no hace mucho Arcadi Espada, precisamente desde al menos 1940 todos los infinitos esfuerzos de los españoles han estado encaminados a dejar de ser chinos.

Quiero decir que la casta político-empresarial que nos pastorea no pretende que seamos chinos, sino que volvamos a ser chinos en contra de los hercúleos esfuerzos de dos generaciones de españolitos.

Desean que vuelvan a hacinarse cuatro familias en un piso con derecho a cocina -con derecho a escándalo, se decía-, que el personal trabaje de sol a sol sin apenas seguridades sociales, que le birlen horas extraordinarias y vacaciones, que cualquiera pueda ser despedido -ya pueden- porque sí y por nada y que si alguien protesta sea visitado rápidamente por la brigada político social, que ya le hará entrar en razón.

Ese escenario ya lo conocemos y desde hace 70 años todos los esfuerzos de los españoles se han cifrado en superar semejante panorama. Cuando parecía que, al fin, se había logrado, salta a la palestra la casta político-empresarial proponiendo que volvamos a ser chinos. Oigan, ni borrachos.